Voces del Periodista Diario

A 30 años de la tragedia radioactiva de Chernóbil

El 26 de abril de 1986 marcó un antes y un después en la historia de la humanidad. Un día que cambió la vida de decenas de miles de personas, el paisaje de un territorio para los próximos miles de años, y modificó la forma en que se ve la energía atómica en el mundo. Fue el día que el nombre de Chernóbil se convirtió en sinónimo del desastre nuclear más grave en la historia.
La tragedia de Chernóbil, enterrada en un enorme sarcófago de cemento, dejó para las generaciones venideras recuerdos dolorosos, pero también lecciones valiosas sobre lo que se debe y no se debe hacer con un reactor nuclear averiado.
Una ciudad soviética de referencia
El 4 de febrero de 1970, con motivo de la construcción de la central nuclear V.I. Lenin y a unos dos kilómetros de la misma, fue fundada en la República Soviética Socialista Ucraniana la ciudad de Prípiat.
El desarrollo de la ciudad progresaba rápidamente. Se construían ajardinados barrios, escuelas y guarderías, tiendas y cafeterías, centros de ocio, cines, hospitales y clínicas: todo esto según los planos arquitectónicos más modernos de aquella época.
La ciudad era joven, como también lo era su población, cuya edad media se situaba entre 20 y 29 años. Más de 1.000 bebés nacían en Prípiat cada año. A principios de los 80, la urbe contaba ya con alrededor de 50.000 habitantes.
“Dado que la mayor parte de la población era joven, había una gran cantidad de niños. Pese a ser una ciudad tan pequeña había cinco grandes colegios”, contó a RIA Novosti el ex residente de Prípiat, Serguéi Nejáev.
Trabajar en la mayor planta de energía nuclear en la Unión Soviética era prestigioso; vivir en la ciudad de Prípiat, con su infraestructura bien desarrollada, también se consideraba una suerte.
Pronto, la ‘ciudad del futuro’, como la llamaban en la URSS, se convirtió en una ejemplar ilustración sobre lo bien que vivía el pueblo soviético para ser mostrada a las delegaciones extranjeras.
Prípiat se componía de varios microdistritos, con un radial pasando por el centro de la ciudad. Era una urbe con un centro bien definido, donde había edificios administrativos, centros de cultura y ocio, supermercados y tiendas, así como un complejo hotelero. En una zona más cercana a la central los empleados de la misma podían salir a descansar y hacer pícnic con sus familias.
A finales de 1988 estaba planeada la apertura de dos importantes centros comerciales, el palacio de Pioneros, un nuevo cine, el palacio de las Artes, un hotel y dos complejos deportivos. Se esperaba que la ciudad atómica alcanzara al menos 80.000 habitantes y se convirtiera en una de las más bonitas de toda Ucrania. El ‘monstruo’ de Chernóbil tenía otros planes.

El desastre: cuándo, cómo y por qué

La planta

La central nuclear de Chernóbil contaba con cuatro reactores nucleares. La construcción del primero comenzó en 1970, y entró en funcionamiento en septiembre de 1979. La construcción de la unidad 4, donde se produjo el desastre, comenzó en abril de 1979, y se puso en funcionamiento en diciembre de 1983. Para el momento del desastre, ya habían comenzado las obras de construcción en las unidades 5 y 6.

La planta de Chernóbil utilizaba la última tecnología nuclear que la Unión Soviética tenía a su disposición. El RBMK-1000 (reactor de gran potencia del tipo canal), culminación del programa de la URSS para fabricar reactores refrigerados por agua, fue capaz de generar grandes cantidades de electricidad a bajo costo. La principal característica de este reactor era la combinación de un moderador de grafito y de agua ligera como refrigerante, lo que permitía usar el uranio no enriquecido como combustible nuclear.

En el momento del desastre, los RBMK-1000 ya estaban instalados en las unidades 2, 3 y 4, y también estaba previsto instalarlos en las unidades 5 y 6, que estaban en construcción.

 

Una prueba fatídica: ¿qué salió mal?

Para el día 25 de abril de 1986 estaba prevista una prueba en la central nuclear que simulaba un corte de suministro eléctrico con el fin de averiguar si las turbinas podían generar suficiente electricidad para las bombas de refrigeración en caso de un fallo hasta que se pusieran en marcha los generadores diésel.
El ‘test’ debía realizarse en el turno de los técnicos superiores de Chernóbil, instruidos y familiarizados de antemano con los procedimientos. No obstante, después de que otra planta regional de energía quedara fuera de servicio, el controlador de la red eléctrica en Kiev solicitó detener la prueba para poder satisfacer la demanda pico de la tarde, y el director de Chernóbil, Víktor Briujánov, la retrasó hasta las primeras horas del 26 de abril de 1986.
En la actualidad, no hay una única versión de las causas del accidente con la que estuviera de acuerdo toda la comunidad de expertos en el ámbito de la física y la ingeniería del reactor. Además, las circunstancias de la investigación eran tales que a menudo los expertos de las organizaciones que estaban directa o indirectamente vinculadas con el desastre eran los mismos que investigaban sus causas y consecuencias. 
En términos generales, hay dos ‘bandos’ de profesionales que tienen puntos de vista opuestos sobre las causas del accidente. Los primeros son los diseñadores de la central, que argumentan que la principal causa del desastre fue el trabajo poco profesional del personal de la unidad de la planta. Los segundos son los ex operadores, que apuntan a los defectos significativos en el diseño de los reactores RBMK y responsabilizan a los diseñadores de lo sucedido.
A pesar de las constantes discusiones en torno a las verdaderas causas del accidente, existe una lista oficial de factores que provocaron la explosión del reactor, aprobada por la Comisión especial creada el 27 de febrero de 1990 para investigar lo sucedido.
Errores de diseño
Por un lado, la Comisión determinó, al analizar 13 versiones de las causas del accidente, que como consecuencia de errores de los diseñadores, el reactor era un sistema dinámicamente inestable.
Al mismo tiempo, los expertos destacan las causas más profundas del accidente, relacionadas con el bajo nivel de cultura de la seguridad nuclear en la antigua Unión Soviética, que se manifestó en varios factores: la falta de una legislación nuclear desarrollada; el incumplimiento del principio de la plena responsabilidad por la seguridad de la instalación nuclear; la atención insuficiente al factor humano y su potencial impacto en la seguridad de las centrales nucleares y la atención insuficiente a la experiencia de otros Estados y a la metodología para el análisis de la seguridad de las centrales nucleares en la URSS.
Como consecuencia, para el servicio habían sido admitidas unidades de energía con una escasez significativa de seguridad, lo que, junto con las acciones inapropiadas del personal, provocó la tragedia. Pero, ¿a qué se refieren los especialistas al hablar de acciones “inapropiadas” del personal de Chernóbil?
Errores del personal
Según demostró el análisis realizado por la Comisión, en el proceso de preparación de la prueba y durante la misma, el personal operativo, deseando cumplir la tarea planificada a cualquier precio, violó algunas importantes reglas, instrucciones y normas de gestión de la unidad de potencia.
De esta forma, los operadores habían apagado importantes mecanismos de control de seguridad, que habrían impedido que el reactor llegara a condiciones inestables.
Según recoge el portal chernobyl.ru, estos y otros errores humanos, que, por otro lado, no habían tenido en cuenta los desarrolladores de la planta, llevaron a la inestabilidad del sistema y la explosión.
Después del desastre

Primeras víctimas

Las explosiones en sí mataron a dos personas: el principal operador de la bomba de circulación en la planta, Valeri Jodemchuk, cuyo cuerpo fue vaporizado; y el ajustador automático de sistemas, Vladímir Shashénok, que fue hallado inconsciente y murió la mañana siguiente a causa de las numerosas heridas sufridas.
Fueron las primeras de una larga lista de víctimas que estaban por venir. La caja de Pandora había sido abierta.

El veneno invisible se derrama

Enormes columnas de material radiactivo escaparon por el agujero en el techo del edificio del reactor. Mientras la mayor parte del material más pesado se quedó cerca de la planta de energía, los componentes más ligeros fueron arrastrados por los vientos del noroeste.
El primer grupo de 14 bomberos llegó al lugar del accidente a las 01:28, mientras que unos 100 más fueron llamados desde Prípiat. Luchaban contra el fuego sin medios de protección especiales y ni siquiera sabían de la amenaza de radiación: solo unas horas más tarde comenzó a difundirse la información de que este fuego era diferente al habitual. Para la mañana siguiente, los bomberos empezaron a perder la conciencia: fue el primer efecto de la radiación. 136 empleados y trabajadores de rescate que estuvieron aquella noche en la planta recibieron una dosis enorme de radiación.
De los primeros trabajadores de emergencia en llegar al lugar del accidente, 134 personas fueron diagnosticadas con síndrome de radiación aguda. 28 de ellos murieron en los primeros tres meses tras el desastre.
Debido a que el viento cambió de dirección y a las lluvias, la zona contaminada alcanzó los 150.000 kilómetros cuadrados, en los que resultaron afectadas alrededor de tres millones de personas. La radiación causó múltiples enfermedades en el territorio de Ucrania, Bielorrusia y Rusia, de manera que en 2005 la Organización Mundial de la Salud elevó el saldo de pérdidas humanas por la avería a unas 4.000 personas.
Por si fuera poco, el ‘veneno’ nuclear llegó a expandirse por una gran parte de Europa, y afectó a varios países. 

Liquidadores

Los primeros en trabajar en la eliminación de las consecuencias de la explosión fueron empleados de la estación, bomberos y policías. Como ya hemos dicho, la mayoría de ellos estaban condenados.
En los primeros meses posteriores al desastre, entre 600.000 y 900.000 personas que recibieron el nombre de ‘liquidadores’, llegaron a la zona desde todos los rincones de la Unión Soviética. Químicos y físicos, militares e ingenieros, geólogos y constructores, operadores de grúas y soldadores intentaban minimizar, en la medida de lo posible, las consecuencias de este terrible desastre; no permitir que crecieran a una escala global. 
Muchos de ellos recibieron altas dosis de radiación, con un promedio de alrededor de 100 mSv. Según la Asociación Nuclear Mundial, unos 20.000 recibieron alrededor de 250 mSv y algunos hasta 500 mSv. En muchas ocasiones, esto desembocó después en enfermedades crónicas y problemas de salud para el resto de sus vidas.
Vadím Leónov fue enviado a Chernóbil en los primeros días tras la catástrofe. Recuerda que al principio ni siquiera la población local se daba cuenta de lo sucedido y hacía su vida de forma normal. 
Este miembro del grupo de extinción también confiesa que la mayoría de los operativos eran soldados, de los cuales, muchos no tenían educación alguna y no comprendían el verdadero peligro. Además, casi no había medios de protección fiables aunque, según el liquidador, los comandantes hacían todo lo posible por proteger a sus subordinados.
“Tengo que decir que los comandantes no permitían la estancia excesiva en la zona de riesgo. Sin embargo, conozco casos singulares de sobreexposición. Lo más sorprendente es que entonces ninguno de los operativos tenía miedo porque el enemigo era invisible. De modo que no todos entendían la verdadera escala de la amenaza y no tenían bastante cuidado. Luego, durante más o menos un año, se hizo evidente todo el daño a la salud, se agravaron las enfermedades existentes y muchos no pudieron tener hijos. Pero espero que los que hemos sobrevivido hasta hoy en día muramos de viejos y no a causa de la radiación”, relató Vadím Leónov a RT.

Evacuación silenciosa

A pesar de que Mijaíl Gorbachov ya había iniciado la época de la Perestroika y la Glásnost, es decir, de la libertad y transparencia de la información, las autoridades soviéticas se abstuvieron de avisar a la población acerca de la escala real del evento nuclear en la central de Chernóbil. Por el contrario, hicieron todo lo posible para acallar los rumores entre los residentes de la localidad de Prípiat, que durante la noche vieron llamas en la planta.
El primer anuncio sobre lo sucedido en el bloque 4 fue hecho 36 horas después de la catástrofe. El 27 de abril por la mañana se informó acerca de un accidente en la central, así sin más, y sobre la muerte de dos empleados. Sobre alguna posible amenaza radioactiva no se dijo nada. Tampoco se habló de tomar medidas preventivas como cerrar ventanas, no salir a las calles, tomar fármacos con yodo y lavarse las manos. Según afirmaron posteriormente las autoridades, su objetivo al mantener silencio fue evitar el pánico.
Aquel mismo día una radio de Prípiat declaró que los residentes de la ciudad serían evacuados por tres días. A pesar de que las rutas de evacuación fueron elaboradas tomando en cuenta la trayectoria de la nube radioactiva, los habitantes de otras regiones no recibieron ningún aviso acerca del peligro nuclear.
A los residentes de Prípiat les avisaron que no llevaran consigo muchas cosas y que dejaran a sus mascotas. La instrucción tenía dos objetivos: no generar pánico y no transportar objetos radiactivamente contaminados fuera de la zona.
La gente hacía colas enormes al aire libre para atravesar los puntos de control, los hacían salir de los coches y buses: también estaban contaminados y no podían cruzar la ‘frontera’. Los casos más graves sucedieron cuando los oficiales a cargo del control no permitían salir a las ambulancias y no había posibilidad de colocar a los enfermos en otros vehículos.
El 28 de abril, día en que en Suecia se registraron lluvias radiactivas, se hizo público un breve informe de cinco líneas preparado para los países de Occidente que decía que en la central de Chernóbil había ocurrido un accidente, estaba afectado uno de los reactores y se estaban tomando todas las medidas necesarias para minimizar las consecuencias. Mientras tanto, en los medios de comunicación soviéticos aún no aparecía ninguna información sobre alguna amenaza nuclear.
El 1 de mayo, residentes de ciudades ucranianas y bielorrusas salieron a las calles para participar en los desfiles dedicados a una de las fiestas más populares de la URSS —el Día de los Trabajadores— sin sospechar que corrían peligro; muchos resultaron con sobredosis de radiación.
Solo dos semanas después del accidente, cuando logró reducirse el incendio en la central y, respectivamente, el volumen de la propagación radiactiva, las autoridades soviéticas hicieron públicas cifras ‘más reales’.
La población fue evacuada en una zona de 10 kilómetros alrededor de la planta. Luego comenzó una evacuación de residentes dentro de una zona de 30 kilómetros. Entre 1986 y 1991 fueron evacuados 163.000 ucranianos.

El sarcófago

Con el fin de limitar los efectos de la catástrofe, se decidió construir un sarcófago para impedir que el material radiactivo se escape del reactor.

La planificación empezó en mayo y las obras de construcción, un mes más tarde, completándose en noviembre de 1986. El refugio fue construido a toda prisa si se tiene en cuenta la gravedad de la situación y los numerosos pasos realizados, desde la limpieza de la zona hasta el establecimiento de un sistema de ventilación.

Según Greenpeace, para la construcción se utilizaron más de 7.000 toneladas de acero y 410.000 metros cúbicos de hormigón. Unos 740.000 m³ de deshechos contaminados quedaron atrapados dentro de la estructura. 
En 1988, científicos soviéticos advirtieron que el sarcófago podría durar entre 20 y 30 años. De hecho, el sarcófago original, construido en tan solo seis meses, siempre ha sido considerado como una solución temporal.
El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) ha subrayado en reiteradas ocasiones la necesidad de reemplazar la estructura. 
“La posible inestabilidad del sarcófago es un problema significativo. La preocupación está relacionada especialmente con el hecho de que los soportes esenciales de la construcción principal tuvieron que ser construidos por control remoto sin fijaciones como conexiones de soldadura o con pernos”, declaró el organismo en un informe elaborado una década después de la catástrofe de Chernóbil.
“Existe una gran incertidumbre en cuanto a la resistencia a los impactos potenciales internos y externos”, enfatizó el OIEA.
En busca de una solución más duradera, en 1997 el OIEA y el Gobierno de Ucrania acordaron el Plan del Implementación Refugio (nombre oficial del sarcófago), respaldado por el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo.
Parte del plan era construir un nuevo sarcófago, conocido como el Cuevo Confinamiento de Seguridad (NSC). El contrato para construir la nueva estructura fue adjudicado por la empresa francesa Novarka en 2007. En 2013, los ingenieros concluyeron la primera etapa de la construcción de la carcasa del sarcófago.
Se espera que el proyecto, sumido en problemas financieros, finalmente se completará en noviembre de 2017, siendo su costo total de 2.100 millones de euros (unos 2.400 millones de dólares).

30 años después

Zona de alienación y desafiantes ‘okupas’ 

Tras la catástrofe de 1986, toda la población fue evacuada de la zona del accidente. El 27 abril evacuaron la ciudad de Prípiat; el 2 y 3 de mayo, la zona de 10 kilómetros; entre el 4 y el 7 de mayo, la zona de 30 km. La evacuación de algunas aldeas pequeñas y remotas continuó hasta mayo o junio.
Para evitar la entrada de la gente en el área contaminada, las autoridades establecieron alrededor del lugar del accidente la llamada ‘zona de alienación’, conocida también como ‘zona de exclusión’, ‘zona de Chernóbil’ o ‘la zona muerta’, y que sigue vigente hoy en día.
Por ley, nadie, aparte de los ‘liquidadores’, podía vivir dentro de la zona de exclusión, pero la gente apareció, y muy pronto.
Todo comenzó durante la evacuación. Por ejemplo, según el portal chornobyl.in.ua, unos cien residentes del pueblo Ilintsy, situado dentro de la zona, se negaron a ser evacuados y simplemente desaparecieron de la vista de los evacuadores.
La primera ola de retorno comenzó una semana después y duró cerca de dos años. Por regla general, volvían los habitantes de los pueblos y del sector privado de la ciudad de Chernóbil, en su mayoría ancianos. En las encuestas indicaban dos razones principales para el retorno: descontento con su nuevo lugar de residencia y el anhelo hacia su tierra natal.
Algunos (sobre todo, habitantes de los pequeños pueblos) volvían ilegalmente, evitando pasar los puestos de control. Otros (sobre todo habitantes de la ciudad de Chernóbil) lo hacían ‘legalmente’, consiguiendo un trabajo en la zona y reinstalándose en su propia casa. Estas personas recibieron el nombre de ‘samosely’, que se podría traducir como ‘autoinstalados’ u ‘okupas’.
En un primer momento, los habitantes de los pueblos se escondían, pero más tarde empezaron a defender con persistencia y paciencia su derecho a vivir y morir en su tierra natal. Tras algunos intentos de expulsión, las autoridades no tuvieron otra que reconciliarse con su presencia. Así, los ‘samosely’ se convirtieron en una parte integral de la realidad de la zona de exclusión.
En la primavera de 1987, según el departamento de Policía de Chernóbil, su número era 1.086 personas, en el otoño de este mismo año ya eran 1.200. Después, la cifra fue disminuyendo como consecuencia de la mortalidad natural y la salida de algunas personas (en primer lugar, debido a la ausencia de una asistencia sistemática por parte de las autoridades).
Sin embargo, muchos se quedaron a pesar de todos los obstáculos. Actualmente, la población civil vive en 11 municipios abandonados, y su número total no supera las 300 personas.
Los habitantes de la zona se han adaptado a las condiciones, y poco a poco formaron su propio estilo de vida único, basado, en primer lugar, en la agricultura. Viven de hortalizas, de bayas y setas recolectadas en el bosque. Algunos incluso venden en el mercado las patatas de Chernóbil, aunque oficialmente está prohibido llevar cualquier alimento fuera de la zona de 30 kilómetros.
Tal vez la característica más llamativa de estas personas es una ausencia total de miedo a la radiación. Los argumentos son simples y claros: “la radiación no se ve y ni se oye”; “la gata da muchos gatitos y son normales”; “no tenemos problemas de salud”.
“¿Dónde está la radiación? Los ucranianos no tenemos miedo”, aseguró a EFE María Shovkuta, que vive en el pueblo de Opálchichi, a 25 kilómetros de la central siniestrada.
“Hasta el médico me dijo que el mejor sitio para mí es aquí, que en cualquier otro lugar me moriría”, insiste la mujer, de 87 años de edad.
Para el mundo exterior, estas personas a menudo son un choque. Algunos los consideran héroes que desafiaron la terrible catástrofe y el sistema; para otros son verdaderos patriotas de la tierra natal, mientras que muchos los ven como a unos locos. A los ‘samosely’ les da igual: para ellos el mundo fuera de su zona es otro continente.

Turismo nuclear

Hace un par de décadas habría parecido una locura pero hoy es una realidad: la zona de exclusión se ha convertido en una atracción turística. Por unos 100 dólares, cualquiera que lo desee puede ver con sus propios ojos cómo quedó el lugar del peor desastre nuclear en la historia.
Alexánder Sirotá, un ex residente de la ciudad de Prípiat, cuenta que los ‘turistas nucleares’ tienen varios objetivos a la hora de viajar a este lugar: desde ver cómo será el fin del mundo hasta recordar su infancia, al tratarse de una atmósfera conservada desde la época de la URSS.
La radiación a la que se exponen los visitantes durante una excursión de un día es sorprendentemente baja, siempre que respeten las rutas que les muestran los guías. La dosis de radiación es igual a la que se recibe en un vuelo de avión de una hora, 160 veces menor que la dosis recibida durante una radiografía de tórax y unas 3.600 veces menos que una tomografía computarizada de todo el cuerpo.
Infierno para los humanos, ¿paraíso para los animales?
Tras el desastre, la nube de polvo nuclear afectó gravemente la flora y la fauna de la zona. Así, se creó lo que se conoce como el ‘Bosque Rojo’, un bosque de pinos cercano a la central nuclear que fue ‘pintado’ de color rojizo por la radiación. Durante los trabajos de descontaminación de la zona el bosque fue derribado con excavadoras y enterrado. 
Sin embargo, la catástrofe tuvo también un efecto inesperado: la zona boscosa en torno a la central nuclear siniestrada se ha convertido en una especie de parque natural involuntario, un ‘paraíso’ para la fauna silvestre. Tanto es así que actualmente está superpoblada de alces, ciervos, corzos, jabalíes, lobos y otros animales, que proliferan en el área de exclusión en torno a la planta pese a tratarse de una zona de alta contaminación radiactiva.
Según un estudio que recoge ‘The Independent’, las poblaciones de mamíferos que habitan la zona de exclusión alrededor de la central no muestran evidencias de haber sido afectadas por la radiación y están creciendo, aunque estudios anteriores sugerían lo contrario.
Según los investigadores, la fauna ha prosperado allí debido a la ausencia de la actividad humana.
En el marco de otra investigación, un grupo de científicos británicos instalaron decenas de cámaras automáticas en diferentes puntos de la parte ucraniana de la zona de exclusión con el fin de registrar el tipo de animales que han hecho del territorio contaminado su hogar.
La red de cámaras recoge datos que ayudarán a los científicos a elegir las especies más apropiadas para implantar collares que luego registrarán el nivel de exposición radioactiva que el animal recibe en su recorrido a través de la zona.
Mientras tanto, tan solo en los primeros meses de 2015, los investigadores capturaron más de 10.000 imágenes de animales, lo que sugiere que la zona de un radio de 30 kilómetros es ahora el hábitat de gran diversidad de vida silvestre, informa la BBC.

¿Puede repetirse?

Más allá de las incalculables pérdidas humanas y económicas, las consecuencias sociales del accidente de Chernóbil también han sido enormes: la suspensión de la rápida evolución de la energía nuclear en el país y el fuerte aumento de la oposición a esta industria en una serie de países con la adopción de decisiones políticas sobre la reducción de la energía nuclear.
Desde entonces, se han realizado mejoras significativas en todos los aspectos de la seguridad nuclear, en particular, en el campo del factor humano, excluyendo la posibilidad de un desastre de este tipo.
Sin embargo, el desastre de Chernóbil y el terrible accidente en Fukushima en Japón en 2011 han demostrado que la seguridad de la energía nuclear sigue siendo un problema por resolver.
El dilema es que, de momento, la humanidad no ha inventado una tecnología más ‘limpia’. “El mundo no puede sobrevivir sin la energía nuclear. Lo que dicen los ecologistas, los de Greenpeace, sobre las fuentes alternativas de la energía, como el sol o el viento, todo eso es un sinsentido. Con ellas se puede asegurar el suministro de establos, proveer de luz y calefacción a algunas de las casas, pero no resolver los problemas de abastecimiento eléctrico”, manifestó en una entrevista a ‘El Mundo’ Víktor Briujánov, ex director de la central nuclear de Chernóbil, al quien la cúpula de la Unión Soviética acusó por “violación de las normas de seguridad ante el riesgo de explosión”. Tras pasar un lustro en prisión, Briujánov sigue defendiendo la energía atómica.
Hoy en día, con el objetivo de conocer mejor la naturaleza del riesgo en la industria nuclear para el futuro, se llevan a cabo numerosos estudios científicos. Así, en 2015 los científicos Spencer Wheatley y Didier Sornette del Instituto EHT de Zúrich (Suiza) y Benjamin Sovacool de la Universidad de Aarhus (Dinamarca) recopilaron la lista más completa de accidentes nucleares y, en base a la misma, calcularon la probabilidad de que ocurran otros accidentes similares en el futuro.
La conclusión a la que llegaron los autores del estudio fue que en términos de pérdidas en dólares, las probabilidades de que ocurra un desastre nuclear grave en alguna parte del mundo antes de 2050 son del 50%. “En pérdidas en dólares, calculamos en un 50% la probabilidad de que un evento similar a Fukushima (o mayor) se produzca en los próximos 50 años. Un evento similar a Chernóbil puede ocurrir en los próximos 27 años, y un evento similar al accidente de Three Mile Island, en los próximos 10 años”, señalaron los investigadores.
De ser cierto, sería una catástrofe para la humanidad, y pondría en serio riesgo el futuro de la energía nuclear.
En la elaboración de este artículo se han utilizado los archivos multimedia de RT, Reuters, Sputnik, pripyat.com, Vladimir Repik y Gleb Garanich 
Preparado por María Lekant, Iván Sérbinov

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