Voces del Periodista Diario

Sobre el discurso de Carlos Pellicer que hoy conmemora nuestro presente

Por: Celeste Salloum y Sáenz de Miera 

El pasado 16 de septiembre, en el Monte de las Cruces, Andrés Manuel López Obrador conmemoró y encabezó una guardia en homenaje a Miguel Hijdalgo, Ignacio Allende y José Mariano Jiménez. En el acto solemne participaron el gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo Mazo; el secretario general de Gobierno, Alejandro Ozuna Rivero; la senadora por la entidad, Delfina Gómez Álvarez; la presidenta constitucional del Ayuntamiento de Ocoyoacac, Diana Pérez Barragán, así como Beatriz Gutiérrez Müller, esposa de Andres Manuel Lópex Obrador, entonces presidente electo.

El mismo día, Gutiérrez Müller dio lectura a un discurso del poeta Carlos Pellicer, el cual rinde honor a aquellos héroes que nos dieron patria. El discurso –escrito en 1930– nos trae de vuelta al orgullo y sentimiento de nacionalismo que se debe traer puesto, no sólo por ser un día conmemorativo, sino por saber que está en nuestras manos el originar un impulso, un destello o un momento que genere cualquier cambio para bien de nuestro país. Hoy, teniendo la esperanza en las manos, recordamos estas palabras que le dan cara y congruencia a nuestra nación.

Discurso de Carlos Pellicer en Huixquilican

16 de septiembre de 1930

Señoras, señores:

He venido a este lindo pueblo con el corazón lleno del entusiasmo de hace ciento veinte años, porque yo soy un rebelde a toda opresión y a toda esclavitud.

Hace días, desde la cumbre de uno de estos cerros, vi la Sierra de las Cruces, el camino del padre Hidalgo y de sus gentes. El campo lleno de los recuerdos del gran patriota cuyo grito de libertad es, con el silencio heroico de Cuauhtémoc, nuestra mejor herencia, la riqueza inagotable de nuestro corazón.

El anhelo de la libertad es el más grande fruto que ha cuajado el corazón humano. Porque sólo siendo libres, porque sólo no siendo esclavos, podemos no odiar, no tener rencores, y hacer de nuestra vida sin rencor y sin odio, el acto de justicia que Dios nos ha ordenado.

Para ser justos es necesario ser libres. Los sentimientos de justicia son hijos de la libertad, pues nunca, siendo esclavos, podremos ser justos.

Los malos gobiernos precipitan a los pueblos a la esclavitud.

Hace 400 años los mexicanos perdieron su libertad por culpa del mal gobierno del rey Moctezuma. Ese monarca impuso por la fuerza contribuciones injustísimas a los pueblos que formaban el gran Imperio Azteca, y los pueblos, así oprimidos, lo odiaron a muerte y juraron venganza.

Cuando los españoles llegaron a nuestras tierras, encontraron fácil la invasión y la conquista, ofreciendo a los indios oprimidos su apoyo y ayuda para acabar con Moctezuma y su tiranía.

Sabemos de sobra con cuánta perfidia obraron aquellos infames aventureros. Y los pueblos, esclavizados por el tirano, se entregaron a los españoles sólo para saciar su odio contra Moctezuma y vengarse de su gobierno despótico.

Así, por culpa del mal gobierno, perdieron los mexicanos hace 400 años su libertad, y cayeron en la horrible esclavitud de la que los sacó después de tres siglos el sacrificio generoso del cura Hidalgo y de sus compañeros.

Por los malos gobiernos también, treinta y seis años después del fusilamiento del señor Hidalgo, perdimos la mitad de nuestro territorio en una guerra injusta con los Estados Unidos del norte.

Ahora, los norteamericanos han empezado a conquistarnos lentamente, corrompiendo con su dinero a muchos de nosotros, comprando por medio de su actual embajador, el nefasto Mr. Morrow, grandes y ricas extensiones de terreno, y la mayor parte de las plantas de energía eléctrica que hay en nuestro país.

¿Pronto perderemos otra vez nuestra independencia? ¿Preferiremos un falso y relativo bienestar económico, es decir, un poco de dinero yanqui que gastaríamos bien pronto? ¿Preferiríamos eso a nuestra independencia, a nuestra libertad?

Es mil veces preferible llevar una vida modesta o una pobreza misma, antes de llenarse de deudas, antes de aceptar el dinero yanqui para ilusionarnos con un traje dominguero, deudas que pagaremos, probablemente, al mismo precio de nuestra independencia, al precio mismo de nuestra libertad.

Es bueno pensar en la vergüenza que será para nosotros, si dentro de algunos años, tal vez pocos, ya esclavos de los yanquis, viniéramos a este mismo lugar, a celebrar esta fecha, en que Hidalgo y sus compañeros se sacrificaron para ser nosotros un pueblo libre.

¿Con qué ánimo vendríamos aquí nosotros, vendidos y cobardes a recordar a Hidalgo y a Morelos, a Mina y a Guerrero? ¿Así corresponderíamos a tan ilustres sacrificios, a sólo la distancia de cien años?

Conciudadanos:

No hay que olvidar que la vida es demasiado corta para que la ensuciemos dejándonos dominar por lo mezquino que hay en cada uno de nosotros. Que todo lo bueno y lo noble que en nosotros hay, nos domine a nosotros mismos.

Que nadie sea indiferente al porvenir de la patria. La indiferencia es tan criminal, como el crimen mismo.

Todos podemos hacer algo por salvar a la nación. La pobreza se cierne sobre nosotros. No gastemos más de lo que ganamos. Más aún, guardemos algo de nuestras pequeñas ganancias, porque tal vez, días peores vendrán a poner a prueba nuestro patriotismo y nuestra honradez.

Mi voz en esta fiesta no trae acentos de alegría. Tampoco soy el mensajero de fatales noticias. He venido sinceramente a traer alerta ante la situación de la república.

Yo no les diría a ustedes: “Alegrémonos ahora, porque mañana estaremos tristes”. Eso me parecería cobarde y ruin. Cuando yo venga a invitarles a la alegría, vendré a decirles: “Hay que alegrarse ahora, porque mañana estaremos más alegres aún, porque mañana seremos más felices que hoy”, y la verdadera alegría exija de la libertad.

Sepamos conservar nuestra libertad ya amenazada por los Estados Unidos. La base de la patria es la libertad. Bendita sea la memoria de los hombres que hoy, hace ciento veinte años, abandonaron familia y tranquilidad, y que dieron la vida misma para dejarnos una nación libre, una verdadera patria.

Que no nos corrompa el dinero yanqui. Prefiramos la muerte antes que volver a ser esclavos.

Carlos Pellicer

Huixquilican, México

Septiembre 16 de 1930

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