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“La historia de México se puede contar a través de sus huesos”: Vicente Alonso

La historia de México se puede contar a través de sus huesos: desde Miguel Hidalgo hasta Cocula, Guerrero, porque el país ha sido un territorio violento desde hace mucho tiempo atrás. Pero también estos huesos permiten reconstruir la realidad, a veces turbulenta, para tener certezas y poder reconfigurar la visión del país, señala Vicente Alfonso.
En entrevista sobre su reciente novela “Los huesos de San Lorenzo” –editorial Tusquets, 231 pp-, el escritor y periodista cuenta cómo la trama de esta historia narra parte de la realidad nacional, pero también describe la crisis de identidad individual, la corrupción, la religión y la ideología.
¿Los Huesos de San Lorenzo muestran los huesos del México actual que describen la corrupción, la violencia, la inseguridad?
—Hay un asunto con los huesos: los que son reliquias sagradas y vestigios arqueológicos o recientes que generalmente se usan para mostrar lo que nos queda de épocas pasadas o ayudan a reconstruir algo que fue, pero ya no es.
Con la figura de los huesos busqué mostrar la realidad histórica mexicana y su entorno agresivo. No sólo hablo de los años recientes, porque la nación ha sido un territorio violento desde muchos siglos atrás.
Por ejemplo, está la historia de los primeros asentamientos en el norte del país con las primeras misiones jesuitas que se enfrentan a los indios laguneros e irritilas y a todas las poblaciones que eran nómadas pero transitaban por esas zonas.
Y desde ese tiempo, hemos transitado por tiempos y realidades violentas, convulsas. Turbulencias que vienen de muchos siglos atrás y con esta novela tengo la intención de reconstruir esa realidad compleja del país a partir de fragmentos.
Espero que el lector sea el detective de esta historia, pero no en el sentido inmediato y superficial, para que pueda replantearse la realidad y saber que estamos llenos de prejuicios y tenemos que reconfigurar la visión de México, porque los huesos están saliendo todo el tiempo. Porque si hablamos de huesos, ahí está la historia reciente de México: los restos humanos en basureros, en ranchos, montañas o predios.
Entonces, si alguna responsabilidad tenemos los que escribimos, ya sea en el periodismo o literatura, es mostrar que todas las ideas que pasan por nuestras cabezas son construcciones, no son certezas, estar dispuestos a replantearnos el entorno en cualquier momento. Cuando aprendemos a leer libros, aprendemos a leer el mundo y en un México complejo donde nos tratan de convencer de muchas cosas que siempre tienen un trasfondo. Por ejemplo, cuentan una gran historia como la de Joaquín “El Chapo” Guzmán, donde vemos que hay mucho por atrás y, cuestionar esto, puede ayudarnos a paliar la gran turbulencia que vive el país.
¿También es una novela de choques y crisis de identidad?
—Sí, hay muchos choques como los hay en la vida del hombre. Por ejemplo, tengo un hermano gemelo y la novela es, hasta cierto punto, autobiográfica. Me importaba responder una pregunta que tuve que enfrentar desde niño: ¿Qué se siente tener un hermano gemelo? Al principio trataba de responderla por medio de un ensayo, pero me di cuenta que por el lado lógico racional era muy difícil trasmitir la experiencia porque todos en algún momento nos preguntamos: ¿Qué se siente ser el otro?
Entonces opté por hacer una novela que permita al lector involucrarse con esta realidad compleja de vivir permanentemente con crisis de identidad, replanteándose lo que damos por cierto, esas certezas que asimilamos sin racionalizarlas.
Como decía la abuelita: “La única certeza que tenemos es la muerte”. Sí, pero también es la mayor de las dudas. No sabemos cuándo vamos a morir y ésa es la principal incertidumbre, si lo supiéramos, cambiaría la forma de existir.
Pero las otras certezas, las que llamo hipótesis de trabajo, son las que ayudan a tener una idea del mundo. En la novela hay un personaje que unos médicos dan por muerto y otros asumen que está vivo. Eso sucede en la realidad: dependiendo de los síntomas y la legislación de un país a otro, se puede considerar a un paciente vivo o muerto. Eso habla que no hay realidades absolutas, sino complejas, interpretadas todo el tiempo. A eso jugamos, a interpretar la realidad.
¿Planteas que el ser humano no tiene la certeza de que existe?
—Exactamente. Ése es el gran problema de la vida. ¿Quién soy? ¿Cómo me veo a mi mismo? ¿Cómo me ven los demás? Todos nos hacemos esas preguntas. Esto lo platicaba con Federico Campbell (1941-2014) hace unos años y él reflexionó toda su vida sobre la identidad. Asumimos lo que somos a partir de las historias que otros cuentan sobre uno o las que nos contamos. Pero al final, el gran conflicto es si es cierta o no la historia que creemos, porque en estas interpretaciones propias o de terceros, hay un hueco donde la realidad es una, pero con lecturas infinitas.
¿Cómo defines tu literatura?
—Vengo del periodismo. Un oficio que ejerzo desde hace muchos años. Colaboré en muchos diarios y ahora soy coeditor del suplemento cultural Confabulario de El Universal. Antes estuve en El Siglo de Torreón y otros periódicos como reportero.
Por eso soy un narrador de la vieja escuela. Hay escritores que le dejan la responsabilidad al lector y le dicen: si tú no entiendes lo que estoy diciendo, muy tu problema, yo voy en sentido contrario. En contraste, concibo el oficio de escritor para contar historias que se puedan leer de una sentada, sin complicaciones y para que la gente te regale unas horas o un par de días.
Entre mis afinidades literarias están Federico Campbell, Vicente Leñero, pero me veo muy marcado por los libros de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, es decir, por los autores del Boom Latinoamericano, que me parece que nos heredaron mucho y aún hay bastante jugo que sacar de ahí, además de la novela policiaca.
¿Y la música en tu obra?
—Juega un gran papel en mi vida. La primera novela que hice —“Partitura para mujer muerta”— es sobre este tema. Esta segunda —“Huesos de San Lorenzo”— no habla mucho, pero sí es muy musical.
Este arraigo tiene su sustento en que estudié composición musical en la Universidad Autónoma de Nuevo León, que se quedó trunca por el periodismo. Y efectivamente, la música es una de mis grandes pasiones y escucho de todo, porque hay riqueza en cualquier expresión musical: desde el cardenche y la redova o los grupos norteños hasta Stravinski, Brahms, Mozart, del cual me gusta mucho la Gran Misa en do menor, concretamente el “Gloria”, que me parece una de las grandes manifestaciones de la creación humana. También Pink Floyd, que es una maravilla, y por supuesto The Beatles. Y todo esto, porque uno escribe más con el oído que con los ojos.
 
(Entrevista de Adrián Figueroa para La Crónica)

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