Voces del Periodista Diario

Hacen de Melville personaje teatral

Las olas, en blanco y negro, azotan la costa. Sobre el ruido que hacen al estrellarse, una palabra se impone e interrumpe la lectura del viejo postrado en la banca: “Ma-za-tlán”.

Es Nueva York, siglo 19, y el vocablo suena tan extraño que el hombre no puede hacer otra cosa más que dejar su libro e inquirir por su significado. Lo emitió un joven marinero -delgado, con cara de loco- que lo ha estado rondando desde hace un rato.

En el encuentro, por más extraño, hay familiaridad. Es el comienzo de Melville en Mazatlán, obra de Vicente Quirarte que especula sobre los orígenes de Moby Dick, la novela titánica de la tradición literaria estadounidense.

Aunque la escena sucede en torno a la banca de un parque, el océano que ambos personajes traen dentro se manifiesta en el exterior. Bajo la dirección de Eduardo Ruiz Saviñón, el escenario está puesto frente una tela de pared completa donde se proyectan imágenes marinas.

La bruma que domina el aire hace saber al espectador del Foro Sor Juana Inés de la Cruz que aquello, lo que está viendo, es decididamente fantasmagórico. Hay un espejo invisible entre el marinero que quiere ser escritor (Pedro de Tavira Egurrola) y el hombre que reniega de serlo (Arturo Ríos).

“La escritura no es para los débiles”, le dice el viejo. El joven replica: “Tampoco el mar”.

Lo que comienza como un desafortunado intento de charla, con el tiempo, se vuelve una lección literaria. “El trabajo del escritor es tomar el miedo, hacerlo cómplice y utilizarlo”, instruye el hombre.

El miedo, entendido como la reacción natural ante lo sublime, adquiere en ambos un figura inabarcable: la de una ballena. Para ambos -viajeros experimentados por los océanos del mundo-, el cetáceo representa la síntesis de la creación.

Los nombres de ambos, por el momento, permanecen velados al público, pero se antojan similares. Los une la palabra “Mazatlán”, pues con ella se han propuesto a realizar un ejercicio de creación a partir de las memorias del marinero joven.

Fue ahí, en un viaje iniciático a la costa mexicana, donde el marinero conoce a las sombras que, con el tiempo, irán adquiriendo nombres en el papel.

“Llámame Ismael”, comienza el viejo, de memoria, como si citara a partir de algo que ha escrito. Se dibuja entonces la historia de un capitán enloquecido que persigue a una ballena blanca.

Ambos parecen conocerla, tanto así que la van conformando entre dos. La pregunta, que habrá de repetirse con cada función, de jueves a domingo hasta el 31 de mayo, en el Centro Cultural Universitario, permanece suspendida.

¿Quién de ellos es Herman Melville?

 

Con información de Reforma

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