Voces del Periodista Diario

Dos adversarios y un traidor

EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra

Ni los veo, ni los oigo”. Tal disposición a la ceguera y sordera se le adjudicó a Carlos Salinas de Gortari cuando todavía los presidentes se animaban a comparecer ante la Sesión General del Congreso de la Unión.

Se referiría el ex Presidente, según versiones, a legisladores incómodos que se dan cita en el Palacio Legislativo de San Lázaro, a los que luego les da por interpelar agresivamente a los comparecientes.

De acuerdo con recientes boletines de la secretaría federal de Salud -al formular un catálogo de incapacidades que afectan a los mexicanos-, señala la dependencia que el síndrome más común de esas incapacidades, es la dificultad para ver y escuchar.

Según la misma fuente, 23 millones de mexicanos viven con algún tipo de incapacidad. Para otros padecimientos de alta incidencia, se habla de que son problema de Salud Pública.

Estamos tratando de investigar cuántos de esos mexicanos discapacitados están enquistados en el sector público, donde suelen blasonar de su vocación de dialogo, aunque a la hora de la verdad, se quedan anclados en el monólogo. Pero ese será tema de otra entrega.

El príncipe Narciso se puso de nuevo de moda

Narciso vio su imagen en las aguas de una fuente. Quedó enamorado de sí mismo. Tanto que, alelado, murió embrocado en “el vital líquido”. Pero Narciso resucitó convertido en  flor. Otros no tienen la misma suerte.

A Vicente Fox Quesada, un equipo de siquiatras consultado por la Sacra Rota Romana, le diagnosticó, entre otras afecciones mentales, Narcisismo. Está lejos de convertirse en flor.

En nuestros aciagos días, los altos mandos del gobierno federal y algunos dirigentes de partido sustituyen las aguas de la fuente por las pantallas de televisión. Ahí están, a todas horas, en vivo, en directo y a todo color. Imaginamos que al final del día repasan esas estampas para saber si no les falló su imagólogo de cabecera.

A algunos de esos personajes no les bastan los reflectores de las cadenas televisivas. Celular en mano, en cada acto público se les ve sonrientes para el selfie: La fotografía de sí mismos, que luego meten a las redes sociales.

Entre el camerino para el maquillaje -el Botox y el gel capilar son imprescindibles- y el monitoreo posterior, podemos calcular que esos protagonistas de tiempos triple A carecen de ídem para ocuparse de otras tareas menos prosaicas, aunque también estén en la televisión. Existen, pues.

¿Quién ve La dichosa palabra?

Verbigracia: El gobierno federal dispone de un canal de Estado, el 22. Si las disposiciones burocráticas no cambiaron anoche, se sabe que la cabecera de sector de ese medio, es la secretaría federal de Cultura.

En ese canal se trasmite cada semana el programa La dichosa palabra. (La palabra es un sacramento de delicada administración, a decir de don José Ortega y Gasset).

Lo recordamos en este momento, porque hace unas horas se presentó el Nuevo Modelo Educativo diseñado por la Secretaría de Educación. El spot propone que su premisa es Aprender a aprender; dicho sea de paso, título de un manual de vieja factura en circulación desde hace varias décadas.

La dichosa palabra, obra didáctica, sería una buena disciplina para los funcionarios federales   o sus redactores de discursos, para empezar “aprender a aprender”. Pero si se trata de la política educativa, mejor aprender a enseñar. “La letra con sangre entra”… pero con sangre de maestro.

El disparate como forma de “comunicación”

Volvemos a Vicente Fox. Cuando escuchábamos sus discursos de gobernador de Guanajuato, era común su queja contra los periodistas. Los acusaba de transgiversar sus palabras.

En su tiempo de Presidente, Fox casi adquirió el título de lingüista. Para resolver un subconsciente conflicto de ambigüedad sexual, dejó de legado a los oradores públicos su famoso chiquillos y chiquillas, las mexicanas y los mexicanos, las y los legisladores.

Al arrancar la actual LXIII Legislatura federal, el pastor en San Lázaro, el mexiquense César Camacho Quiroz lanzó sus spots presentando a ese órgano legislativo como La cámara de diputadas… Un abono a la equidad de género.

Ahora, es común escuchar a los actuales secretarios encargados de despacho anunciar las políticas públicas, afirmando que tales políticas incidirán en esto y en esto otro. Obvio, en sentido positivo.

Si nuestra Madre Academia no se equivoca -suele hacerlo-, incidir es la acción de influir negativamente en la conducta humana o en el comportamiento de las cosas. Incidir, en algunos casos de manera reincidente,  significa incurrir en el error o la falta.

Otras fuentes ilustran el verbo con este ejemplo: El aumento de impuestos incidirá en el malestar de los contribuyentes. En fin.

En defensa de nuestras fuerzas armadas

El que le pone como divisa al Nuevo Modelo Educativo Aprender a aprender, el notable y notorio pedagogo Aurelio Nuño Mayer, recientemente fue descontado por una niña de educación primaria: No se dice ler; se dice leer.

Denostar, es injuriar, insultar. Quien hace esto denuesta, no denosta, según cree el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, al salir en defensa de las fuerzas armadas. Del verbo contar, en tercera persona se conjuga cuenta. No conta.

El paisano Guillermo Fárber dice que, el que actúa o discursea con disparates, lo hace con “diseños del enemigo”. Parece que a los oradores de esta hora les pasa lo que a algunos jugadores dominó en cuartos: Juegan con dos adversarios y un traidor. Es cuanto.

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