Voces del Periodista Diario

Si yo fuera canciller mexicano

El lecho de Procusto

Por Abraham García Ibarra

Desde esa imaginaria, yo le dirigiría una nota poco diplomática al inquilino de la Casa Blanca, advirtiéndole que ya nos tiene hasta la madre. Lo voy a explicar por qué, aunque de antemano sabemos que usted no entiende ni atiende razones.

Usted tiene en la Quinta Avenida de Nueva York, su Trump Tower. Si se hiciera un espacio, podría darse una escapada al cementerio de la Catedral de San Juan. Al menos en fotografía podría leer en una lápida la siguiente leyenda:

Luchó en defensa del orden y la justicia/ por la democracia y en defensa de los oprimidos/ Socorrió a los pobres/ y sólo hizo el bien/ Prestó grandes servicios a los Estados Unidos/ Era el amor.

Esa loa está dedicada a Salvatore Carmelo Luciano, conocido en los bajos fondos de Nueva York como Lucky Luciano. Lo de los grandes servicios a los Estados Unidos se asume porque, teniéndolo preso, la Presidencia los requirió durante la II Guerra Mundial para enviarlo a Sicilia a fin de facilitar el desembarco rumbo a Europa de las tropas aliadas.

El aquelarre en el hotel Waldorf Astoria (Nueva York)

Usted también debe estar familiarizado con el exclusivo hotel Waldorf Astoria. Pero esta narrativa requiere un antecedente, que es el siguiente:

Hacia finales de la primera década del siglo XX, uno de sus antecesores promulgó la Ley seca para prohibir el comercio y consumo de alcohol, lo que favoreció el mercado clandestino no sólo del etílico, sino de otros frutos espirituosos.

No pudo con los traficantes Eliot Ness, el de Los intocables “con licencia para matar”. Una década después, se derogó la prohibición.

Al arrancar los años 30, un distinguido huésped del hotel citado estaba registrado como Charles Ross, que no era otro que don Carmelo Salvatore. Lo de Don es título que identifica al jefe de todos los jefes. Obviamente, de La famiglia.

Pues bien. Luciano convocó a su suite a sus  más confiables socios. Como ya no hay distinción entre jefes políticos y jefes mafiosos, emplearemos una metáfora. El gran jefe formó su gabinete. En éste, la más importante cartera, Finanzas y heroína, le fue cedida al judío-polaco-gringo Majer Suchowljansky, reducido al nombre de batalla Meyer Lansky.

Una de sus primeras misiones la cumplió Lansky en Shangai. Cerró tratos con los controladores del opio para acordar los suministros a los Estados Unidos. Pero a mediados de la década los japoneses consumaron el asalto sobre Indochina.

En el umbral de la II Guerra Mundial, era previsible que la disposición de morfina y heroína para heridos de guerra, se dificultaría. Se requerirían fuentes alternas de abastecimiento. Fue cuando Washington, señor Trump, arrancó a México un acuerdo para sustituir la proveeduría de esos estupefacientes.

Así apareció el Triangulo dorado del noroeste de México

Fue la oportunidad para que Lansky y sus sicarios se desplazaran al noroeste de México a promover y financiar el cultivo de amapola, la flor de la muerte. Los viejos gomeros sinaloenses sólo disponían de laboratorios rudimentarios que procesaban droga de baja calidad, que funcionaban en algunas  boticas.

Optimizar la calidad de los derivados de opio sólo sería posible en modernos laboratorios que operaban en Arizona (USA). Hacia allá se dirigió la goma cruda. Las caravanas sinaloenses eran recibidas con fanfarrias por el mismito gobernador en turno. Fue ese, señor Presidente, el origen del afamado Triangulo dorado (Sinaloa, Durango y Chihuahua).

Uno de los personajes que al tiempo surgió de aquella primera generación de productores y narcotraficantes, fue El chapo Guzmán, a quien usted ya tiene preso en su país.

¿Sabe usted, señor Presidente, que Meyer Lansky nunca pisó prisión? No lo pudieron apañar porque su eficaz abogado de cabecera fue Richard M. Nixon. El jefe mafioso fue donante de campaña que permitió al célebre californiano llegar al Salón Oval, donde usted despacha ahora, señor Presidente. Llegó por el mismo partido que a usted le permitió el mismo privilegio: El Republicano.

No se haga, pues, señor Presidente el occiso y no nos culpe de la degradación por la que atraviesan sus paisanos.

Memoria de la primera guerra del opio

La seguimos refrescando la memoria, señor Presidente: Los Estados Unidos fueron actores en la Guerra del Opio de la primera mitad del siglo XIX, desencadenada por el Reino Unido en Asia. Aquella por la que China fue despojada de Hong Kong, por mandato de la Reina Isabel I. La segunda fue amiga de su correligionario Ronald Reagan, al que su partido, señor Presidente, también llevó a la Casa Blanca hace apenas unas décadas.

Pero hagamos una retrospectiva: Francia tenía históricamente el dominio de Indochina. A mediados del siglo XX fue desplazada al triunfo del Partido Comunista chino. Ni tardos ni perezosos, llegaron a ocupar su lugar los Estados Unidos.

Empezó la Guerra de Vietman, donde las tropas de su país sufrieron la más humillante derrota, señor Presidente. Eso no obstó para que la Agencia Central de Inteligencia (CIA), de la que ahora usted es jefe, creara y operara la Air opium, identificadas en estas siglas la Air American Continental, Continental Air Service y Lao Development Service.

Subrayamos el nombre de Laos, por su ubicación en el original y verdadero Triangulo dorado asiático. Las cosas fueron bien sencillas: Los aviones militares de los Estados Unidos llevaban tropa y armamento al teatro de guerra: Regresaban a los Estados Unidos repletos de drogas duras.

Un crimen de lesa sociedad contra la juventud estadunidense

Fueron las de los sesenta-ochenta, décadas convulsas en el interior de su patria, señor Presidente: El territorio estadunidense estallaba en ira contra la guerra de Vietnam. No solo, señor Presidente, se alzaban cuerpos y voces contra la segregación y por la defensa de las libertades civiles y los derechos políticos de las minorías. Año clave: 1968,

¿Cuál fue la respuesta de la Casa Blanca? Un crimen de lesa sociedad: Los campus universitarios y las zonas habitacionales pobladas de esos negros que, usted señor Presidente, tanto abomina, fueron inundados con sustancias prohibidas.

Después estalló el escándalo del Irángate

¿Hablamos de Reagan, señor Presidente? Fue el gestor del Irángate o Irán-contra, la guerra sucia para derrocar al gobierno sandinista de Nicaragua. Permuta de droga-armas, para dotar de poder de fuego a La contra nicaragüense.

¿Seguimos la conversación o aquí paramos? Le seguimos: En esa criminal operación, que fue motivo de escándalo en El Capitolio, la Casa Blanca se amistó con los altos jefes de los cárteles de Cali y Medellín, Colombia, gustosos de “colaborar”, poniendo al servicio de la CIA toda la oferta de cocaína posible.

Su coartada ahora, señor Presidente, es que México es problema de seguridad nacional para su gobierno. ¿Por qué lo es? Que se lo conteste su compañero de partido, George W. Bush.

De cómo se nos impuso la Iniciativa Mérida

Por si no lo sabe, fue Bush el que le impuso al gobierno de México la Iniciativa Mérida, como extensión del ya se sabe fallido Plan Colombia. Por esa iniciativa, México fue víctima de la ocupación de agentes civiles y militares de los Estados Unidos, con especial relevancia los de la Agencia Antinarcóticos (DEA), que han hecho de la soberanía mexicana un papalote.

Ahora usted, señor Presidente, nos quiere mandar a su ejército: Remember The Alamo. Recuerde México febrero 23 (Chihuahua). Recuerde Veracruz 1914. Pero que va a recordar usted. Usted expectora. O si lo recuerda, por eso cultiva su odio antimexicano, revanchista.

Es la carta que escribo como si fuera canciller. Pero yo no soy canciller. Soy un modesto patriota mexicano. Es cuanto.

VP/Opinión/EZ

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