Voces del Periodista Diario

El espejismo del Becerro de oro

Abraham2-2-1-300x180El lecho de Procusto

Por Abraham García Ibarra

La pintura de un primer escenario para abordar el tema, nos retrata un paisaje dantesco. Estamos a menos de once meses de que el pueblo mexicano acuda a las urnas a la formación de poderes públicos y no se divisa una luz, una sola, en el negro y asfixiante túnel.

La lucha de los contrarios en México, con vistas a la sucesión presidencial de 2018, semeja el tropel de una manada acéfala a galope hacia el abismo. No se escucha una voz cuerda, un pensamiento nomás, un llamado a la razón que ponga orden frente a la pandemia de esquizofrenia.

Estamos, en la percepción de don José Ortega y Gasset, ante el irracional e innoble espectáculo de un combate entre epilépticos y paralíticos.

¿Plantear un debate de ideas? No sirve de nada, porque la síntesis del conflicto intelectual ha de dirigirse a una autoridad política que, revestida de Ética, la estudie, la sedimente y la ponga a caballo.

En México, hay una explosión de poderes que se suplantan o se usurpan por todos los medios fácticos a la mano,  sin que a nadie le quite el sueño el principio de autoridad. Las poliarquías, les llaman los científicos sociales. Irreconciliables, acotamos nosotros, porque aquí no se respetan los derechos del otro.

México, sin estadistas ni políticos: Sin líderes de vanguardia

No existe secreto en ese hondo y suicida proceso de descomposición en México. Un verdadero estadista, escribió Abraham Lincoln, es aquél que piensa en las futuras generaciones; un político, es aquél que piensa en las próximas elecciones.

La tragedia de los mexicanos radica en que, en la era neoliberal, la fábrica de estadistas y políticos ha sido clausurada. La de Cresos, en cambio, sigue produciendo en serie, sin que haya superintendente del control de calidad. ¡Urge descolonizarnos!

La sucesión presidencial de 2018 chapotea en un fétido océano de corrupción.

Esa peste se potenció a raíz de que la nueva clase que disputa la Nación, reducida a simple grupo dominante, decidió por sus pistolas anexar a México a los Estados Unidos y reproducir en nuestra sociedad las peores prácticas y vicios que dieron al traste con el puritanismo que distinguió a segmentos de la generación fundacional del país del norte.

Tocqueville lo observó agudamente. En su obra, La democracia en América, ponderó las virtudes del joven pueblo estadunidense, pero acotó una forma de relativismo moral de su cuerpo conductor, atrapado por el lucro.

El concepto del trabajo, denunció Tocqueville, ha sido desprovisto de criterio y sentido vital: Incluso entre los ricos, el trabajo se prolonga hasta el punto de la fatiga, el agotamiento nervioso y la locura. Siglo y medio después, se hablaría ya de La locura americana.

La maldición del hombre económico puro

El inglés Gerhard von Shulze-Gaevernitz, a ese propósito, describió el hombre económico puro como aquél para quien la felicidad consiste en atesorar dinero, en la acumulación de riqueza. En lugar de coleccionar estampillas o monedas antiguas, colecciona billetes de mil dólares.

Roberto Milchels amplió el diagnóstico: En verdad, muchos encuentran en la ocupación remunerativa la satisfacción que habían esperado: Por lo contrario, para muchos otros Cresos, el dinero, que empieza siendo un esclavo encadenado y obediente, se transforma en un amo absoluto, que los explota y abruma.

El trabajo realizado para obtener riquezas, en lugar de felicidad, se convierte en una manía, una idea fija, una obsesión, una pesadilla que demanda imperiosamente el sacrificio de todo lo valioso; inclusive la tranquilidad espiritual y el amor sexual.

Dice Michels que para ese tipo de  especímenes, hasta las esposas se vuelven aborrecibles, mientras el marido permanece atado a los escritorios de sus oficinas durante toda la vida o, disparatados e inquietos como el judío errante, corre a los pasadizos y pasillos de la Bolsa de Valores: No conocerán la paz hasta que abandonen este mundo.

Lo que nos trajo la transculturización invasiva

El proceso de transculturización, con todas sus correas de dominación, ha auspiciado que, en la era neoliberal, aquellas conductas monstruosas se trasplanten en México, transformado ya, por la acción de los tecnócratas, en una envilecida sociedad de servidumbre, incubada en la placenta del propio Estado.

En su libro El desorden económico, su autor el economista Larry Bates cita una figura-mito que señorea el mundo de las altas finanzas. Fiat, dice Bates, significa nada, que no tiene valor. En otras palabras, la moneda está respaldada sólo por la fe de las personas que están creando el dinero.

Volviendo a las figuras señeras que fundaron los Estados Unidos, Thomas Jefferson dejó desde principios del siglo XIX su ahora ignorada advertencia: “En verdad sinceramente creo… que los poderes bancarios son más peligrosos que los ejércitos armados”.

¡Qué de actualidad es esa advertencia! Es preocupación de instituciones tradicionales que formaban y aún forman en algunas regiones  al pueblo norteamericano, su degradación y desintegración bajo el azote de las drogas.

Los nuevos Cresos no piensan lo mismo: Se sabe que los cárteles de las drogas mueven al año más de 800 mil millones de dólares. Lo hacen, en el mercadeo en las calles y en las plazas públicas, en antros también; pero lo hacen principalmente, al través de las complejas y clandestinas redes bancarias, entre las que destacan las domiciliadas en los propios Estados Unidos.

Entre  algunas series televisivas estadunidenses vendidas y difundidas en México, se cuenta la historia de un lavador de dinero en la bolsa de Chicago, que sirve a los capos mexicanos; no faltaba más. Se ve bajo riesgo de muerte por algunas fallas. Se refugia en un inadvertido condado.

Ahí, el protagonista envía a sus hijos a la escuela. La maestra circula un volante para decir NO a las drogas. El chico se niega a firmarlo. La maestra lo reprende: El niño replica. ¿Pero es que no sabe usted que el dinero de las drogas salvó a los Estados Unidos de la crisis financiera de 2008? Con eso está dicho todo.

La obra de Franklin D. Roosevelt

El caudillo del Nuevo Trato, que en el siglo XX sacó a sus gobernados de la postración económica y moral que les impuso La Gran Depresión, Franklin Delano Roosevelt, se refirió alguna vez a su paso por el Colegio de Harvard: En los manuales sobre Economía que se nos hacia leer, sólo encontré basura.

Huelga decir que Roosevelt enderezó la economía norteamericana, decretando nuevos y acerados controles al sistema bancario y financiero, cuya rapacidad especulativa hundió a la Nación y al mundo en la catástrofe.

Hacemos referencia al tránsito estudiantil de Roosevelt, porque la primera generación de tecnócratas que tomó por asalto el poder político en México pretendió acreditar su condición de cuadros de excelencia, exhibiendo títulos de posgrado en las universidades de Harvard, Yale, Chicago, Stanford, etcétera.

Es posible que en esos planteles, los becarios mexicanos hayan conocido los nombres de Sammuelson o Galbraith. Se quedaron con Hayek y Friedman y sus doctrinas; vistas desde la perspectiva actual, disolventes.

Desde el punto de vista de origen académico, los economistas enquistados actualmente en el poder hacendario y bancario tienen similares pergaminos, pero en la operación se ven no sólo descafeinados, sino francamente ineficaces. Recordar nomás al clásico: Le economía es un asunto demasiado serio como para dejarla en manos de los economistas.

Son, algunos de esos arrogantes economistas, los que, ahora mismo, piensan sólo las próximas elecciones. De las futuras generaciones, el que venga atrás que arríe.

Los dioses ciegan a los que quieren perder

Grave omisión: Por estar presos de la inmediatez electorera, esos funcionarios que detentan el poder del Estado, no leen en los elocuentes signos de los tiempos: Los dioses ciegan a los que quieren destruir.

No es mala sentencia, si no fuera porque entre las espuelas se llevan a 123 millones de compatriotas.

¿Está el mundo, y en él México, al borde del cataclismo? Los financistas mexicanos no lo saben; o fingen que no lo saben. Si lo ignoran, peor aún.

Colocamos el aviso para el ciclo 2018-2014 y lo repetimos de la siguiente manera. Citamos: “La desaparición del actual sistema monetario internacional ya está en proceso”.

La explicación: El síntoma más claro está en la frenética belicosidad de Estados Unidos, impulsada por la percepción que tienen quienes mandan en ese país, de que pierden influencia en el mundo y que se les escapa el fin anhelado de consolidar en el mundo una duradera conquista.

No es ciencia ficción. Recientemente, el presidente de la Asociación Cívica Pro Plata, don Hugo Salinas Price, se dio a la tarea de practicar su deporte favorito: Informarse para pensar.

El respetable mexicano coloca el riesgo en el siguiente cuadrante: El fin del dólar como base del sistema monetario internacional significa el fin de los Estados Unidos, tal y como existen.

La caducidad del dólar norteamericano, la acelera esta realidad: China y Rusia están acumulando importantes cantidades de oro. China es el mayor productor. Todo lo atesora. Es cosa de que el Bloque Euroasiático fije un precio mayor al oro y: La estabilización a la alza del poder adquisitivo del oro en los intercambios eliminará los desequilibrios comerciales en el mundo. Se abrirá una nueva era.

¿A qué servirán ante ello las reservas internacionales denominadas en dólares que tiene en libros el Banco de México, si a final de cuentas, se trata papeles que, de por sí, están bajo control de la Reserva Federal de los Estados Unidos?

Frente aquel descomunal desafío, la propia banca central reporta una magra reserva de 100 toneladas de oro. Ni nombrarla como respaldo en cualquier caso de contingencia.

La cuestión es que ahora mismo el Banco de México está en el limbo. Tiene vacante el puesto de gobernador después de que el doctor Agustín Carstens prefirió cambiar de confort a Basilea, sede del Banco Internacional de Pagos. ¿A quien escogerá, no Enrique Peña Nieto, sino el Fondo Monetario Internacional para tan ingente relevo? Ni Christina Lagarde lo sabe o no lo revela.

Una fresca rendija se abre en el Congreso de la Unión

Los tecnócratas parecen no advertir el riesgo, pero en el Congreso de la Unión parece abrirse una rendija a la conciencia de la crisis. Es eventualmente posible que en el próximo periodo de sesiones ordinario agarre el toro por los cuernos y procese un dictamen para legislar de manera que se conceda al público la posibilidad de disponer de dinero en forma de moneda de plata.

La dramática situación de los mexicanos del llano no puede estar sujeta a las heladas matrices insumo producto a las que son adictos los tecnócratas metidos en la superstición de los números y las estadísticas.

¿Qué bien le harían los legisladores a sus compatriotas? Uno que no es de poca monta: El incierto futuro económico se prevé y se remonta promoviendo el ahorro familiar. Las amas de casa, con esta vocación, suelen multiplicar los panes en la mesa del hogar.

Una opción absolutamente objetiva para impulsar esa cultura, es exigir que el Banco de México institucionalice la cotización de dinero en plata para que los mexicanos, que ya no esperan años de vacas gordas, puedan tener providencia para seguir superviviendo en los eternos periodos de puras vacas flacas.

Esperar que Enrique Peña Nieto convoque a sus “sus cuadros de excelencia” a que moderen su compulsión de tratar de resolver la crisis económica de México a fuerza de puro nuevo endeudamiento, y busquen formas creativas para encontrar aquí mismo alternativas, se antoja sueño guajiro.

Pero recordamos el optimismo del insumiso sinaloense Manuel de Jesús Clouthier del Rincón: A veces de arriba nos caen milagros. Mientras haya aliento nada está perdido. ¿Es que no se habló alguna vez del milagro mexicano, cuando los paisanos podían comer con manteca?

 La globalización económica mundial repta herida; dentro de unos días, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte será puesto a prueba para saber si no está en estado terminal. Y si lo está, ¿no es hora de echar a vuelo la imaginación? O porfiaremos en la modorra, la parálisis que suele enviar a los perversos o timoratos al basurero de la historia. Es cuanto.

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