Voces del Periodista Diario

Moral: Árbol que da moras

EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra

 

En los registros de la picaresca mexicana ubicamos el testimonio de un miembro de alguna Legislatura federal en un pasado no remoto: Las dietas duran tres años… la vergüenza, toda la vida. Las huellas de ese ex legislador se perdieron en la noche de los tiempos.

“Vergüenza”, es el temor a la deshonra. Es un sentimiento que han borrado de su siquis la sedicente clase política mexicana y su comadre la burocracia. La corrupción es el primer manido producto de ese olvido.

Hace algunos años, tuvimos noticia -soterrada en los medios- del suicidio de un adolescente. Se especuló que escapó por la puerta falsa al no soportar el acoso de sus compañeros de colegio que le llamaban hijo de mapache

“Mapache”, es el uso que se les da a “promotores” de votos electorales, especialmente para el partido en el poder. El padre de aquel chico era funcionario de un departamento del Instituto Federal Electoral (IFE).

Después, fue implicado en un caso de financiamiento ilegal a la campaña de un candidato presidencial. Más tarde fungió como vocero de Los Pinos. Al parecer, el suicido de su hijo no le causó algún cargo de conciencia.

Nuestro oficio nos permite alguna cercanía con políticos profesionales. A dos los observamos desde su moza y apasionada militancia partidaria juvenil. Uno acaba de ser repatriado a México después de purgar condena en una prisión neoyorkina imputado de lavado de dinero del narco.

Otro aparece (con dos compañeros “de sector y de partido”) en expedientes judiciales en cortes estadunidenses por relaciones peligrosas con el narco.  

Seguimos la trayectoria estudiantil, académica y política de un mexicano fuera de serie. Se le consideró uno de los más brillantes estudiosos de la Ciencia Política en México.

Dos de sus obras de investigación, son de consulta obligada en estos días de extravío ideológico: La Revolución en crisis y La política de masas y el futuro de la izquierda. Tenía fama de ser un intelectual insobornable.

Nadie está obligado a seguir el dictado de los genes. De éstos resultan hijos que son el reverso de la medalla de sus padres. Se afilian y sirven a los intereses “del sistema”.

No pretendemos ejercicios de siquiatría cuando nos planteamos por qué trance emocional pasarán los vástagos de políticos caídos en desgracia, como los ex gobernadores Tomás Yarrington Ruvalcaba, Guillermo Elías Padrés, Javier Duarte de Ochoa, Eugenio Hernández Flores, Roberto Borge Angulo, César Duarte Jáquez, Jorge Herrera, etcétera; así como los de algunos altos mandos federales, expuestos a la vindicta pública.

La guerra sucia en pleno apogeo 

Es un asunto, el anterior,  que nos sobrecoge a la vista del grotesco y cínico espectáculo que ofrecen los protagonistas de los procesos electorales en los estados de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz.

La propaganda negra, aquí, en Venezuela o en Francia, es consustancial a las campañas electorales en la “democracia representativa”. En México, se ha tomado a título de fe que en la política, como en la guerra, todo se vale.

La guerra sucia es el emblema de la política de cabotaje. Si hubiera política de altura, otro gallo nos cantaría.

El problema al que nos enfrentamos es que aquellos beligerantes debieran ser sometidos al freno por los árbitros electorales que, dice la ley, al cumplir con una función de Estado, deben actuar conforme a los principios rectores de certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad.

¿Quién, en su sano juicio, se traga las ruedas de molino de que consejeros y magistrados electorales se ciñen a esos imperativos jurídicos y éticos?

Las elecciones constitucionales dan curso a la formación de los poderes públicos. Los titulares del gobierno deben crear las condiciones idóneas para la formación cívica de nuestros hijos.

Sucede, sin embargo, algo parecido a lo que ocurre en el crimen organizado. Sus operadores actuales, son los retoños de los grandes capos capturados. De tal palo, tal astilla. La política se ha vuelto espejo de ese “modelo”.

¿Tiene reparación esa desviación? Dejamos la respuesta entre corchetes. Es cuanto.

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