Voces del Periodista Diario

De aquellos irrepetibles tiempos de la diplomacia mexicana

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Desde Filomeno Mata 8

Por Mouris Salloum George (*)

De la correcta lectura de los tiempos, habla El Eclesiastés. Ciertos periodos, hablamos de México, son marcados  por la calidad de sus regímenes y la integridad personal y pública de los servidores del Estado.

Al arrancar la década de los ochenta del siglo XX, como resultado de una diplomacia activa y digna, México fue distinguido con el Premio Nobel de la Paz.

Culminó así más de medio siglo de diplomacia soberana iniciado en 1914 con don Venustiano Carranza, quien hizo frente al poder imperialista invasor (USA), epopeya en la que fue actor el patriota mexiquense don Isidro Fabela.

Soberanía contra armamentismo y expansionismo

En los años setenta, ocupó la Presidencia de México, Luis Echeverría (1970-1976). Tiempos de destino: Fueron años en que ocuparon la titularidad de la Secretaría de Relaciones Exteriores Emilio Rabasa y don Alfonso García Robles.

Don Alfonso había actuado como dignatario de México en la firma del Tratado de Tlatelolco, impulsado por nuestro gobierno para la proscripción de las armas nucleares. Don Alfonso participó también en la Asamblea General de la ONU para el desarme.

En ese periodo, la diplomacia mexicana abogó también por la Carta de los Deberes y los Derechos Económicos de los Estados.

Era canciller Rabasa cuando el gobierno mexicano hizo esfuerzos de mediación en el conflicto árabe-israelí. En el Consejo de Seguridad de la ONU, México votó contra Israel. Rabasa dimitió.

Pinochet y el valor del embajador Martínez Corbalá

Es en el primer trienio de Echeverría cuando se produjo en Chile el Golpe de Estado del primate Augusto Pinochet, quien segó la vida del humanista Salvador Allende (11 de septiembre de 1973).

Pinochet descargó toda su entraña bárbara contra los partidarios del gobierno de Unidad Popular y aun contra quienes, por mero instinto de sobrevivencia, denunciaron el cuartelazo.

Entonces fue la Embajada de México en Santiago de los escasos refugios para los perseguidos por la vesánica dictadura militar. Como recinto soberano, fue defendido con riesgo de su vida por el personal acreditado en aquel país.

El jefe de la misión mexicana era el ingeniero Gonzalo Martínez Corbalá. Ahí se supo de qué estaba hecho el potosino, hijo de uno de los cadetes que custodió a don Francisco I. Madero en la Marcha de la Lealtad del 9 de febrero de 1913, día en que se inició La decena trágica que terminó con la vida del Presidente, después reconocido como Apóstol de la democracia.

Político y diplomático de una sola pieza

La semana pasada, el ingeniero Martínez Corbalá presentó su libro de memorias Del tintero de los recuerdos/ mis andanzas por esta América nuestra. El título despoja de toda pedantería a su autor.

El ingeniero Martínez Corbalá cuenta en sus relatos episodios referidos a sus contactos personales con el general Lázaro Cárdenas, el doctor Allende y el comandante Fidel Castro. Tres grandes de América.

El valor y la calidad humana del embajador Martínez Corbalá es exaltado sobre todo por ciudadanos chilenos que, rescatados de una inminente muerte, encontraron asilo en México.

Martínez Corbalá, hombre de una sola pieza, impuso su personal impronta a la diplomacia y la política mexicanas, a las que sirvió también como embajador en La Habana, como gobernador sustituto de San Luis Potosí y como senador de la República: Nueve décadas de congruencia nacionalista.

El ingeniero Gonzalo Martínez Corbalá se despidió de sus compatriotas la tarde del pasado domingo 15 de octubre. Dos días antes, en la obra citada, había entregado lo que, sin ramplonerías, puede catalogarse como su Testamento político. ¿Qué pigmeo lo leerá en la Cancillería?

(*) Director General del Club de Periodistas de México

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