Voces del Periodista Diario

Hace 30 años ocurrió la vergonzosa explosión de Chernóbil

Decía Einstein que “Dios no juega a los dados”, pero los humanos, cuando nos creemos dioses, sí jugamos. El científico, que se declaraba ateo convencido, nos dio los dados para que nos “divirtiéramos” con la energía atómica, pero nos debió explicar con la suficiente contundencia lo peligroso que puede ser ese juego.
Un día como hoy, hace 30 años, un equipo de ingenieros echaba una de esas peligrosas partidas en el interior de la central nuclear de Chernóbil y desde entonces la humanidad estará pagando unas consecuencias que no desaparecerán hasta que hayan pasado unos 100 mil años, tiempo necesario para que la radiactividad haya sido neutralizada y absorbida sin peligro por la naturaleza.
 
“Órdenes de arriba”
El peor accidente nuclear de la historia ocurrió pasada la 1 de la madrugada del 26 de abril de 1986, cuando los integrantes del turno de noche decidieron “jugar” a ver qué pasaba si hacían una peligrosa parada técnica en el reactor 4 de la central de Chernóbil. En vez de haber esperado al turno de la mañana, más numeroso y con ingenieros más experimentados, decidieron seguir “órdenes de arriba” y llevar a cabo la prueba, sin calibrar las consecuencias que tendría el más mínimo error en una caldera llena de uranio enriquecido.
Así fue como una cadena de errores llevó a un recalentamiento brutal del reactor y a una gigantesca explosión que reventó el techo de dos mil toneladas de peso, liberando a la atmósfera más de 50 millones de curíes de radiación. La explosión de la bomba de Hiroshima fue miles de veces más potente, pero la cantidad de radiactividad que se liberó en Chernóbil fue 500 veces mayor.
Durante los siguientes dos días, una gigantesca nube radioactiva se expandió silenciosamente y se movía a merced del viento, que sopló esos días de sur a norte, contaminando a su paso un tercio de la vecina Bielorrusia, amplias regiones de Rusia y gran parte de la península escandinava, hasta diluirse en el mar Ártico.
Nadie en el mundo, excepto las autoridades en Moscú y los habitantes de Pripiat, una ciudad construida para los trabajadores de la central, tenía conocimiento del drama por el que estaban pasando los llamados “liquidadores”, que luchaban a vida o muerte para evitar que el fuego incontrolable no pasase al cercano reactor 3, lo que habría multiplicado la tragedia. Muchos de aquellos héroes morirían achicharrados por la radiactividad en las siguientes tres semanas.
Sin embargo, dos días después de la explosión, la nube había alcanzado Finlandia y Suecia, y el vergonzoso silencio de Moscú quedó al descubierto. El 28 de abril de 1986, los trabajadores de la central nuclear de Forsmark, al norte de Estocolmo, se asustaron al comprobar que los detectores de radiactividad se habían disparado, pero su sorpresa llegó cuando comprobaron que no había ocurrido ninguna fuga en la central sueca, por lo que decidieron alertar al mundo de que en algún punto del planeta había ocurrido un accidente radioactivo muy grave o una explosión nuclear.
Para sorpresa de los propios ciudadanos soviéticos, el Kremlin se vio obligado a anunciar al mundo la catástrofe ocurrida en Chernóbil. Ese nefasto día no sólo saltó por los aires una central nuclear de la que se sentían tan orgullosos que su nombre oficial era Vladímir Ílich Lenin, sino que agrietó los cimientos de un imperio que parecía invencible. Ese día empezó a morir la URSS.
 
300 años de soledad
Tres décadas después del peor accidente nuclear de la historia, la vida para los humanos es incompatible en un radio de 30 kilómetros alrededor de Chernóbil. El primer sarcófago no aguantó ni siquiera 25 años y la radiactividad se escapaba por las grietas, lo que obligó a la comunidad internacional a actuar de urgencia ante el llamado de auxilio lanzado por Ucrania, una de las repúblicas independientes surgidas del colapso de la Unión Soviética en 1991, cinco años después de la catástrofe.
El nuevo sarcófago, que se espera está concluido en 2017, tiene unos 104 metros de altura y una estructura metálica en forma de arco gigantesco. No se apoyará en ningún muro del edificio siniestrado en cuyo interior se encuentra el núcleo radioactivo. Las paredes del nuevo sarcófago estarán cubiertas de policarbonato, material que impedirá que se concentren partículas radioactivas, y de material anticorrosivo, para evitar que se escape la radiactividad durante los próximos cien años. Si lo consiguen, aún tendrían que pasar otros dos siglos para que la gente pueda volver a habitar sin peligro en las cercanías de la central. En total, 300 años de soledad en torno a Chernóbil, reconvertida en un parque temático de nuestros errores, con permiso para visitar durante varias horas.
El coste del segundo sarcófago está a la altura de la envergadura del proyecto. Solo la gigantesca estructura metálica cuesta mil 500 millones de euros, mientras que el proyecto total asciende a dos mil 150 millones de euros.
Cuando esté concluido se convertirá en una de las obra de ingeniería más grandes que haya levantado el hombre, tan grande como la vergüenza que deberíamos sentir por haberles heredado a las generaciones venideras un futuro hipotecado por el fantasma de la radiactividad.
(Nota especial de Fran Ruiz para La Crónica)

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