Voces del Periodista Diario

2018: A punto de la conflagración social

Voces del Director

Desde Filomeno Mata 8

Por Mouris Salloum George (*)

Lo que pasa, cuando crujen las estructuras tectónicas, en sociedades estratificadas como la nuestra, es que las aguas mansas suelen salirse de madre.

Si quienes conducen la República hubieran estudiado o se dieran tiempo ahora para leerla y atender sus advertencias, la alertante obra de Guillermo Bonfil, México profundo/ Una civilización negada, se evitarían gastos en la Cruzada Nacional contra el Hambre.

Sustancialmente, los responsables de la estabilidad del Estado, habrían avanzado en su compromiso de un México en paz.

Cierto es que Bonfil pone el acento de su inquietud en la inhumana situación de los pueblos originarios pero, en el México neoliberal, la mayoría está en la categoría de indígenas excluidos de las políticas públicas.

Más que ciertas corrientes disidentes, la Naturaleza ejerce en México una acción subversiva: Lo vimos en los sismos de 1985 en que, en la Metrópoli, surgió una nueva forma de insurgencia social, primero espontánea; luego orgánica.

En días posteriores a los terremotos que asolaron Oaxaca y Chiapas, la presencia de burócratas fue saludada por los damnificados con irritadas reacciones que se condensan en la ya institucionalizada expresión ¡Estamos hasta la madre! de que siempre nos vengan a prometer lo mismo.

No es para menos: Las comunidades indígenas -que cargan de por si con la discriminación secular- en los últimos cuatro sexenios han sido puestas bajo los depredadores designios de corporativos privados, la mayoría extranjeros, que las despojan de su patrimonio no sólo material, sino cultural, que tiene como fundamento una visión cosmogónica propia.

Si la actitud de criminal desdén de las autoridades centralistas hacia aquellos territorios -ya no tan remotos como en la antigüedad- pudo pasar como signo de neocolonialismo, no es aconsejable dar las mismas respuestas a las consecuencias sociales de la furia de los elementos naturales en los estados del altiplano que convergen en el Valle de México.

La crisis humanitaria, que se ha exacerbado en lo que ahora se conoce como megalópolis, requiere de reformas profundas, no de agua de borrajas.

Por el descomunal alcance de la destrucción, es hora en que el Presidente debió convocar a su gabinete a fin de revisar las asignaciones del presupuesto para 2018, y acotar el gasto corriente a fin de privilegiar las prioridades que impone la tragedia colectiva.

No lo han hecho ni el Ejecutivo ni el Congreso. En cambio, conservan en los Criterios de Política Económica el gasto a las instituciones armadas a las que, en dos de sus corporaciones, se destinan en conjunto 34 por ciento de incrementos a sus partidas.

Si no se da cauce institucional a la justa protesta social, ¿serán suficientes las fuerzas federales para contener una eventual sublevación contra la insensatez gubernamental? La pradera está seca. No hay que usar la gasolina y el cerillo por suicida tentación incendiaria.

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