Voces del Periodista Diario

Duele más el cuero que la camisa

EL LECHO DE PROCUSTO

Por Abraham García Ibarra

En el sexenio rompe records y de “máximos históricos”, restando aún seis meses para que concluya su periodo constitucional, a Enrique Peña Nieto le faltan sólo tres muertos para empatar el registro de Felipe Calderón, de 48 periodistas asesinados (2006-2012).

Con los seis ejecutados en lo que va de 2018, desde 2013 han sido ultimados 45 colegas. El más reciente -que seguramente no el último, según se ven las cosas-, Héctor González Antonio, cuyo cadáver fue encontrado el pasado martes en Ciudad Victoria, Tamaulipas.

El signo de ese sistemático exterminio, es la impunidad: A principios de semana, la defensa de uno de los presuntos asesinos de Javier Valdez Cárdenas, periodista y escritor, Heriberto N El Koala, informó en Culiacán que tramita amparo de la justicia federal para que se revoque el auto de vinculación a proceso al que está sometido el imputado.

(La contabilidad de la Comisión Nacional de Derechos Humanos reporta 133 asesinatos en los últimos 18 años. La Fiscalía Especial para la Atención de Delitos contra la Libertad de Expresión (PGR) se creó en 2010. Ha tenido cuatro titulares. Ningún caso se ha resuelto a satisfacción.)

Primero fue “El círculo rojo”

Con Vicente Fox, la cifra de periodistas y comunicadores asesinados, fue de 22. Pero ese número no lo dice todo.

El colorido ingrediente en el sexenio del primer gobierno democrático en la historia de México (según lo presentaba el guanajuatense), lo representa el hecho de que, desde Los Pinos, se trazó el círculo rojo en el que se pretendió confinar a los periodistas y opinantes incómodos.

Hay algo macabro en la imaginaria tinta circular: El mismo color de la sangre de periodista que ha sido derramada sobre el territorio en lo que va del siglo.

Tejiendo la soga con la que serás ahorcado

Con Felipe Calderón (sus ácidos detractores dejaron su primer nombre en Lipe, porque, con su guerra narca, se le perdió la fe) y su número funeral 48, se dio otro marco:

En la segunda mitad de su sexenio, con etílico aliento pinolero, se circuló el texto de un “pacto” por el que más de 600 “líderes de opinión” y casas editoriales de todo el país, aceptaron imponerse la autocensura en el tratamiento del tema de la galopante criminalidad.

En ese sexenio se implantó el diagnóstico de la percepción pública. Lo que la gente del llano, el ciudadano de a pie veían, no era lo que se veía y  oía desde Los Pinos. Lo que sentía Calderón, y lo decía voz en cuello es, vamos ganando la guerra, aunque no lo parezca.

Asalto casi vaquero a los trenes rigurosamente vigilados

Calderón vive, la guerra sigue: El pasado martes -día en que se hizo el hallazgo del cadáver de González Antonio-, si bien en un boletín, el propio gobierno de la Republica emitió el siguiente peritaje: En recientes años, ha habido un inusitado crecimiento de los índices de violencia (…) contextualizado en el debilitamiento de las estructuras institucionales de los tres niveles de gobierno.

No fue espontánea esa confesión. Un día antes, una de las representaciones de los hombres de negocios, la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), en voz de su presidente, Gustavo de Hoyos, asestó: Esta administración se ha equivocado una y otra vez en materia de seguridad pública.

De su lado, la Asociación Latinoamericana de Pequeñas y Medianas Empresas, que preside el mexicano Alejandro Salcedo, previó que el último año de gobierno de Peña Nieto, será -en materia de inseguridad- peor que 2017. Incluso, mayor a la correspondiente al sexenio de Calderón.

En pleno siglo XXI, las estampas del México de la posmodernidad nos recuerdan las películas del viejo oeste: Audaces comandos asaltan trenes rigurosamente vigilados para apañarse la mercancía. No es folclor: Es la mera realidad nacional. Y eso que no se quiere que retornemos al pasado.

“El mal de muchos…” no nos sirve de consuelo. Por nuestra parte, sabemos que duele más el cuero que la camisa: Un periodista que muere, uno solo, es un atentado contra la Libertad de Expresión y el Derecho a la Información.

Y a todo ese que hemos narrado, se le llama desde lo alto normalidad democrática. ¿Qué sería si viviéramos en la “anormalidad”? Es cuanto.

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