Voces del Periodista Diario

Unos 33 mil londinenses viven en barcazas, por altos costos de vivienda

Nada iguala la libertad de navegar. Lo sabían los descubridores de nuevos mundos, los comerciantes de alta mar, los piratas legendarios… y lo saben hoy miles de personas que han anclado sus vidas en embarcaciones. A primera vista puede parecernos un gesto extravagante. Cuando observamos de cerca, se revela un modo de vida que cuestiona ciertas costumbres de la sociedad moderna.
El regreso al agua
Mudarse a una barcaza en Londres, vivir en un yate en Toronto o habitar una casa sobre el agua en San Francisco, Ámsterdam o Seattle no es una tendencia reciente. Ser vecino de las olas tampoco constituye una novedad para muchas comunidades que construyen sus viviendas sobre pilotes o se desplazan como nómadas de la mar. Sin embargo, la oleada de nuevos residentes en los canales londinenses responde a circunstancias muy particulares.
El mercado inmobiliario de la capital británica se ha elevado muy por encima del bolsillo de las familias de clase media. En julio pasado The Telegraph reportó que apenas 43 casas en Londres se consideraban “asequibles”. En el Reino Unido solo una de cada seis viviendas está al alcance de quienes aspiran a comprar su primera propiedad.
Ante esa crisis se ha incrementado el número de navegantes en los más de 160 kilómetros de vías navegables londinenses. A inicios de este año, 3.255 barcazas (conocidas como narrow boats) moraban los canales de la urbe, un tercio de las cuales ejecutaban una periódica coreografía acuática, porque debían mudarse cada dos semanas a causa de regulaciones locales. Se estima que 33.000 personas llaman hogar a una embarcación en Gran Bretaña.
Barcaza vivienda en canal de Londres
La organización sin fines de lucro Canal and River Trust, encargada del mantenimiento de ríos en Inglaterra y Gales, ha advertido a los entusiastas sobre los costos “ocultos” de la vida flotante. Los marineros deben pagar una licencia para trasladarse por los canales, un seguro, además de los gastos de mantenimiento. Si deciden permanecer en un amarradero, se añade otro permiso e impuestos sobre la propiedad.
Además de las razones financieras, otros inconvenientes acechan. El invierno pone a prueba la resistencia de los navegantes. Tareas rutinarias como vaciar el depósito de aguas residuales pueden desalentar a las almas melindrosas. En resumen, solo quienes aman el estilo de vida de las barcazas deberían zarpar a la aventura. No basta con querer ahorrar unas libras.
Vivir más, con menos
En las antípodas de los slogans de las grandes compañías de venta al detalle, que nos animan a consumir más, la vida en una embarcación obliga a reducir los bienes materiales. El confort depende en primer lugar de la optimización del espacio. Es un aprendizaje difícil para personas acostumbradas a la abundancia, pero ese camino de aparentes privaciones conduce a comprender lo esencial: la felicidad no se construye sobre una montaña de objetos.
Seducidos también por el vértigo de viajar a su antojo, de cambiar la tierra firme por la libertad de las aguas. Cierto, las barcazas de Londres no pueden atravesar el océano, pero la profusión de canales garantiza nuevos paisajes en cada mudanza. ¿Acaso los propietarios o inquilinos disfrutan semejante privilegio?
Esta nueva generación de navegantes no ha heredado una tradición de marinos o pescadores. Son simplemente ciudadanos que ejercieron o aún practican profesiones “terrestres” –abogados, ingenieros, policías…–, pero han decidido levar anclas y vivir de otra manera, más sencilla y cercana a la naturaleza.
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