Voces del Periodista Diario

“Uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde”

Exclusiva para Voces del Periodista

Por Isaura García Nava

Esto es algo que aprendí con el tiempo, algunas cosas ya las olvidé, pero otras las recuerdo con nostalgia, como cuando en mis viajes he perdido objetos que ahora extraño por alguna razón.

A los 15 años viajé a Londres, en este lugar dejé, entre muchas cosas, unos chiles que me llevé para no extrañar tanto el sabor de mi país y los vendí a unos paisanos por 13 libras; esta habilidad para hacer negocios la desarrollé desde entonces, pero después me arrepentí cuando la comida de este lugar me empezó a saber siempre igual (fish and chips, ketchup , mashed potatoes).

En México, a pesar del poco dinero, podía buscar una esquina y comer unos tacos; sin problema conseguía una comida deliciosa y barata, sin embargo en Europa es difícil comer bueno y barato. Más adelante, veía a mis amigos paisanos disfrutando los mismos chiles que alguna vez fueron míos.

Después viajé a Francia; en este lugar dejé más que sólo objetos, dejé mi primer beso; entendí que el primer beso sólo existe hasta que lo das y yo lo perdí porque lo desperdicié en una noche muy efímera, con una persona muy efímera.

Muy tarde comprendí el valor de guardar ese tipo de experiencias, que para mí tenían importancia pero por el arrebato de estar en Francia y sentir un poco de algo que confundía con cariño, me hizo olvidar la importancia de este.

A veces recuerdo más las cosas que he dejado que los lugares en los que he estado; en París, dejé un adaptador para cargadores y una bocina en forma de gatito, y honestamente no sé qué sería de estos objetos si aún los conservara y me da curiosidad saber qué es de ellos ahora, como si su valor hubiera incrementado con su perdida o con su ausencia en mi vida.

A partir de este momento, me interesó dejar partes de mí en los lugares a los que iba, algo como dejar huella o hacer evidente mi presencia temporal, haciendo graffittis, dejando objetos en las calles a propósito, regalando cosas a desconocidos. ¿Cuántas cosas he dejado a mi paso?, ¿Cuántos momentos valiosos e intangibles he regalado? A los 17, viajé a Canadá, y en este lugar hice amistades muy valiosas, entre ellas una amiga con la que me juntaba a fumar de vez en cuando; la última noche que estuve en Winnipeg, Manitoba, hicimos un porro tan grande que lo dejamos a la mitad, no sabíamos qué hacer con él, pues olía demasiado fuerte, entonces lo dejamos afuera, debajo de las escaleras de mi casa y varias semanas después de dejar Canadá recibí una llamada de mi amiga, quien estaba buscando la mitad del porro que habíamos dejado afuera y ella lo quería buscar conmigo. Lo encontró, se lo fumó y yo me puse a pensar de nuevo en los objetos y en cómo dependen de que los recordemos para que existan. ¿Qué hubiera pasado con el porro si nadie se hubiera acordado de que estaba esperando en su escondite debajo de las escaleras? Hubiera dejado de ser un porro.

En mi viaje más reciente fui a Guadalajara con una amiga; ella es una persona muy organizada y yo, todo lo contrario, mis maletas siempre son un desastre y creo que esa es la razón por la que pierdo cosas constantemente; en Guadalajara dejé un diario en el que escribía pensamientos muy íntimos, estaba repleto de fotografías, dibujos, recortes; recuerdo que tres páginas del diario estaban repletas de boletos del trolebús.

Ahora no tengo idea de dónde puede estar este diario, a veces para consolarme, solía pensar que por lo menos lo había olvidado en un país donde lo pudieran leer y espero que si alguien lo encuentra, sienta que me conoce un poco más, así habría un poco de posibilidad de tener un amigo desconocido en alguna parte de Guadalajara o el mundo.

Ahora, con la ausencia de este diario, siento que las cosas que plasmaba ahí se han ido, no sólo físicamente; pareciera que si no existe ese registro físico de mis pensamientos, es como si jamás los hubiera pensado, como si a través de la constante reafirmación de esas experiencias es más verdadero el haberlo vivido.

Desde entonces, hago listas de lo que he perdido en los viajes que realizo: unas botas para esquiar, un celular viejo, bufanda, un dije de “amigos”, un pantalón roto, un cuaderno con dibujos, vestidos, anillos y aunque a veces me falle la memoria, puedo recurrir al uso de mi imaginación.

Ahora escribo desde una situación similar, viajé a Temixco, Cuernavaca; sin embargo esta vez quiero dejar más cosas de las que me pertenecen. 

El propósito de este viaje fue para cuidar a mi mejor amiga, a quien, después de una serie de convulsiones, le dio amnesia temporal selectiva, y esta experiencia no sólo la ha obligado a recordarse a ella, si no a mí también; constantemente vemos fotos, escuchamos música y le cuento historias, como la historia de el por qué me dice Iracelma de cariño en vez de Isaura, de cuando a los 10 años bailamos una canción de Bruno Mars en un show de talentos, o de las veces que he ido a verla cantar en vivo, y aunque algunas veces en las mañanas no recuerde nada de nuevo, todo se lo vuelvo a contar con la misma alegría que la primera vez, con la esperanza de que en un futuro todo quede tan dentro de ella que no las pueda olvidar.

Así pues, entendí el valor de los recuerdos y de las experiencias que lo hacen a uno mismo, de las cosas que nos marcan y nos hacen quién somos. Desde una canción hasta preguntarse el por qué del paso del tiempo frente al espejo.

Esta vez es complicado no poder entender en su totalidad lo que se siente estar en su lugar, pero ella me ha dicho que es como haber muerto por mucho tiempo, o como haber vivido sin saberlo o sin tener la certeza de que así fue, por ejemplo, no saber qué te gusta y por qué, o quiénes son tus amigos y quiénes dejaron de serlo y por qué.

En este viaje, yo no he perdido nada ni tengo nada que extrañar, más bien, tengo muchas cosas que dejar, y he aprendido a ser feliz con poco y disfrutar los momentos buenos por lo efímeros que pueden llegar a ser.

Y entonces, cuando estoy completamente sola con ella, solo me queda escuchar los pensamientos que con el agua fluyen, y bajo la luz de la luna, mientras nos tomamos las manos, me cuenta el temor que tiene de que nada vaya a ser como antes, de jamás recordar quién fue, no solo superficialmente, si no lo que le mueve por dentro, sus secretos, sus miedos, sus ambiciones. Y entre momentos de debilidad en los que la escucho llorar, ella misma me dice que uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde.

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