Voces del Periodista Diario

Condiciones y perspectivas del cambio (1)

Por: Eduardo Pérez Haro (*)

Para Pedro Moctezuma Barragán.

El triunfo de Andrés Manuel López Obrador rebasó toda expectativa, fue extenso y aplastante, no dejó margen alguno. Sus más acérrimos detractores se rindieron ante el hecho. El pueblo fue determinante en su decisión de cambio.

Los actores se enfilan en la expectativa del cambio comprometido, cada quien busca su lugar. La sorpresa todavía no se metaboliza. Aún no terminan los festejos y celebraciones en casas y colectivos que vieron prosperar a sus elegidos, otros se regodean entre grupos de amigos y familiares en un espacio más recatado, muchos han regresado a casa con serena satisfacción. Mientras tanto, el virtual presidente recibe las llamadas telefónicas de los jefes de Estados y de gobierno, a la vez que atiende una nueva agenda e inicia determinaciones propias de la transición del poder.

Hubo una eclosión electoral por la dimensión del triunfo de AMLO, y el INE y los tribunales, los conteos preliminares y la parafernalia electoral pasaron a segundo plano; los reconocimientos objetivos y sentimentales se tornaban más que obligados, prácticamente redundantes, el triunfo popular y la presencia de Andrés Manuel llenaron el espacio.

El pueblo pasó del hartazgo contra la tradición partidocrática a la preferencia por AMLO y de ahí saltó al entusiasmo y la determinación del cambio, pero regresa a las penas y fatigas del día a día con la esperanza del cambio, sí contra la corrupción, pero también por la seguridad pública y el mejoramiento del empleo y sus ingresos, mejores condiciones de acceso a la salud, la educación, la vivienda, el transporte y los precios de la alimentación y los bienes de consumo generalizado. La oferta social y económica ha sido parte de la opción determinante, porque ahí radica el engaño reiterado de todo tiempo por parte de la corruptocracia.

Más aún, esta súbita manifestación popular ha impactado el entorno fuera de todo cálculo. La suerte de los partidos pequeños se derrumba y varios de ellos perderán su registro. Los dos principales adversarios de la contienda –PAN y PRI–, se irán al rejuego de sus peleas intestinas para agarrar lo que quede. Sin embargo, su resquebrajamiento es profundo y no hay muchas posibilidades de hacerlos pervivir en el mediano plazo. Los intereses de sectores sociales, gremiales, empresariales y políticos que ahí habitaban, habrán de someterse a la búsqueda y encuentro de nuevas estructuras organizativas y prácticas políticas. Después de sobreponerse al aprieto del momento, tendrán que reconocerse y ponerse en concordancia en una tarea de suyo complicada, que será mayor o menor, dependiendo de la fuerza y alcance de las determinaciones del cambio. Este es el punto.

No sólo hay un triunfo contundente. Ya están en curso los cambios de facto. Y rebasan con mucho el simple relevo en la administración pública. Se crea un momento paradójico, el cambio es un compromiso, una expectativa, una posibilidad, de dimensiones superiores de las que es preciso hacerse cargo no porque haya que copar toda función y espacio sino porque no hubo una derrota de los contrincantes electorales sino una crisis y colapso de la tradición política, sus prácticas y sus instituciones. Y sin embargo, materialmente México es el mismo con sus problemas acumulados, su debilidad fiscal, su Suprema Corte y su Banco Central definidos con antelación al desenlace electoral, sus fuerzas castrenses, etcétera y, no obstante, se sobrepone una realidad sociopolítica muy diferente.

Nadie puede desestimar el hecho y remitirlo a “la fiesta democrática”, al “triunfo de las instituciones”, a las “elecciones históricas”. Ganó Andrés Manuel López Obrador con la determinación popular; eso es y no se dice de otra manera, pero el desafío no se circunscribe a un gobierno exento de corrupción y mayor despliegue de la política social. Responder a la nueva circunstancia creada implica altura de miras para procesar cambios legales e instituciones correspondientes, sin perder de vista sus posibilidades reales en el marco internacional y en particular con relación a la intemperancia norteamericana.

El cuadro de condiciones que se enfrenta está cifrado por el crimen organizado y la delincuencia común que corroen y amenazan la vida diaria del espacio público, los negocios y la seguridad de las personas. Los poderes fácticos del empresariado, gremios y coyotes especulativos de grandes tamaños están atrincherados desde hace décadas (dominando trabajadores y circuitos de circulación de mercancías) y los grandes del sistema financiero internacional-nacional, amén del entramado estructural del mundo global que se filtra a todos los rincones a través de la formación de precios de cualquier consumo, el precio del dólar y el costo del crédito que resultan de la dinámica glob@l sin concesiones al interés popular ni de las naciones.

Estos referentes de la realidad se revelan como espectro fantasmal que cobran realidad frente a la celebración del triunfo que aún no termina. Además de que el desafío se agranda por el desplome de la tradición política y gubernamental del PRIAN, la paradójica pervivencia de los poderes fácticos y la fuerza imperante del mundo global, se atraviesa por las inercias del triunfo en este espacio que se llama México, gobiernos, administración pública, Morena, etc. Los ganadores hacen fila y, en grado alguno, ya se arremolinan en el inevitable reclamo de medallas y la capitalización de sus desgastes e inversiones, acciones concomitantes con la legítima esperanza popular del cambio. Entre tanto el presidente inicia el ajuste de sus compromisos políticos y sociales a la realidad.

La cultura política de muchos de los actores, perdedores y ganadores se ha sacudido, pero aún no se acomodan en la nueva circunstancia y el cambio ya esboza sus primeras definiciones. Morena es un primer y gran asunto pues, su condición y desempeño como fuerza de promoción y organización electoral queda atrás y ahora se precisa de un partido que habrá que construir por el bien de todos. El gobierno lo requiere y el pueblo también. Se torna imprescindible para el cambio comprometido.

Morena tendría que apuntalar su cumplimiento. El pueblo habría de adquirir formas organizadas desde su segmentación en sociedades de base y colectivos de distinto ámbito y carácter, el bono democrático de la elección no pende de elevar la ayuda a grupos vulnerables, esa no es la determinación social tomada y la lección del sí se puede de la sociedad nacional desvela mayor disposición que no puede abandonarse a su suerte espontánea.

Morena tiene una responsabilidad, pero claro tiene que empezar por transformarse de maquinaria electoral en partido democrático, con representantes y vida asamblearia, con discusión interna, definiciones acordes al compromiso de cambio y una relación estrecha y permanente con las sociedades de base de todo el país y todos los sectores.

Sin este factor de ayuda se fragiliza el gobierno para dirimir los intereses encontrados que ahora le representa la política de alianzas de la que echó mano en vías de la elección y, asimismo, merma su capacidad de enfrentar determinaciones en materia de seguridad y contra el desmantelamiento de monopolios en el terreno de la economía, pues de quedar limitado en estos renglones empezará a ceder quemando tiempos y condiciones que en la política del cambio no están concedidos.

(*) Economista.Profesor de la UNAM y Vicepresidente del Centro de Estudios Estratégicos Nacionales. Correo electrónico: eperezharo@comunidad.unam.mx

El presente artículo se publicó originalmente en El Sur de Acapulco.

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