Voces del Periodista Diario

¿Son iguales los mexicanos humillados en EU a los de aquí?

EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra

Ya que el santoral republicano está pleno de efemérides cívicas, México vibra tendrá mucha chamba en los próximos días.

Verbigracia, el 19 de febrero se festeja el Día del Ejército Mexicano. Entre los activistas del México vibra aparece la organización civil Causa Común, que encabeza María Elena Morera. Esta organización promueve “el Acompañamiento al Desarrollo Policial”.

Puesto que el Ejército mexicano está ocupado en tareas de Seguridad Pública, seguramente Causa Común estará presente en el festejo a los soldados.

Luego viene el 24 de febrero, Día de la Bandera Nacional. Este emblema, con el del Escudo Nacional, son los iconos que presenta la convocatoria a la unidad en la diversidad.

En el combate a Donald Trump, México vibra tiene en su agenda la defensa y protección de los derechos de los mexicanos transterrados en los Estados Unidos, perseguidos desde la Casa Blanca.

Por asociación de ideas, se nos antoja que Causa común es un imperativo genérico que tiene que extender su manto protector a los mexicanos ofendidos y humillados en nuestro propio territorio.

Antes de continuar, señalaremos una limitante que México vibra impuso en su convocatoria para la movilización del pasado 12 de febrero: No plantear causas internas.

La leva de indígena hacia los valles del noroeste

Iguales pero diferentes, fue un postulado indígena escuchado a finales de los noventa. Aunque diferentes, en cuanto a régimen de explotación, los compatriotas que permanecen aquí son iguales a los explotados y perseguidos en los Estados Unidos. Es, desde esta óptica, que acomoda lo de causa común.

Pongamos un caso: Los jornaleros del Valle de San Quintín, Baja California. Ese valle, en el municipio de Ensenada, lo habitan las comunidades Vicente Guerrero, a quien se debe el apotegma La Patria es primero; Lázaro Cárdenas, el que tanta tierra repartió a los parias mexicanos durante su gobierno, y Camalú.

Aquí nos tienta el ejercicio memorioso: Desde los años 70 seguimos el compulsivo y penoso éxodo de la población indígena de Oaxaca (principalmente mixtecos, zapotecos y triquis), enganchada por traficantes de personas para ponerla al servicio de los terratenientes de los valles agrícolas de Sinaloa.

Cobraba auge la agricultura de exportación en su variedad hortalizas y legumbres. Los jornaleros foráneos tradicionales se importaban de estados de El Bajío. La cosecha de esos productos era, en algunos casos sigue siendo, manual.

En eso de las “ventajas comparativas”, los latifundistas de Sinaloa encontraron que, por su baja estatura, los indígenas de Oaxaca –oaxaquitas, le llamaban- se acomodaban mejor a la recolección manual, sobre todo del tomate. Alguna vez escribimos que esa tarea la cumplían los indígenas con amoroso encanto. La cuestión era la productividad y en esta asignatura los jornaleros indios son campeones.

Desde las montañas mexicanas hasta el Valle Imperial

Seguimos el peregrinaje de esos errantes obligados hacia los valles del sur de Sonora hasta el Valle de San Quintín. Ahí empezaron a ser enganchados rumbo al Valle Imperial, California.

Desde entonces, denunciamos que los oaxaquitas eran confinados y hacinados con todo y sus familias, en barracas insalubres sometidos a jornadas hasta de 14 horas diarias, con pago a destajo y sin Seguridad Social.

A los oaxaquitas siguieron los indígenas guerrerenses y chiapanecos. Se sumaron michoacanos y veracruzanos, sometidos al mismo régimen cuasi esclavista.

En 1960, el Valle de San Quintín tenía una población total de ocho mil 500 habitantes; para 1970, unos 38 mil. Ya en 2010, el Censo de Población registró más de 92 mil. En 2013, se habló de 167 mil. Entre los jornaleros agrícolas se contaron unos 25 mil menores de 15 años. En general, el denominador común es la baja escolaridad.

Los riesgos en la actividad de los jornaleros en los valles agrícolas del noroeste, son la exposición a químicos tóxicos, agravada por la escasez de servicios públicos indispensables; el de salud, sobre todo.

El mismo pago, pero allá en dólares

El historial laboral cuenta que el pago a esos jornaleros promedia de 700 a 800 pesos por semana; un máximo de dos mil 400 al mes. Ya los expatriados  al Valle Imperial, California, reciben la misma suma, pero en dólares.

Las aguas mansas en el Valle de San Quintín empezaron a inquietarse desde finales del sexenio pasado. Cuando se desbordaron territorialmente en movilizaciones de protesta, el actual gobierno federal intervino y les prometió reparar la precariedad salarial, otorgar Seguro Social, libertad sindical,  etcétera.

Obviamente, el secretario federal de Trabajo y Previsión Social, Alfonso Navarrete Prida, no cumplió esas promesas.

Por eso, en estos días, el movimiento jornalero del Valle de San Quintín se organiza para emprender una caravana que arrancará  el 4 de marzo, cruzará siete estados de la República y llegará el día 17 a la Ciudad de México.

¿Los recibirá el secretario del Trabajo?

Hace seis meses, el titular de la Sagarpa, José Eduardo Calzada Rovirosa, se ensombreró para acompañar a productores rurales que llegaron hasta El Zócalo metropolitano, a pedir que se cumpla la Reforma del Campo. ¿Hará lo mismo el secretario del Trabajo Navarrete con la caravana de San Quintín?

Con independencia de la reacción gubernamental a esa movilización, ¡qué oportunidad! tan noble se le presenta a México vibra para unir en una causa común la respuesta al drama de nuestros compatriotas en los Estados Unidos y de los mexicanos que aquí lo padecen. ¿No es acaso la divisa Mexicanos primero? Es cuanto.

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