Voces del Periodista Diario

Bienes públicos, ¿para acuachar vicios privados?

Sinfonía Telúrica

Por Abraham García Ibarra

(Según el esquema neoliberal: Privatización de las ganancias; socialización de las pérdidas, así parece ser. En realidad, la cabeza de esta entrega debe decir: Los bienes son para remediar los males. Pero a todos nos gana la insidia. Será por el Covid.)

Nada nos han enseñado los años, según José Alfredo Jiménez: Seguimos creyendo, ilusamente, que los bienes públicos son propiedad de la Nación y, como el petróleo -según se decía todavía durante el sexenio pasado-, siguen siendo patrimonio de todos los mexicanos (Je je je).

La intocable aristocracia de la burocracia pública

Marco obligado: Los que hace 15 años se desgarraron los Armani y fueron a El Paso de Cortés a bañarse con cenizas de El Popo porque alguien mandó al diablo las instituciones, mantienen aún la guardia en alto en heroica defensa del gasto corriente de la Federación.

La razón es cínica, pero nada compleja: En esas insospechables instituciones -órganos autónomos del Estado, de acuerdo con su razón social-, los que cobran horas-nalga ganan mucho más que el Presidente de la República o el ingreso mensual de mil 300 obreros a salario mínimo.

(Los obreros construyen presas, caminos, escuelas, hospitales, clínicas; instalan hidroeléctricas y termoeléctricas y tienden el cableado de alta tensión y redes de distribución del fluido hasta los hogares y las fábricas, las universidades y los politécnicos.

Los obreros construyen cunas para bebés y pupitres escolares

Los obreros -a riesgo diario de su vida- extraen del subsuelo minerales e hidrocarburos, los llevan a centros de refinación y transportan sus derivados hasta las estaciones de servicio, donde otros modestos obreros los despachan a los consumidores, a los que limpian sus vehículos y les inflan los neumáticos.

Los obreros, en medio de espesas, húmedas e insalubres selvas y bosques sembrados de víboras prietas y cocodrilos, talan árboles, llevan los troncos a los aserradores, los convierten en madera para que otros obreros construyan camas, mesas de comedor, sillas, poltronas, cunas para los bebés y pupitres para los centros escolares.  

Los obreros arman locomotoras, vagones, motos, bicis, camiones, automóviles, autobuses y microbuses para los transportes escolar y familiar; unidades para el transporte público colectivo, en el que otros obreros del volante trasladan a millones de mexicanos a su trabajo y sus escuelas, mientras que los más humildes recolectan diariamente cientos de miles de toneladas de basura, no pocas veces empapada de residuos tóxicos.

A los obreros se deben las estufas, las ollas, las cazuelas, las sartenes, los platos, las tazas, las cucharas, los cuchillos, los tenedores, los mandiles y los cotenses; los refrigeradores, las lavadoras, las planchas y las aspiradoras, que aligeran los quehaceres de las amas de casa y de las trabajadoras domésticas.

Los obreros del mar pasan vigilias para alimentar a los mexicanos

Los obreros fabrican grúas, montacargas, trascabos, excavadoras, perforadoras, aplanadoras, tractores y arados para que sus compañeros de clase, los campesinos, roturen la tierra, la siembren y produzcan alimentos para todos los mexicanos.

Los obreros abren el suelo, clavan los pilotes y levantan rascacielos de condominios comerciales y residenciales, plazas comérciales y ciudades habitacionales de interés social. Otros construyen redes de alcantarillado y drenajes profundos para que las aguas negras no inunden las zonas urbanas.

¿Usted ha visto laborar los obreros del mar? Se alejan de sus familias en tierra durante dos o tres semanas; beben agua de cisternas oxidadas y comen alimentos procesados; pasan en mar abierto prolongadas noches de vigilia, porque hay especies comestibles que sólo escalan a superficie a la luz de la luna. Otros obreros limpian, congelan y empacan los productos del mar para que terceros los hagan llegar a los mercados de consumo metropolitanos, donde los locatarios los anuncia: Del mar a su boca. Este robalo durmió anoche en el mar con su sirenita.

En fin, ¿por qué a los obreros y empleados mexicanos se les retribuye con casi 100 veces menos que a los burócratas de los órganos autónomos del Estado,  de rolex y huwei de última generación, que permanecen en sus confortables bunkers menos de ocho horas del día y hacen semana inglesa? Pregunta ociosa.)

En el sector Telecomunicaciones, ¿qué pasa con la regulación?

Volvemos a los bienes públicos que el Estado concesiona a selectos y favoritos particulares con poder de moche. La concesión tiene modalidades de permiso o asignación. Apartamos el sector telecomunicaciones, cuya gestión administrativa está a cargo de al menos dos secretarías de Estado, sus dependencias especializadas y tres órganos autónomos.

La operación y usufructo de esas concesiones se rigen teóricamente por la Constitución, tratados y convenciones internacionales, leyes federales, reglamentos, normas, reglas y circulares administrativas. Acatarlas y cumplirlas, son compromisos contenidos en los títulos de concesión.

En el apartado sobre el uso de esos bienes en su modalidad de medios de comunicación social o masiva -en cuyo caso dos de los reguladores son el Instituto Federal de Telecomunicaciones y la Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía de la Secretaría de Gobernación- ¿se cumplen a cabalidad los mandatos de las fuentes listadas?

Moral republicana y códigos de ética en circuito cerrado

El Covid-19 ha impuesto el estado de emergencia nacional, que tiene como sujetos obligados, primero que a nadie a los propios ciudadanos y, como responsables de la tutela de los derechos de las audiencias, a las instituciones del Estado.

En lo que va de la pandemia, lo que hemos visto “en lo alto”, es el indeseable fenómeno de una comunicación pública en circuito cerrado, en que las partes en conflicto están enzarzadas, según los motivos de interés, estatal o empresarial, en expresar sus filias y sus fobias. En el llano, vemos a las audiencias como convidadas de piedra.

De ello sigue que la atmósfera pública está excesivamente crispada y se exacerba conforme se acerca la pugna electoral de 2021. Por lo que sabemos, el gobierno postula la moral republicana, mientras que los concesionarios de los bienes públicos, invocando la autorregulación, se pertrechan en particulares códigos de ética.

Entre ambos polos, ¿dónde cabe el Derecho a la Información? No damos aún con la respuesta al acertijo. Es cuanto. 

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