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Un páramo de enigmas

Comala existe. Juan Rulfo imaginó un lugar tan caluroso como el infierno. En Pedro Páramo, esta localidad de Colima presta su nombre a San Gabriel, la ciudad de Jalisco donde se ubica la novela.

“Hay que ser mentiroso para hacer literatura”, decía el escritor, quien se aseguró de borrar sus huellas: aquellos que busquen Comala no lo encontrarán, ni tampoco a sus personajes, porque no tienen rostro.

El 19 de marzo de 1955 se editó Pedro Páramo. Han pasado seis décadas, y sus interpretaciones no se agotan, advierte Rafael Olea Franco, investigador del Colmex.

La novela debe leerse hoy como una profecía, sugiere el crítico literario Julio Ortega. México es una tumba abierta, y todos sus habitantes son hijos del cacique, la piedra que funda el desierto.

“México, nos dice, es ilegible porque, en tanto desierto, no tiene centro. Entre la violencia y la corrupción hemos perdido el alma, y ahora somos almas en pena. Pedro Páramo es un alegato contra el fratricidio”, sostiene.

La obra de Rulfo modificó los paradigmas de la literatura, subraya Jorge Ruffinelli, académico de la Universidad de Stanford. “Después de Pedro Páramo, toda novela escrita tradicionalmente tuvo un siglo de antigüedad”.

¿Existió una hacienda a principios del siglo 20 llamada La Media Luna? En su Diccionario de la obra de Juan Rulfo, Sergio López Mena escribe que es un lugar ficticio.

El verdadero Pedro Páramo fue, según el cronista Federico Munguía, un hacendado llamado José María Manzano. Dueño de El Jazmín, despojó a los indios de sus tierras en Tolimán.

Le atribuye también rasgos de dos hacendados de la región: el sayulense Jacinto Cortina y José Bobadilla, apuñalado en 1893 como el cacique de la novela. Otras voces dicen que Rulfo se basó en su abuelo materno, Carlos Vizcaíno, dueño de la hacienda de Apulco, cuya riqueza atribuían a un pacto con el diablo.

Otra leyenda que rodea a la novela fue que Juan José Arreola ayudó a Rulfo a ordenar los 68 fragmentos de Pedro Páramo y lo convenció de mantener su estructura.

La difusión del manuscrito de La feria, de Arreola, recuerda Olea Franco, muestra que en esos mismos años había empezado a escribir esta novela, igualmente fragmentaria.

Para el autor, el personaje central de Pedro Páramo era el pueblo, habitado por las ánimas de quienes habían muerto en pecado.

“Es una novela escrita desde la tumba”, señala López Mena, quien considera que en México los muertos siguen presentes, caminando junto a los vivos.

Para el investigador de la UNAM, la mayor virtud de Pedro Páramo es su lenguaje poético.

“Es una novela de amor y soledad”, dice Ruffinelli, “o de amor imposible al estilo de El Gran Gatsby“.

Ortega destaca su concisión, lograda –según Rulfo– tras eliminar más de un centenar de páginas de la versión original. Toda la novela es un enigma, agrega.

Rulfo quería que el lector participara en la lectura. Por eso dejó algunos vacíos, dice Olea Franco.

“Siempre me he preguntado si alguna vez Juan Preciado se apellidó Páramo, nombre legítimo que le correspondía por su nacimiento”.

López Mena subraya la ambigüedad en la novela: cuando Bartolomé San Juan baja a Susana atada a una soga para que busque en lo profundo monedas de oro, cree que podría estar en una tumba de tiro, y piensa que el hecho de llamar a su padre por su nombre apuntaría a una relación incestuosa.

“El enigma de Pedro Páramo es el de toda obra mayor de la literatura”, dice Ruffinelli: “cómo pudo haber sido construida en el proceso que va de la mente que imagina a la mano que escribe”.

 

Con información de Reforma

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