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DAMNIFICADOS EN GUERRERO, SUFRIMIENTO CON NOMBRE Y APELLIDOS

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Acapulco, Gro., 30 Sep. 09:14 (Notimex).- El sufrimiento de miles es un dato frío e impersonal que fácilmente se puede dejar de lado; el de una persona con nombre y apellido, con un rostro que puede reflejar la mirada de quien lo ve, es abrumador.

Lo que se vive en Guerrero a consecuencia del paso de la tormenta tropical Manuel podría ser ejemplificado con una frase atribuida al gobernante soviético José Stalin quien decía que “la muerte de un hombre es una tragedia, la de millones es estadística”.

Fácil sería elegir las historias más desgarradoras para conocer la magnitud de la tragedia, pero se trataría de evaluaciones subjetivas, así que, es mejor dejar que sea el azar el elector.

Como muestra la desgracia en Guerrero, una de las entidades más pobres y atrasadas de la República, van las historias que les salieron al paso a los elementos de la Policía Federal que han sido habilitados para labores de rescate y de reparto de ayuda humanitaria.

En el asentamiento conocido como Luis Donaldo Colosio, donde la fuerza de la naturaleza se tradujo en inundaciones de hasta dos metros de altura y que pusieron en peligro la vida y el patrimonio de los pobladores, quedan los remanentes de lo ocurrido.

A más de dos semanas del punto culminante de la tragedia, Silvia Rosas, de 19 años, con un avanzado embarazo a punto de culminar, sufre las angustias para conseguir diariamente el alimento indispensable para ella y para el niño por nacer.

Su marido, empleado en la hotelería, está prácticamente inactivo desde los días de la inundación y sus ingresos, compuestos fundamentalmente de propinas, se han reducido a su mínima expresión.

Esta mujer ha tenido que solicitar ayuda de familiares y amigos que le permitan enfrentar los gastos extraordinarios.

Por eso, Silvia, en cuanto se enteró que un vehículo de la Policía Federal lleno de despensas andaba cerca de su casa, sin pensarlo se unió al grupo de vecinos que pedían les entregaran parte de su preciada carga.

Debido a su avanzado estado de embarazo, tuvo miedo de meterse entre la gente que se reunía alrededor del camión.

Afortunadamente tuvo la suerte de que uno de los efectivos de la policía se dio cuenta de su angustia, reflejada en su rostro y de manera directa, fue a poner en sus manos una de las despensas, con la suerte adicional de que un muchacho se ofreció a llevársela hasta el interior de su casa.

Mientras Silvia salió relativamente bien librada de este lance, Ofelia González sólo vio cumplidas sus expectativas a la mitad, y es que pese a que ella fue de las afortunadas que alcanzó una despensa, no puedo convencer al policía que las repartía para que le diera una adicional para doña Eulogia.

Dicha mujer es semiparalítica y estuvo en riesgo de morir el día de la inundación, pues sus parientes la dejan sola durante el día para ir a buscar el sustento diario.

Por más esfuerzos que hizo doña Ofelia para convencer al policía de que lo que decía era cierto, para lo cual se ofreció a llevarlo en ese mismo momento a la casa de doña Eulogia, el uniformado no puedo corroborarlo porque en sus órdenes no estaba previsto abandonar el trabajo asignado para atender una petición particular.

Con su despensa a cuestas, doña Ofelia la dejó un momento en el suelo, la abrió para verificar lo que contenía y para hacer unos cálculos rápidos de cuanto destinaría a su propia familia y cuanto compartiría con doña Eulogia.

Los repartidores de la Policía Federal se enfrentaron también a la furia de don Palemón, identificado así nada más con su puro nombre, quien gritaba a los policías para que antes de entregar la preciada ayuda, identificaran con un censo preciso a quienes verdaderamente lo necesitaban.

Aunque él mismo, diría después, tenía problemas para aprovisionarse, había otros más adelante en la rinconada que estaban peor, con sus casas de madera deshechas y el lodo hasta las orillas, lugar donde ciertamente hasta los vehículos de motor tendrían dificultades para avanzar, donde la ayuda, si hubiera, tendría que distribuirse a pie.

Se encontraron también con el caso de Nazario Ortiz, orgulloso integrante de la Asociación de Vendedores de Plata de Taxco, quien, aunque sólo tenía arroz y frijoles en su casa, prefirió dejar que las despensas se las llevaran otros.

En tanto él intentaba colocar algunos de sus productos de plata en las manos de los visitantes que llegaron con los policías federales que repartieron la ayuda.

Por estos días, los únicos que visitan Acapulco son los que llegan con alguna encomienda de trabajo, pues los turistas que en condiciones normales abarrotan hoteles, restaurantes y establecimientos de servicio, no se ven ni por equivocación.

Nazario no tiene por lo pronto a nadie a quien vender, pero todavía confía en que se cumpla la promesa del gobierno estatal de que se levantará un censo para identificar a quienes perdieron todo para apoyarlos con créditos que les permitan recuperar el paso.

“Quién sabe si cumplan”, reflexionó Nazario en voz alta, pero él, sin embargo, con una sonrisa franca dijo estar seguro de que la vida se repondrá, tal como estaba antes.

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