Voces del Periodista Diario

De la arrogancia regia al parasitismo carroñero

La Piedra en el Zapato

Por Abraham García Ibarra

Sultán, es el grado que reclamaba en su mejor momento el Emperador de Turquía. Los abyectos, para demostrar su vasallaje, extendían ese título a algunos príncipes.

Los publicistas de la capital de Nuevo León registraron la marca La sultana del norte. Al tiempo, los habitantes de Monterrey no se conformaban con menos que el título de regio.

En la segunda mitad del siglo XIX Monterrey, a unos cuantos kilómetros de la línea fronteriza con Texas, como consecuencia de la Guerra de secesión en los Estados Unidos, empezó a vivir un ciclo de apogeo económico con capital migrante. Es posible que 1895 sea un año clave en la biografía de la ciudad.

Los primeros desafíos al gobierno de la República

En el periodo posrevolucionario, los engallados regiomontanos comenzaron a desafiar al gobierno central a finales de los años veinte, cuando se propuso el primer código federal del trabajo, reglamentario del artículo 123 constitucional.

En el periodo de Lázaro Cárdenas, el desafío se transformó en subversión cuando aquellos altivos empresarios participaron en el financiamiento de la Rebelión Cedillista, para echar atrás la Expropiación Petrolera y tumbar al Presidente.

En la década de los cincuenta, los plutócratas de Monterrey enseñaron de nuevo sus garras: Ahora contra Adolfo López Mateos: ¿A dónde vamos, señor Presidente? Insinuaban que hacia el Kremlin.

Entre Business Week y Town and Country

Cambio de página: En la segunda mitad del siglo XX, de los viejos patriarcas de La Sultana del Norte hablaba, por ejemplo, la publicación especializada Business Week.

De las frívolas andanzas de los juniors se encargaba la desenfadada Town and Country, que narraba sus exquisitos gustos, sus tours por Europa, sus zafaris en África, el lujo de sus automóviles y sus yates, la categoría de los pura sangre de sus cuadras privadas.

Algo ocurrió en la década de los setenta: El 17 de septiembre de 1973, murió don Eugenio Garza Sada en una tentativa de secuestro.

Del asesinato fue culpado oficialmente un comando de la Liga Comunista 23 de Septiembre, pero una hija infiel de ilustre apellido, Irma Salinas, escribió el libelo Nostro Grupo en el que señaló a conspicuos plutócratas de haber tramado el crimen. La obra, editada en España, plagiada al llegar a México.

El Grupo Monterrey fabricó su propia versión: El responsable fue el presidente Luis Echeverría. Coartada rigurosamente diseñada.

Sonó la hora de la Conspiración de Chipinque

Desde la primavera de 1973, el Grupo Monterrey ya calentaba motores para incidir en la sucesión del propio Echeverría con miras a 1976.

Para mayo de 1974 se dieron los toques de zafarrancho en la capital regia. Cuatro grupos privados, entre ellos el bancario, saltaron a la arena pública en protesta por el desafuero del amado gobernador de Puebla, el priista Gonzalo Bautista, alineado en incitaciones golpistas.

Aquellos habían sido ejercicios de escoleta: Meses después abortó la Conspiración de Chipinque (suburbios de Monterrey) convocada para tramar el derrocamiento del Presidente. (Todavía conservamos la minuta de aquella incendiaria asamblea.)

Por aquellos días, personeros del Grupo Monterrey merodeaban por Palacio Nacional. Uno de ellos, recibido en la Secretaría de Hacienda, al salir de la audiencia declaró exultante: “Si nos toca uno de éstos, ¡Ya la hicimos! “Uno de éstos” era José López Portillo.

En arca abierta, hasta el justo peca

Echeverría había acometido al final de su sexenio la expropiación de latifundios de los valles de El Yaqui el Mayo. La oligarquía rural se puso a punto de las armas. En la agitación participaron tres prominentes egresados del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, ya activos empresarios en el noroeste.

En un esfuerzo de reconciliación, López Portillo llamó al empresariado a firmar la Alianza Nacional Popular y Democrática para la Producción. No podía faltar en el pacto la firma de los prepotentes socios del Grupo Monterrey.

A la Alianza se le quitaron los apellidos. En el sexenio de López Portillo, los principales corporativos del Grupo Monterrey, en el que destacaba Alfa, empezaron a operar ciertas formas de chantaje al Presidente.

Desde Palacio Nacional se abrieron las bóvedas de la banca de desarrollo, se implantaron los primeros regímenes fiscales especiales, créditos preferenciales, exenciones, condonaciones, devoluciones de impuestos, etcétera. Todas esas gratuitas concesiones fueron insuficientes, como no lo fueron los energéticos subsidiados.

La economía productiva devino economía especulativa

Para entonces se había producido el cambio generacional en Monterrey. Los juniors se habían apoderado de los despachos ejecutivos de padres y abuelos: La economía industrial productiva fue sustituida por el capital bancario-financiero. La economía especulativa, pues.

Entre las administraciones de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari, el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, ya había instalado en el sector público su primera cabeza de playa con 22 caballos de Troya.

Todavía más: Con Salinas de Gortari, el Grupo Monterrey extendió sus tentáculos hacia el campo ejidal. El Presidente-“paisano” le entregó millonadas de pesos en el fraudulento proyecto de Vaquerías, un ensayo de economía a escala con los campesinos como víctimas propiciatorias.

Manos libres sobre la delegación regional de la PGR

Para el siguiente sexenio, Monterrey lograba otra concesión: Prácticamente se le entregó la gestión de la Delegación de la Procuraduría General de la República.

No fue un acto fortuito: Ya operaban en Monterrey enclaves de los cárteles de la droga, entre éstos el del Golfo, en feroz pugna con el de Juárez.

El proceso provocó la tercera evolución de la economía de Nuevo León en menos de un siglo: Aquí encontraron territorio fértil las agencias lavadoras de dinero: Casas de bolsa, casas de cambio, “comercializadoras” de esto y esto otro.

Los viejos sindicatos blancos de las empresas industriales y comerciales (extintas o trasegadas ya las instalaciones del poderoso sector minero-metalúrgico), se mudaron a la delincuencia de cuello blanco.

Padre comerciante, hijo caballero, nieto pordiosero

La rapacidad no tiene llenadera: No tiene obsequios aborrecidos. El parasitismo regio se ha apoderado incluso de la asistencia pública. Una de las instituciones que administra esos recursos, es la Lotería Nacional.

Quedando poco por repartir en la Tesorería de la Federación, en este sexenio Enrique Peña Nieto puso la dirección general de Lotenal en manos de un ex diputado federal de Nuevo León: Pedro Pablo Treviño. No más intermediarios, pues.

Por estos meses la Lotería Nacional publicita un spot gancho: Ahora sí, ¡la suerte está en tus manos! Los ilusos lo creen y compran su cachito. Cuando verifican su número en la lista de resultados de cada sorteo, se dan cuenta de que “la suerte” sigue estando en Monterrey.

Otra hazaña más del Estado neoliberal, que confirma la vieja conseja: Padre comerciante, hijo caballero, nieto pordiosero. Es cuanto.

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