Voces del Periodista Diario

Soberanía, lo que pudo haber sido y no es

VOCES OPINIÓN Por: Lic. Mouris Salloum George.

 

Carece de sentido especular cómo, en una Europa crispada, terminarán hoy en París las celebraciones de La toma de la Bastilla, santo y seña de la Revolución francesa.

Con independencia de lo que haga y diga la representación gubernamental encarnada por el neoliberal Francois Hollande, no deja de ser, aquella, fiesta de un pueblo fiel a su historia y poco afecto al poder absolutista ejercido por la monarquía.

Casualmente, la crisis financiera, social y política que en 1789 detonó la gesta revolucionaria del pueblo francés, se hace nuevamente presente en el marco de una globalización desquiciada y desquiciante y una Europa amenazada no sólo con la ruptura en solitario del Reino Unido, sino convulsionada por la crisis del pacto unitario.

De la rica y variada experiencia de Francia, viene aquella expresión que concluye que la Historia se produce una vez como tragedia y se repite como farsa. Sabremos este mismo 2016 si esa hipótesis sigue teniendo vigencia.

A propósito de Francia, conviene recordar que hace apenas un mes se cumplió el 149 aniversario del fusilamiento de Maximiliano en el Cerro de las Campanas, Querétaro, y el próximo 18 es el día luctuoso de Juárez, el restaurador de la República mexicana.

Un sesquicentenario imposible

Esas rememoraciones cívico-políticas nos dan pie para señalar cómo la lectura y el seguimiento del que todavía algunos mexicanos llaman santoral republicano está sujeto al veleidoso “estilo personal de gobernar” del Presidente en turno.

Hace 30 años por ejemplo, en un rapto del fundamentalismo neoliberal, documentos y reliquias de la Revolución mexicana fueron refundidos en lo que originalmente se proyectó como  estacionamiento en la Plaza de la República de la Ciudad de México, habilitado a final de cuentas como “museo.

Con el método selectivo de efemérides a la carta, el gobierno ha designado ya instancias para organizar el primer centenario de la promulgación de la Constitución de 1917, cosa de risa si no fuera por las perturbadoras consecuencias que para México acarrean las apresuradas reformas que vuelven el original un texto irreconocible en su letra y en su espíritu.

¿Por qué no se instituye el año próximo como Sesquicentenario de los fusilamientos de Maximiliano, Miramón y Mejía, tema que permanece vivo en el imaginario popular como culminación del rescate de nuestra soberanía?

No se instituye una conmemoración de esa magnitud, precisamente por su lectura simbólica: ¿Cómo celebrar la recuperación de la soberanía nacional cuando ésta -no se hipoteca- se entrega a jirones a cuanto gobierno extranjero o inversionistas particular se quiere halagar y para brindarle “seguridad jurídica” a sus capitales.

Y todavía, en caso de litigio, exponer al Estado mexicano en tribunales extranjeros, de preferencia estadunidenses. Así no hay santoral republicano que valga.

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