Voces del Periodista Diario

La invasión de los naguales electoreros

EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra

 

Si de la investigación sobre la evolución de las especies -en la que sólo sobreviven los mejor dotados-, una de las brutales consecuencias es el darwinismo social (racismo, discriminación, exclusión: Pobreza y miseria), ¿cómo aplica en México un estudio sobre la materia?

Sepultado por los tecnócratas neoliberales el Estado de bienestar, no se requiere consultar la ciencia infusa para descubrir porqué más de 70 millones de compatriotas son víctimas del darwinismo social.

Los mandarines del neoliberalismo depredador tienen tres décadas enquistados en el poder político y pretenden un sexenio más.

Para perpetuarse en el ejercicio de gobierno, esos especímenes han tenido que metamorfosearse con vocación camaleónica, con tal eficacia que han podido asestar a los mexicanos dos usurpaciones del poder presidencial y, a la luz de los hechos, no parecen tener llenadera.

Su placenta: La democracia representativa

El caldo de cultivo de la reproducción esos especímenes tiene como receta la bienamada democracia representativa: “Yo me represento, yo me represento, yo me represento a mi mismo”. ¿A qué andar con la monserga de la democracia participativa?

Se ilustra ese fenómeno en la actualidad con un dato irrebatible: La fuente de formación de leyes, obvio, es el Poder Legislativo.

Impunidad a escala industrial

En las dos cámaras del Congreso de la Unión mangonean los órganos de decisión (directivas y comisiones de dictamen) los representantes del PRI. No pocos llegaron a curules y escaños sin obtener un solo voto directo de los electores. Son plurinominales en el más amplio y rentable sentido.

En San Lázaro, el jefe es el priista mexiquense César Camacho Quiroz. En esa colegisladora se tenían acumulados por más de una década 320 expedientes con solicitudes de juicio político contra otros tantos sátrapas. En ningún caso, por el método exprés, ha procedido la demanda.

Los promotores de esas solicitudes son a sumas iguales a la de los imputados, siempre del partido enemigo, sean legisladores, detentadores de cargos ejecutivos de elección popular o simples administradores subordinados: Ahí la “justicia es pareja: Todos inocentes”.

El Pacto de bellacos funciona con más eficiencia que el fáctico Pacto por México.

En la cámara alta manda el priista yucateco Emilio Gamboa Patrón. En el mugriento santuario de la senectud, desde hace más de dos y medio año está entre telarañas un expediente con la solicitud de una reforma constitucional que legisle sobre la revocación de mandato.

Esa sanción sería aplicable por ley a los servidores públicos ineptos, rateros, negligentes, prevaricadores, ineficaces, asesinos en algunos casos, etcétera.

Para algunos efectos sancionatorios, figuras como la de revocación de mandato pasan por el escrutinio popular. Aun en republicas bananeras se tiene institucionalizada esa figura. Y se ha ejecutado, incluso contra jefes de Estado o de gobierno.

En una de las solicitudes de reforma constitucional introducida al Senado para la revocación de mandato, los senadores se atrincheraron en la resistencia no obstante que la Suprema Corte de Justicia de la Nación emitió, si no un extrañamiento, la recomendación de que se diera curso al procedimiento legislativo. Y qué.

Se extinguió la especie de los mapaches

¿Cómo se ha llegado a ese estado de complicidad e impunidad cuando el régimen de división de poderes se concibió no sólo como sistema de equilibrio, sino de contrapesos para prevenir, investigar y castigar las desviaciones de la ley y su disolvente consecuencia: La corrupción?

 Se ha llegado por la vía de la democracia representativa. Y existen hartos y suficientemente documentados casos en que se ha arribado a los puestos políticos más altos, aiga sido como aiga sido, según consta en recientes anales.

Ese “haiga sido” no tiene reparo en el fraude a la ley y a los votantes. Al menos hasta 1988, se señaló como perpetradores de la transgresión a los militantes del PRI, a los que se endosaba el monopolio de las felonías electorales. En estados del norte se instituyó la coartada pretendidamente justificatoria: El fraude patriótico. Como se lee.  

Pero cuando el “partido casi único” dejó de serlo, sus adversarios triunfadores compartieron o se apropiaron de la franquicia.

En la época tricolor más bronca, en el robo, secuestro o quema de urnas electorales eran identificados soldados disfrazados de civiles: Se hablaba entonces de los verdes. Hasta una Ola Verde operó en Sonora en los años sesenta. Y de qué manera.

En tiempos más recientes, hasta la usurpación del poder presidencial de 1988, al catálogo se incorporó la etiqueta de mapaches y caricaturas del inofensivo mamífero se exhibían en los puestos electorales con la leyenda: ¡Se busca vivo o muerto! Se ofrecían recompensas en metálico por la captura de uno lo los que fueran.

Ahora el paisaje electoral, en estos aciagos días, se puebla de verdaderos naguales. A cada amanecer, se descubre que la plaga se emboza en todas las siglas y colores. Es una pandemia. No existe la milagrosa vacuna preventiva.

Sí, se confirma la teoría de la evolución de las especies. Por eso estamos como estamos. Es cuanto.

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