Voces del Periodista Diario

CDMX, capital Cultural de América

La Piedra en el Zapato

Por Abraham García Ibarra

Hace poco más un año entró en vigor la Constitución Política de la Ciudad de México. Una prestigiada revista metropolitana, al dar la nota cabeceó: ¿Sabes cuáles son tus de derechos? Listó, entre otros, a consumir mariguana para usos medicinales; al seguro de desempleo, etcétera.

Desde la publicación un año antes del decreto correspondiente, sus impulsores celebraron con júbilo: Por fin, los habitantes de la CDMX, según logo con el que se suplió el de DF, pasan de ser ciudadanos de segunda, a ciudadanos de primera. No se puso el acento en los deberes del ciudadano.

Conforme la doctrina constitucional mexicana, las constituciones estatales deben reconocer la jerarquía de la General de la República. Ésta, en su artículo 34, fracción II, (De los ciudadanos mexicanos) impone una condición a la ciudadanía: Tener un modo honesto de vivir.

El artículo 36, en el renglón de obligaciones, dicta la de inscribirse en el Registro Nacional de Ciudadanos y en el catastro, manifestando propiedad, industria, profesión o trabajo -obviamente para efectos fiscales- y alistarse en la Guardia Nacional

La Constitución de la CDMX nació bajo el signo de la impugnación

¿Qué instancia jurisdiccional, para referirnos sólo a la Carta fundamental de la Ciudad de México, vela por el control de constitucionalidad de los sujetos obligados en materia de deberes y derechos de los ciudadanos de primera?

Mientras resolvemos esa duda existencial, lo que tenemos es que, aún antes de que entrara en vigor, la Constitución comentada fue impugnada por el Supremo Tribunal de Justicia de la ciudad, contra el mandato del legislador que incluía a una especie de contralor ciudadano de la actuación de los magistrados y los miembros da la judicatura.

En recientes semanas, hemos registrado iniciativas que proponen reformas y adiciones a la Constitución, todavía lactante.

Servidores públicos secuestrados por policías federales

Hace unos días, atestiguamos que piquetes de la Policía Federal, algunos de cuyos integrantes resisten a su incorporación a la Guardia Nacional, como ya se ha hecho hábito, bloquearon vialidades estratégicas para la movilidad de la Ciudad de México, apelando muchas veces a la violencia.

En esas jornadas se dieron secuestros de funcionarios del gobierno central de la Ciudad de México y de al menos tres alcaldías, teóricamente autónomas, plenamente identificados con sus nombramientos, que monitoreaban las acciones de los pugnaces policías federales, que se escudan al amparo de los Derechos Humanos, de petición, reunión y expresión, y los que se acumulen esta semana.

Pero otros pacíficos ciudadanos civiles organizados invocan esos mismos derechos para difundir y defender sus causas, y demandar respuestas racionales al clamor, no queremos represión, queremos solución.

¿De qué tenebrosa  catacumba escapan los violentos?

Ese es nuestro punto hoy: Por sistema, todavía el pasado 2 de octubre, la movilización pacífica para conmemorar la Matanza de Tlatelolco, fue violentada por grupos de provocadores que han sentado plaza en la Ciudad.

Antes y después de 1968, de 1971 y de 1985, vimos aquí a airados manifestantes de plurales sectores, reclamando sus derechos políticos y libertades civiles: Lo hacían y lo hacen, mostrando a pleno sol sus rostros, sus identidades organizativas o su afiliación partidista. Jugándose valientemente, pues, las consecuencias de sus actos

Los vándalos de la nueva hora, no: Pretenden ser reconocidos como anarquistas, pero ocultan sus caras bajo grotescas pinturas y tatuajes, cubren sus cabezas con calcetines y paliacates, y portan mochilas cargadas de botes de spray, granadas de fabricación casera y bombas incendiarias.

No hay movilización social en la Ciudad de México en la que esos especímenes no aparezcan con el ánimo de reventarlas, obteniendo espacios y tiempos en los medios electrónicos, que no ponen en el mismo plano y dimensión las motivaciones de los manifestantes civiles.

Obvio: Los bárbaros no hacen exclusión de instituciones culturales

Ninguna de esas perturbaciones, rigurosamente maquinadas, nos es ajena. Nos sublevan, sin embargo, las acciones destructivas que se perpetran contra las instituciones de educación y cultura en la gran capital.

Con maligna intencionalidad, los provocadores se han ensañado contra la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), todavía esta semana asaltada por las hordas encapuchadas.

Particularmente este año, hemos visto la proclama de la Ciudad de México como Capital Cultural de América. No encontramos en la Constitución local capítulo con esa digna denominación. Acaso en las reformas que se promueven ahora, la encontremos. Nos faltaría saber cómo se hará valer ese título. Es cuanto.

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