Voces del Periodista Diario

Vicente y Diego, ¿se les atrofió el disco duro?

EL LECHO DE PROCUSTO Por: Abraham García Ibarra

El 2 de julio de 2006, Vicente Fox Quesada cumplió 64 años de edad (ahora tiene 74), seis de haber sido electo Presidente de México y cinco de haber contraído matrimonio civil (segundo) con  la señora Marta Sahagún Jiménez.

Doña Mercedes Quesada Etxraide ya no pudo atestiguar la triple celebración de su hijo. Justamente tres días antes, 29 de junio, murió en San Francisco del Rincón, Guanajuato.

Nacida en San Sebastián, España, y naturalizada mexicana, una evidencia oral parecería expresar su amor por México. Lo dijo de esta manera, alarmada, cuando supo que Vicente cabalgaba en su yegua favorita Maximiliana  rumbo a Los Pinos. No, no lo visualizo en la presidencia. Sus razones, tendría.

Diez años después, nostálgico del poder presidencial, el ex hombre de las botas de charol  (dejó de calzarlas por prescripción) ambula por estas tierras de Dios girándola de ajonjolí de todos los moles.

Da el ex presidente valiosos consejos a Enrique Peña Nieto, se erige en imbatible defensor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que pretendió elevar al rango de Alianza Comercial de las Américas (ALCA), acomete un heroico combate para impedir que el republicano Donald Trump llegue a la Casa Blanca, etcétera.

Sin saberse a ciencia cierta si es en reciprocidad a aquél afamado decretazo, el guanajuatense dicta inolvidables cátedras de democracia y política en algunos medios electrónicos concesionados.

Lo que haya dictaminado la Sacra Rota Romana sobre la salud mental de ese personaje, no cuenta. El sigue clamando por el rating.

“Pero su barba huele a monarquía…”

“Su pensar tiene aroma de anarquía/ (‘algo huele a podrido en Dinamarca)/ pero su barba huele a monarquía”…

‘México sin mentiras’ es el lema/ que alguien usa en alguna propaganda/ por ver si al pueblo algo se le ablanda/ para así hundirlo en esa estratagema”…

“La traición es mentira, que precisen/ los que han sido sus han sido sus máximos errores/ pues tiene larga cola que le pisen”.

Las líneas anteriores las escribió en 1994 la poeta doña Griselda Álvarez. Se las dedicó al abogado Diego Fernández de Cevallos: “¿Atacar a las viejas? ¿En campaña?/ ¿Mandar a su casa al viejerío?/ Que irreflexión tan grave ¡señor mío!/ o qué escasa neurona le acompaña”.

El Jefe Diego alterna en estos días con quien fuera su compañero de partido, el citado Vicente, en cuanto piso de televisión o cabina radiofónica lo convoca. No tiene la culpa el indio.

Hace unas horas, la doctora Amparo Casar, también protagonista en medios electrónicos, le asestó una soberana paliza al eminente jurista azul al polemizar sobre el putrefacto asunto de Veracruz. En abono de Fernández de Cevallos, reconoció su patín.

Ambos afamados personajes -Vicente y Diego- trasmiten en vivo, en directo y a todo color la impresión de que se les ha atrofiado el disco duro, o han sido hackeados por algún malicioso malqueriente. Qué le vamos a hacer. Es Libertad de Expresión. Es cuanto.

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