Voces del Periodista Diario

Cómo se pierden en pocos días los sueños, las ilusiones y esperanzas; “No hay más permiso”

El sueño americano termino para muchos, la deportación es algo que no pudieron evitar a pesar de intentarlo a toda costa, de mudarse de un estado a otro y tratar de no dejar huellas de su paso para no ser descubiertos por las autoridades estadunidenses.

Aquellos que contaron su historia a esta casa editorial concuerdan en algo, lo perdieron todo: sueños, ilusiones y esperanza.

El sentimiento de frustración y desolación es el mismo; el trabajo que les costó llegar y los años que vivieron ahí, ahora se convierten en nada.

Francisco Torres vivió la experiencia de llegar a la oficina de Migración en Arizona y que le dijeran “no hay más permiso”, tienes 90 días para abandonar los Estados Unidos.

Los seis mil dólares que pagó para tramitar un juicio no sirvieron de nada, más que para llenar la bolsa del abogado, que no hizo mucho para conseguirle la permanencia legal.

Hizo caso omiso de la advertencia de la Migra y decidió seguir con su vida en Estados Unidos, en busca de un bienestar que –sabía– jamás lograría en tierra azteca. A diario “temía ser agarrado”.

De aquello hace 15 años, 15 años tratando de no dejar demasiadas huellas, mudándose de estado en estado de la Unión Americana para trabajar en lo que se pudiera, en donde hubiera oportunidad de ganar los billetes verdes.

“Cuando me dijeron que tenía que regresar a mi país, supe que no quería hacerlo; no podía regresar con las manos vacías, me había casado, ya tenía a mis dos primeras hijas. Simplemente no podía volver, no quería volver”, narra el hombre mientras truena los dedos de su mano derecha. Está sentado en las oficinas del seguro de desempleo del Gobierno de la Ciudad de México, las mismas en las que Crónica ha atestiguado el desfilar de migrantes repatriados (obligados a ello) desde los Estados Unidos.

Francisco recuerda perfectamente el día de su detención, tocaron a su puerta en Oregón y le dijeron “buscamos a Francisco Torres”.

Él dijo no conocerlo, pero sacaron una foto de la persona buscada y no hubo más… llegó a México deportado en enero de 2017.

 

No quedó de otra

Cuando Torres se vio descubierto supo que todo había acabado, su vida en el país vecino había terminado.

Francisco y su hermano se fueron juntos en busca de una mejor calidad de vida, él tenía 19 años y “una vida por delante”.

“Comencé a trabajar en la agricultura y, la verdad, ganaba bastante bien: Me llevaba entre 500 y 600 dólares a la semana, dinero que aquí ni de broma voy a ganar en la pizca”.

“También tuve la oportunidad de estudiar, aprendí inglés y fui a un colegio de electricistas. Crecí mucho, fui ayudante general y me iba mejor que en la agricultura”, recuerda el hombre mientras su sobrina llena sus documentos para solicitar el Seguro de Desempleo que ofrece el Gobierno de la Ciudad de México.

Ahora, a sus 49 años, Francisco teme no encontrar trabajo en la Ciudad de México de donde es oriundo, sabe que la edad es uno de los obstáculos más grandes para quien intenta conseguir un empleo aquí en la capital.

Sin embargo, dice, “no me quedó de otra más que regresar”.

Toma un respiro, se acomoda en la silla. Al comienzo de la charla contesta con monosílabos.  Luego de 10 minutos, su actitud cambia, ahora parece que hace un monólogo.

“Todo parecía fácil: me casé, tuve a mis cuatro hijos. Era feliz, lo tenía todo, no me hacía falta nada. Todo cambió, ahorita te andan agarrando por todo, hasta porque te agarró la policía por tomar. Si eres mexicano vas de regreso”.

Francisco dice que las autoridades estadunidenses buscan cualquier pretexto para regresar a los mexicanos pues “nos odian y ni siquiera sabemos por qué”.

“Que si tomaste, que si hiciste algo indebido que antes no lo era, que si te pasaste un alto. Cualquier excusa es buena para hacerte volver a México”.

El hombre piensa que en un año más veremos cómo una oleada de migrantes estará de vuelta en éste, su país.

Regresar a Estados Unidos ya no será una opción, las medidas que las autoridades tomaron son más estrictas, no tienen compasión ni piedad con las personas que detienen.

 

Triste realidad

Francisco llegó detenido a Tacoma, Washington, y estuvo tres semanas ahí. Han sido los 21 días más largos de toda su vida.

Cuando Francisco comienza hablar de su detención, su semblante cambia drásticamente. Pide detener la charla un momento. Respira hondo y baja la mirada. Los migrantes que ya han dado su testimonio a Crónica (publicados esta semana) platican entre ellos a unos metros; es evidente que Francisco no quiere que se percaten de que está llorando.

“Duele mucho dejar a los hijos, 30 años se dice fácil pero no lo es; murió mi madre y no estuve aquí, por el miedo a que me agarraran. De haber sabido que terminaría así, hubiera estado con ella en su lecho de muerte”, dice con voz entrecortada.

Termina la charla, no porque no quiera hablar más del tema, simplemente no puede, ya no puede hablar…

(Crónica de Ana Espinosa Rosete para La Crónica)

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