Voces del Periodista Diario

Doble identidad: Políticos narco o narcopolíticos

La Piedra en el Zapato

Por Abraham García Ibarra

Pongamos el asunto de hoy bajo un paraguas que tenga la etiqueta de Manos limpias. El michoacano Felipe Calderón usó esa carta presentación en campaña (2005-2006).

Calderón fue nombrado presidente de la República por los magistrados electorales federales. Frente a la sospecha popular, quiso legitimar su arribo a Los Pinos emprendiendo su guerra contra el narco. Sus manos terminaron en 2012 ensangrentadas.

¿Qué está en el centro de gravedad de esta entrega editorial?

Lo supimos desde diciembre de 2006: La renuncia a una Política de Drogas. El michoacano prefirió, sin tareas previas de inteligencia para una verdadera estrategia, usar su condición de Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas para lanzarlas a un loco combate al crimen organizado.

Enrique Peña Nieto, por simple y poltrona inercia, le dio continuidad a esa aberración: En dos sexenios, la suma es de 300 mil muertes violentas, casi  40 mil desapariciones y cementerios clandestinos; muchas narcofosas. La síntesis es el desgarramiento del tejido social, con todo y sus daños colaterales.

Mes y medio después del desenlace de la elección presidencial del 1 de julio, no se sabe si está en agenda una política de drogas. Sólo se conoce el inicio de foros de consulta sobre Seguridad Pública y el debate bizantino de si habrá amnistía, indulto u otras modalidades de perdón a quien lo solicite.

En entrega anterior de estos comentarios, en materia de mafias y economía criminal pusimos bis a bis las experiencias de Italia y México. Planteamos, sin estricto juicio de valor, el uso de la aplicación de los rendimientos de las actividades delictuosas a la economía productiva versus economía especulativa.

Cuando se inauguró el relanzamiento de los crímenes de Estado

De nuestro obligado ejercicio memorioso, va el rescate: El 24 de mayo de 1993, fue asesinado el cardenal de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo. La “verdad histórica” habló de que el purpurado fue víctima de un fuego cruzado entre capos sinaloenses.

Facciones católicas tapatías sostienen aún su versión de que la fecha marcó el relanzamiento de los crímenes de Estado.

Exactamente un año antes, fue víctima de un atentado con bomba en el puerto de Palermo, Italia, el juez especializado en antimafia Giovanni Falcone.

El mismo año, pero en julio, otro magistrado de la misma especialidad, Paolo Borsellino, corrió la misma suerte.

El 23 de marzo de 1994 fue ejecutado en Tijuana, el candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio. Los fiscales tuvieron entre sus líneas de investigación la de una eventual acción de los cárteles del narcotráfico, pero la “verdad histórica” quiso cargarle el muerto a la nomenclatura priista.

La colusión Poder mafioso-Poder político-empresarial

Las referencias a Falcone y Borsellino nos sitúan en el corazón de la gran cuestión: Fueron agentes insobornables en la operación Manos Limpias, acometida en 1992 por el Estado italiano a iniciativa y bajo la responsabilidad del procurador de Milán Antonio Di Prieto.

El asunto se detonó en febrero de aquel año, con la captura del uno de los dirigentes del Partido Socialista Italiano (PSI), Mario Chiesa, en su propio despacho, en los momentos en que recibía un soborno de siete millones de liras de manos del empresario Luca Magni.

El núcleo de la operación fue la investigación sobre la financiación  de los partidos políticos por parte del crimen organizado. Aparecieron involucrados ministros del gabinete, magistrados del Poder Judicial, dirigentes de partido, senadores y diputados, engrasados por los más conspicuos detentadores del poder económico.

El objetivo de dicha operación fue el poderoso impulsor del PSI, Bettino Craxi, quien logró fracturar la prolongada hegemonía política de la alianza Democracia Cristiana y el Partido Comunista.

Craxi fue arrestado, indiciado y condenado a 27 años de prisión. Huyó de Italia a Túnez, donde murió en 2000.

Las relaciones entre el poder político y el poder mafioso, sin embargo, no se alteraron substancialmente: En 1994 se instaló como hombre fuerte de Italia Silvio Berlusconi, sujeto después a varios procesos por corrupción, pero factor todavía en la política peninsular.

La evolución de los gomeros a los lavadores de dinero

En México, el poder mafioso, ya con el rango de cártel, se hizo visible en el arranque de la década de los noventa en que se produjo un reacomodo de los controles territoriales del narcotráfico.

El nuevo santo y seña de esa empresa criminal, fue el desplazamiento de las viejas bandas de gomeros, para depositar la gestión financiera en manos de banqueros, bolsistas, operadores de la industria de bienes inmobiliarios y del turismo, y de la burocracia de cuello blanco de las cúpulas de hombres de negocios, usufructuarios últimos del lavado de dinero.

Desde las campañas presidenciales de 1988 y 1994, fue evidente la presencia de esos agentes privados en el financiamiento de partidos y candidatos y, descendiendo la escala, a gobernadores, senadores, diputados federales y presidentes municipales. La tendencia se confirmó en 2000.

En el código de comunicación mexicano apareció la simbiosis: Políticos narco-narcopolíticos.

Sienta plaza en México la violencia política

En las elecciones generales de 2018, la injerencia de esos poderes fácticos se detectó en la selección de candidatos a puestos de elección popular de diversos partidos y, en el extremo, en el asesinato de dirigentes políticos y candidatos inconvenientes. Sentó plaza la tipificación de violencia política.

Hasta la conclusión del actual sexenio, en el combate al crimen organizado sigue imperando la opción de la represión armada. Hasta hoy no se habla de una política de drogas, asumiendo racionalmente que la economía mexicana está plenamente narcotizada. El asunto, ¿es una cuestión moral o una cuestión de Estado?

Si es cuestión de Estado, ¿no es tiempo de pensar y diseñar una   operación Manos limpias? Lo dejamos de tarea. Es cuanto.    

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