Voces del Periodista Diario

“¿A dónde vamos, señor Presidente?”

EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra

La -transitoriamente- exitosa ofensiva contra el Estado nacional, popular y revolucionario devino en la década de los ochenta implantación del modelo neoliberal made in USA.

¿Cuál fue el rasgo más sobresaliente de esa transición? Los presidentes de México pasaron de ser estadistas a la condición de estadígrafos.

No fue casual que, en 1983, se creara el Instituto Nacional de Estadísticas, Geografía e Informática (Inegi), cuyo primer presidente fue el doctor en Economía Pedro Aspe Armella, formado en el privado Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), con posgrado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts.

En lo sucesivo el discurso público, cargado de retórica doctrinaria, fue sustituido con estadísticas, guarismos, ecuaciones generadas en las matrices insumo producto.

Se había dado en ese periodo, al calor de la Reforma Administrativa, un ríspido debate sobre la supremacía en el poder público de los técnicos o de los políticos.

El estadista don Jesús Reyes Heroles, entonces secretario de Gobernación, declaró que los técnicos debieran ser subordinados a los políticos y no al revés.

A principio de los setenta, Reyes Heroles, desde el PRI, en una rica pieza oratoria,  había analizado el papel de Los Científicos del porfiriato y las disolventes consecuencias de su obra. Por eso, alertó el intelectual tuxpeño, debemos combatir la pretensión de la tecnocracia de constituirse en poder político.

Voz que nadie escuchó -aunque su autor sea tantas veces citado en otras de sus elaboraciones- 120 millones de mexicanos sufren la cruda de una borrachera que no se pusieron.

1975-1982: La ruptura con el poder presidencial

Hacia 1975-1976, en el sexenio de Luis Echeverría, se produjo la primera visible ruptura del poder empresarial con el poder presidencial. La segunda se declaró en 1982 contra José López Portillo.

Carlos Salinas de Gortari, gestor del modelo neoliberal, operó -con bastante eficiencia, dicho sea de paso- la institución de un nuevo corporativismo empresarial, basado en la entrega a particulares del patrimonio nacional.

Salinas de Gortari había contendido en 1988 contra Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. En la campaña presidencial de 1994, Luis Donaldo Colosio, según cercanos confidentes, recibió de Salinas la consigna de lanzarse a fondo contra Cárdenas, que contendía por segunda ocasión por la presidencia. El candidato lo desoyó. Murió asesinado.

Esa referencia nos remite a un ejercicio memorioso. El presidente Lázaro Cárdenas enfrentó en 1938, después de la Expropiación Petrolera, La Rebelión Cedillista, del general y gobernador Saturnino Cedillo. La desactivó in situ.

Cedillo no actuó motu proprio. Fue sonsacado por los intereses petroleros extranjeros y apoyado por diversos centros patronales de la Ciudad de México y de las capitales de algunos estados.

La Expropiación Petrolera fue la reacción del momento, pero los detonantes se colocaron desde que El Divisionario de Jiquilpan puso a caballo su Plan Sexenal de Gobierno para reconstruir la economía mexicana sacudida por la reciente Gran Depresión en los Estados Unidos.

Quiso poner el acento Cárdenas en la reconstrucción del tejido social roto desde el movimiento armado. Le dio prioridad a la Reforma Agraria (una de cuyas aplicaciones se dio en la Comarca Lagunera) y en 1936 introdujo al Congreso de la Unión su iniciativa  de reforma a la Ley Federal del Trabajo de 1931.

El huevo de la serpiente

Hacia 1928, cuando el presidente interino Emilio Portes Gil promovió el primer Código Federal del Trabajo, reglamentario del artículo 123 de la Constitución, reaccionaron los empresarios de diversas regiones del país que, en Monterrey, crearon la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) para hacerle frente a la reforma laboral. La Coparmex es, desde entonces, el único sindicato patronal con registro legal hasta la fecha.

En el primer tercio de su sexenio, Cárdenas lidió con Plutarco Elías Calles que se opuso frontalmente a su gobierno. Cárdenas lo expulsó, junto con el líder obrero del Callismo, Luis Morones Prieto. Los empresarios condenaron esa audacia cardenista contra el Maximato.

En 1936, en Monterrey, Antonio Rodríguez -quien en 1939 aparecería como patrocinador del Partido Acción Nacional-, sublevó a sus aliados de clase con un discurso contra el comunismo y la anarquía.

A lomo de las excitativas de Rodríguez, los empresarios regiomontanos acometieron la creación de sindicatos blancos para salir al paso a las fuerzas sindicales que, en 1936, convocaron al Congreso Unificador del Proletariado.

No por casualidad, en 1936 se declararon las huelgas nacionales los ferrocarrileros y electricistas. En su cresta se montaron los obreros de la Vidriera de Monterrey, que emplazaron a los patrones a mejorar las condiciones de trabajo. Infructuosamente.

La patronal regiomontana logró la solidaridad de sus pares  de otros estados y se declararon en rebeldía contra Cárdenas. En su estilo entrón, el general Presidente viajó Monterrey en plan de reconciliación. No la logró.

Advirtió entonces: La situación de los propietarios de Monterrey tienen ramificaciones en otros centros económicamente importantes del país. “Los propietarios no deben provocar una mayor resistencia que pueda convertirse en un foco de resistencia política al Estado y originar una contienda armada”.

Y aquí el aviso: Si los propietarios son incapaces de resistir la lucha social necesaria, pueden entregar sus industrias a los trabajadores o al Estado. Un paro nacional no sería prudente. Ni tolerado.

Los empresarios acusaron recibo y se apaciguaron al menos por dos años. La nueva Ley Federal del Trabajo se promulgó.

Carlos Fuentes: ¡Echeverría o el fascismo!

En 1939, ya fundado el PAN, segmentos empresariales la jugaron con el general rejego Juan Andrew Almazán, a quien animaron a un levantamiento armado. No funcionó la estratagema.

Con el conciliador Manuel Ávila Camacho los económicamente poderosos se agazaparon. Con Miguel Alemán asomaron de nuevo la cabeza. Adolfo El viejo Ruiz Cortines los mantuvo a raya.

Fue con el mexiquense Adolfo El joven López Mateos, que los empresarios volvieron a las andadas y ocasión hubo en que lo desafiaron con el emplazamiento público: “¿A dónde vamos, señor Presidente?”.

No amilanó al mexiquense López Mateos el insolente reto empresarial. Siguió gobernando con la Constitución del 17.

En la década de los setenta, la clase patronal fundó el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) para combatir al Estado nacional, popular y revolucionario. Fue el contexto en el que el escritor Carlos Fuentes escribió para los bronces: Echeverría o el fascismo.

Los económicamente poderosos están de regreso. No hay estadista que los pare. Hacia finales del sexenio de Felipe Calderón, el magnate don Lorenzo Servitje conmovió a sus escuchas: ¡Pobrecito Presidente! ¿Qué dirá ahora el empresario panificador? Es cuanto.

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