Voces del Periodista Diario

El adiós de Villa Fiorito: El barrio que vio nacer a Maradona despide al ídolo que les enseñó a ‘gambetear’ la vida

* La primera casa del mejor futbolista de la historia fue el punto de encuentro entre los vecinos para rendirle homenaje a ‘Pelusa’.

Por Facundo Lo Duca

BUENOS AIRES (RT) 26 de noviembre de 2020.- A las 13:15 horas de hoy, el tiempo en las calles de Villa Fiorito ?provincia de Buenos Aires? se detuvo. Las personas que andaban en bicicleta clavaron los frenos; los autos aminoraron la marcha y los que caminaban bajo el calor húmedo de noviembre buscaron refugio en la sombra de árboles y los toldos de las casas. “Todos miraban el celular en silencio y levantaban la cabeza buscando una respuesta que nadie podía dar”, dice Jorgelia Díaz, dueña de un kiosco en ese lugar.

A esa hora la noticia estaba confirmada por los diarios más importantes del mundo: Diego Armando Maradona había muerto a los 60 años, tras sufrir un paro cardíaco. Sin embargo, en Fiorito, esa muerte era la de un familiar cercano.

Porque acá, donde el ‘diez’ nació y forjó un estilo futbolístico a base de potrero y tozudez, su recuerdo no está basado en videos de YouTube o imágenes de jugadores derrotados en el piso mirándole la espalda. Acá, donde Diego es ‘Pelusa’ y las calles destilan polvo, la memoria guarda otra cosa: la de un niño que cumplió un sueño.

“Es el día más triste en la historia del barrio”, dice Juan Domínguez mientras se limpia la transpiración con su camiseta. Son las cuatro de la tarde, el sol arde y el hombre camina con su bicicleta por la calle Azamor al 500, la misma en donde nació el exjugador y entrenador de la selección argentina.

“Cuando él tenía 18 años, y había ganado el campeonato mundial juvenil de Japón, se apareció un día por acá para regalarle un equipo de música a un amigo. Era impensado poder comprarlo para nosotros”, recuerda Juan, de 60 años. Y sigue: “Otra vuelta vino con Claudia, la madre de sus primeras dos hijas, y caminaba por las calles de tierra descalzo porque tenía calor. Lo mirábamos y no lo creíamos”.

Un cordón de vecinos agazapados rodea la casa en donde nació y vivió Maradona hasta su adolescencia. Desde una reja se observa la pequeña construcción: paredes corroídas, techo de chapa y una vegetación desprolija. Adentro hay familiares y amigos de los actuales dueños —parientes lejanos del ‘diez’— que están pintando un mural en homenaje al exjugador de Boca Juniors: su rostro quedará eternizado en el mismo lugar que lo vio triunfar.

“Hace muchos años, él volvía a esta misma casa y organizaba un festival por el Día del niño. Les regalaba juguetes a todos. Él nos enseñó que no hace falta vivir en una mansión para salir adelante”, dice Mariana, una vecina quinceañera de la cuadra.

Norma Moreira tiene 57 años y sostiene un cuadro enorme de ribetes dorados. La imagen es del famoso equipo de Fiorito, el ‘Estrella Roja’, el primer conjunto del que Diego formó parte entre 1967 y 1971, tras ingresar con solo ocho años. “Mi hermano jugaba con él y ya me avisaba que era muy distinto al resto”, cuenta.

También rememora su mejor anécdota con ‘Pelusa’: “Estábamos festejando su cumpleaños en la casa. Teníamos once años y nadie se animaba a bailar. Ahí nomás él se levantó y empezó con los pasos de rock. Era muy buen bailarín desde chico. Por eso tenía ese quiebre de cintura en la cancha”.

Por fuera de la reja de la casa hay un pequeño altar con velas, estampitas de santos y una revista antigua de ‘El Gráfico’, un histórico medio deportivo. En la tapa del ejemplar aparece Maradona y una palabra: “Vive”. “Mira, acá estoy con él”, dice Oscar, vecino de Fiorito, mientras señala una foto amarillenta: “Había venido al barrio a jugar un partidito, cuando era titular en la primera de Argentinos Juniors. Hoy son pocos los que hacen eso”.

De repente, Luis, un hombre pelado y corpulento, llega a toda velocidad al altar de Diego. Se arrodilla y llora. Besa la foto de la revista y dice que no se murió el mejor jugador de fútbol: “se murió un enviado de Dios y ahora ya no hay nadie para cuidarnos”.

Para las cinco de la tarde, la calle rebalsa de vecinos. Una enorme bandera con la cara de Maradona y la frase “Fiorito, mi barrio” flamea bajo un sol ardiente. Hay personas que entran a la casa, rinden su homenaje y salen con los ojos vidriosos.

Por una de las calles llegan tres personas con carros de recicladores. Un joven sin camiseta, con los brazos flacos y largos, se pega el pecho: “Se fue el tipo que nos dio felicidad. Porque nosotros los pobres no miramos al cielo buscando a ‘Superman’, miramos el río podrido de Fiorito. Y de ahí salió un loco que nos enseñó a gambetear la vida”.

La semana pasada, un diputado provincial había propuesto expropiar la casa para convertirla en un centro de inclusión barrial. “Diego no se murió, Diego no se murió”, cantan ahora los vecinos desaforados. La premisa tiene algo de cierto: hoy, en Fiorito, y en el día más triste en la historia del fútbol argentino, Maradona vive.

VP/Internacional/EZ

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