Voces del Periodista Diario

Biblioteca de Ernesto de la Peña es donada al Centro de Estudios de Historia de México


La biblioteca personal del escritor Ernesto de la Peña (1927-2012) que reúne un total de 6 mil 380 volúmenes de literatura en varias lenguas como griego, latín, chino y arameo, fue donada oficialmente la noche del viernes al acervo bibliográfico del Centro de Estudios de Historia de México de la Fundación Carlos Slim, por la viuda del políglota mexicano, María Luisa Tavernier.
Con esta  colección de libros, suman 26 mil 523 volúmenes que la Biblioteca Ernesto de la Peña, existente desde 1997, resguardaba. Alfonso Miranda, director general del Museo Soumaya, precisó que la biblioteca en mención se conformó a partir del acervo reunido por Francisco Canale, tío de Ernesto de la Peña.
“Canale fue un médico de profesión, humanista experto en latín y griego. Con el amor hacia el conocimiento que le fue inculcado, De la Peña extendió el esfuerzo de su tío y a lo largo de su vida continuó con el incremento de la biblioteca, de cuya colección original se conservan 18 mil 694 ejemplares, que se unen a los 7 mil 829 que el bibliófilo sumó al acervo, con los que la biblioteca cuenta con un total de 26 mil 523 libros que abarcan volúmenes en latín, griego, arameo, chino, árabe, portugués, inglés, entre otros idiomas”, destacó.
Sobre la donación, María Luisa Tavernier indicó que el acomodo de los libros en un espacio pintado de color rojo burdeos es “suficientemente sensual y atractivo para degustar una biblioteca personal que Ernesto donó y que inició su tío Francisco Canale, quien lo crío porque su mamá murió cuando Ernesto tenía 7 meses”.
Desde que Ernesto tenía 4 años, recordó la viuda, su tío le enseñó el griego. “Sabía leer los caracteres griegos nada más, pero me contaba que cuando tenía 7 años se ponía a presumir a sus amigos que él leía esos textos y nadie más sabía algo tan críptico. El propio Ernesto dijo que eso hablaba muy mal de él, porque era vanidoso, arrogante. Pero Carlos Fuentes en Todas las familias felices, cuando me autografió el libro, me dijo que viera tal página, en la cual decía: llegaba rubio y delgado, Ernesto de la Peña que ya sabía más de 20 y tantos idiomas, incluyendo el de Cristo. Así lo pone Carlos Fuentes”.
Esa faceta políglota de Ernesto de la Peña, agregó María Luisa Tavernier, es la más conocida, porque fue la que permeó en todo México y en Santander cuando recibió el Premio Internacional Menéndez Pelayo (en 2012), pero con su biblioteca personal, los visitantes pueden conocer al autor mexicano en la intimidad.
“Pero ahora con esta biblioteca, quiero mostrarles otra faceta de Ernesto. La biblioteca quedó muy sensual, muy atractiva y coincidió con Humberto Eco, en que los libros también son para verlos, no necesariamente se tienen que leer todos los libros que hay en una biblioteca. Cuando le decían (a Ernesto): ¿los leíste todos?, él decía que no, porque hay libros que no se leen, se ven, se hojean, hay diccionarios, libros de consulta, libros en arameo, en muchas lenguas”.
María Luisa Tavernier también recordó que Ernesto de la Peña tenía varias paradas técnicas. “Una era mentir que comía de más porque siempre me decía: no tengo hambre, pero lo decía porque tenía su parada en las flautas o en El Globo, la otra parada técnica era ir a comprar libros al El Péndulo, y la otra en cuanto empezó a tener dinero, era elegir el libro que le iban a encuadernar”.
 
Amigo y melómano
Durante el evento, en el que se oficializó la donación de la biblioteca personal de Ernesto de la Peña, estuvo presente Sergio Vela quien comentó que su primer contacto con el lingüista fue a través de su madre.
“Gracias a mi madre, amiga en la juventud de Ernesto de la Peña, escuché la voz de Ernesto antes de conocerlo, después comencé a leer su voz y con el transcurso del tiempo, habiendo hallado una serie de puntos en común, como una profunda pasión por el arte lírica y de manera muy marcada por Wagner, Ernesto de la Peña y yo desarrollamos una amistad que para mí sigue siendo impagable”, dijo.
También se refirió a De la Peña como un humanista y melómano. “Tuvo una temprana inclinación a las humanidades, al conocimiento precoz de los idiomas, la determinante influencia familiar que le permitió crecer rodeado de libros, hicieron de Ernesto de la Peña un visitante asiduo y ávido de los territorios ingentes en muchos de los quehaceres del hombre: narrador, ensayista, traductor y poeta”.
Vela recordó que su amigo fue aceptado como alumno especial en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, cuando apenas contaba con 16 años y aún cursaba estudios de preparatoria. “Tuvo desde entonces el privilegio de disponer de su vida y tiempo para forjar y definir su vocación creadora, sin limitarse al estudio de las letras clásicas al que se afanó desde estudiante universitario, su infatigable ambición de conocimiento lo indujo por caminos complejos de la filosofía, la historia del arte, lenguas, teología, las ciencias”.
La memoria de Ernesto de la Peña como un humanista excepcional, dijo, permanece por ser un hombre del mundo que con admirable prudencia supo forjar para sí mismo y ser inteligible para los demás su conocimiento, y mejor aún, su sabiduría.
Al respecto, el poeta Arturo Córdova comentó que Ernesto de la Peña tenía como factor esencial su actitud. “Toda la literatura de Ernesto nace como una gesta poética, sus textos entonces se pueden decir en voz alta, el escribe oyéndose, jamás se olvida de que la escritura es ritmo, ahondamiento y búsqueda”.
Cuando leemos a Ernesto de la Peña, añadió, también lo estamos escuchando porque él sabía que las palabras necesitan expresarse en voz alta, así se creó Homero, así creó la Odisea, así se creó Ulises.
(Nota de Reyna Paz Avendaño para La Crónica)

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