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Con o sin COVID-19, la vida sigue en San Pedro Mártir

Por Clara Viviana Meza

CIUDAD DE MÉXICO (Notimex) 03 de abril de 2020.- En San Pedro Mártir el tiempo, el día y la gente no paran. El trajinar diario de este, uno de los 11 pueblos originarios de la Ciudad de México, al sur, aún no sufre el embate del COVID-19.

Pese a que las autoridades capitalinas decretaron que 90 por ciento de los negocios no esenciales bajarán las cortinas, este pueblo, casi a las faldas de Ajusco, sigue con su normalidad; si hay emergencia sanitaria por causas de fuerza mayor aquí no se ve.

En las primeras horas del día, con unos rayos de sol que calientan la mañana -a inicios de la primavera- la muchedumbre camina en la plaza, abre negocios de fruta y verdura, la estética, los tacos de carnitas, las nieves, la ferretería, la zapatería, la papelería; en su mayoría establecimientos que deberían estar cerrados.

¿Busca piratería? También los puestos ambulantes están listos para ofertar vasos de licuadoras, discos y películas, ropa deportiva y maquillaje, todo a precios accesibles “para que salga la mercancía”, dice don José, vendedor desde hace más de 20 años.

Es la típica postal de domingo (en viernes de pandemia) en las comunidades pequeñas: niñas y niños salen a la Plaza Cívica de San Pedro Mártir a jugar, mientras las mamás platican un momento con las vecinas que se encuentran de camino al mercado.

Familias que regresan con bolsas llenas de comida; adultos mayores en las bancas que comparten anécdotas y rompen a reír, como si nada.

Otros, los menos, se comparten “el panelito” y se divierten como en una tarde de domingo en la que lo mejor que pueden hacer es “echar el trago”.

De fondo música de Vicente Fernández que ameniza la mañana en San Pedro Mártir; un poco más allá, casi un gesto irónico, suena “Ciérrale la puerta al virus”, cumbia del Gobierno de México que busca difundir las medias ante la nueva cepa de coronavirus.

La sana distancia brilla por su ausencia, sólo unos pocos usan cubrebocas, se despachan plátanos, guayabas, aguacates y lo de la temporada sin medias sanitarias extraordinarias. La comida y el dinero cambian de manos.

En este pueblo que lleva el nombre de uno de los apóstoles más fieles de Jesucristo -experto en escuchar súplicas en momentos de tribulación y duda-, el tiempo no se detiene, la ciudadanía no se confina voluntariamente en su casa, sólo sigue con su vida.

Epidemia o no epidemia, la gente tiene que comer, ya “luego Dios dirá sobre esto del coronavirus”, se escucha en una de las charlas.

VP/Metropolitana/EZ

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