Voces del Periodista Diario

EE.UU., la “República bananera” imperial que ya perdió la brújula del poder global

Por Salvador González Briceño

*Los seguidores de Trump, en plena acción desesperada y último intento por rescatar una elección fraudulenta, vandalizaron el Capitolio

Por Salvador González Briceño

Repudiado, cercado y solo, hoy parece no importar a nadie el futuro de Donald Trump, pero el trumpismo le sobrevivirá y los balances sobre sus políticas como presidente de un país en decadencia están por escribirse todavía.

La historia es como un caprichoso bumerang: Todo lo que se hace se paga. Como dijo Jesús, según Mateo 25: “Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere”. O, el que escupe al cielo a la cara le cae. Y todo lo que empieza termina, cíclicamente aparte. Lapidario.

El calificativo “enfermizo y desgarrador, el asalto al Capitolio”, del expresidente de Estados Unidos, George W. Bush (2001-2009), sobre lo sucedido el martes 6 de enero en Washington, la sede del poder legislativo, con motivo de las protestas de extremistas ciertamente azuzados por el todavía presidente Donald Trump —por negarse aceptar elecciones “fraudulentas”—, como propio de una “república bananera” no es degradar a la “democracia”, solo cosechar lo que sembró por el mundo.

Sin dejar de lado que no hay imperio que dure para siempre, pues como todo organismo (no solo por sociólogos como Spencer), nace, crece, se reproduce y muere, sin mecanicismos. Ningún imperio soporta las presiones de sus propias secuelas internas de descomposición (Paul Kennedy es ilustrativo en: Auge y caída de las grandes potencias). Menos las crisis cíclicas, propias e inevitables del capitalismo, en cualquiera de sus fases, como la última imperial y especulativa del 2009 irresuelta y amenazante hoy.

La historia suele parecer cruel, pero también es justa. Lo que hace o genera persona o país, para los demás, tarde o temprano regresa a su creador. ¡Y como no hay día que los imperialistas de EE.UU. no azucen guerra!, en forma de violencia, asesinatos, crueldad y odio, luego entonces la cosecha asoma, no de afuera, es interna.

En este período, así se culpe a Trump, quien solo calentó inevitablemente el ambiente durante su gestión, las contradicciones están a un tris del estallido, también que la confrontación entre ambas expresiones del poder global: la “izquierda liberal” representada por al Partido Demócrata versus la “derecha conservadora” del Partido Republicano, apunta a una disputa interna sin salida, pero a muerte. Incluso el segundo Impeachement demócrata contra Trump es mera pantalla. Ocurre cuando las fuerzas emergentes anidan en su lecho los botones que salen de lo viejo.

Las “bananas” llegan al Capitolio

Al menos los Estados Unidos han entrado a una zona impredecible. Porque igual está en la víspera, la contenida por todos los medios crisis “existencial”, más profunda que la de 1929 o 2008. Y el 2021 puede ser crucial. De tal suerte que ni siquiera podrán imponer el llamado por ellos Nuevo Orden Mundial (NOM), como tampoco el renacer del poder imperial estadounidense, en tanto la globalización neoliberal que le dio vida está perdida.

Por otra parte, como sabemos, el calificativo “bananero” se creó para referirse a los países centroamericanos a principios del siglo XX, cuando la United Fruit Company se asentó en Centroamérica y apoderó de las mejores tierras en Honduras para producir plátano a satisfacción de la demanda del mercado consumidor estadounidense.

Pues bien, al control económico neocolonial de las empresas estadounidenses, se impuso gracias a la cooptación de los poderes políticos estatales y locales en los países de la región, esos los líderes políticos caciques, dictadorzuelos y políticos traidores, “títeres” o “vendepatria”, aquellos que fueron comprados por los intereses de Washington; ya por las amenazas de invasión del ejército norteamericano o los golpes de Estado de los cuerpos militares y policiacos locales. Amenazas que gestarían las políticas atentas de la Agencia Central de Inteligencia, la CIA, en la región.

De ese modo se popularizó el término “bananero”, para referirse aquellos países bajo dominio de las empresas trasnacionales de EE.UU., que sería extensivo luego al control total de los mismos países con presidentes afines a —otra vez—, los intereses de Washington (parte del siglo XIX, todo el siglo XX y lo que va del XXI, con sus muy honrosas excepciones).

Sin dejar de lado que el tan “estudiado y culto” de Bush solo conoce la historia a medias —tan hueca como las contadas por las series de bandoleros hollywoodense, de asesinos y ladrones—, y es claro que ignora que precisamente de EE.UU. partió esa condicionante de la dominación imperial, mero colofón del viejo control español de larga data colonizador, explotador y genocida, para alzar países “bananeros”.

Se trata, en palabras de Bush, de “enfermizo y desgarrador” el asalto al Capitolio. “Estoy consternado (¡sic!, ¿le ocurrió lo mismo cuando invadió Iraq o Afganistán, asesinando a tantos civiles inocentes?) por el comportamiento imprudente de algunos líderes políticos desde las elecciones, y por la falta de respeto mostrado hoy por (para) nuestras instituciones, nuestras tradiciones y nuestra aplicación de la ley (principalmente contra el prójimo)”.

Con “los políticos” se refirió obviamente a Trump, y su posición extrema de negarse a reconocer una elección lo menos dudosa, y el consiguiente “triunfo” del demócrata Joe Biden. No obstante, es claro que el mismo Trump no tuvo en las manos ni le fue posible mostrar las evidencias del también llamado “fraude”, cuando nunca cuadraron los números de boletas distribuidos como pan caliente a los diferentes estados, para tan desbordada cantidad de votos que obtuvo el candidato demócrata.

Trump, sin las pruebas del fraude

Lo decimos en una nota anterior (“El imperio estadounidense está de regreso, con todo y guerras”), el fraude, de perpetrarse como es probable, fue “estructural” y bien articulado por los poderes tradicionales del Deep State, a lo cual se habrían sumado “generosamente”, las empresas tecnológicas hoy “punta” de la Cuarta Revolución Industrial, ahora convertidas en “agentes del espionaje y control” tipo Estado orweliano “moderno” a raíz de la era postcovid-19.

Es claro que, en su desesperación, tanto de Trump como de sus seguidores —cierto de supremacismo, extremismo, racismo o xenofobia, durante esos cuatro años de gestión—, la “insurrección” (como la calificó Biden) dirigida contra el Capitolio resultó una acción extrema, pero al fin expresión de la impotencia e imposibilidad de contar con las evidencias suficientes del arrebato de la elección presidencial, como presionando al Senado —en plena sesión—, bajo la esperanza de un pronunciamiento contra el “fraude” y la negativa de calificar a Biden “presidente” este 20 de enero 2021.

Es claro también que no fue un “golpe de Estado”, lo del Capitolio, porque ni se trató de una acción “planificada” —la turba desbordó el control policiaco y las vallas, eso sí—, pero nada comparado con tomar el poder. Descontento, pero no acción concertada. Quien sostenga dicha opción será por seguirle el juego a los propagandistas mediáticos (las principales agencias y diarios del Estado profundo) aliados de los poderes fácticos, claros denostadores de un Trump que se empeñó en desarticular su poder, así como el control de las instituciones afines a la hoy manifiesta descomposición capitalista-financiera especulativa en declive.

El tema es: lo sucedido, así como indica claramente la descomposición de la presunta “democracia” (un pregón secular y también de propaganda imperial por décadas que avanza a la decadencia), es síntoma de la pérdida de la hegemonía exterior, del predominio mundial florido la “guerra fría” y de influencia imperial ante otras potencias, los gestores y promotores de la multipolaridad.

Ni qué decir que asoma de igual forma la caída de Occidente, desde su principal representante, el imperio estadounidense hoy en declive —y a la vez anglosajón, su “madre patria”— resulta más evidente cada día. Circunstancia que desde el punto de vista geopolítico significará una recomposición o reconfiguración del poder global. La pérdida de la hegemonía y de un orden internacional distinto al propuesto NOM, que tratan de imponer los agentes promotores de la hoy “guerra bacteriológica”, suicida, genocida y criminal contra la humanidad por el Covid-19 y sus secuelas.

El surgimiento de la neogeopolítica

Dicho lo anterior, lo cierto es que con el hundimiento de la globalización occidental, la señal es clara que el principal imperio ya perdió la brújula, y con ello el piso del poder en los escenarios internacionales de su otrora influencia. En otras palabras, perdió fuerza y, de la mano del descrédito total, cualquier calidad moral de pregonar la defensa de los valores democráticos (¿cuál si EEUU no es una democracia, y en todo caso una plutocracia?) y el american way of life, porque la potencia se está desinflando al exterior, víctima de sus propias acciones políticas.

Hoy EE.UU. está padeciendo la descomposición, como la de todo imperio en su tiempo dominante, desde sus entrañas. Si se quiere, aún sin Trump en el poder, el trumpismo le sobrevivirá. Porque la tendencia de la descomposición no es de Trump como del propio sistema, es interna. Como el descrédito de la democracia, que en la pasada elección mostró sus fallas: un ganador del voto que pierde por un Consejo Electoral no electo. Y no es una elección cualquiera, sino la presidencial.

Es el saldo de una elección en donde se mostró lo evidente, el resultado para los dos candidatos del Republicano y el Demócrata no fue de los ciudadanos votantes, lo fue de quienes hicieron millonarias aportaciones a las campañas. Son los auténticos triunfadores, los denostadores y “enemigos” de un Trump que durante cuatro años se empeñó en desarticularlos, y al final el poder de los milmillonarios le ganó la partida.

Pero como imperio o país en deuda con el mundo, como reza otro adagio, en el pecado lleva la penitencia. El de una degradada “república bananera” que ya perdió la brújula, y con ello el control del poder global. Porque así lo gestó durante su existencia hegemónica con invasiones, golpes de Estado, actos genocidas, masacres, etcétera. ¡Con tantas guerras juntas!, por escupir al cielo… El horizonte trae una descomposición que ya llegó.

Lo que cada vez resulta más que claro, es que el XXI es principalmente multilateral con China a la cabeza. Un bumerang tëte a tëte. De un país que está avanzando a pasos de gigante a ser la próxima superpotencia del poder económico mundial. Con un impacto de tal alcance que empujará a otros países como Rusia, India, Sudáfrica, etc. porque el mundo apunta ahora a la multipolaridad.

Sobre Donald Trump y su gestión, valga la siguiente reflexión: Repudiado, cercado y solo, hoy parece no importarle a nadie su futuro, pero el trumpismo le sobrevivirá y los balances sobre sus políticas como presidente de un país en decadencia están por escribirse todavía.

Se termina el reinado de la superpotencia, de la hegemonía en los dictados centralizados en un solo país como sucedía desde 1991 con la caída de la URSS. Como todos los imperios en la historia el actual se hunde por sus propios méritos.

Novedosos escenarios para el análisis de la geopolítica “plus”, con varios calificativos, posibles todos: cibergeopolítica, hipergeopolítica, neogeopolítica, tecnogeopolítica, o Geopolítica4RI (de la Cuarta Revolución Industrial).

10-11 de enero de 2021.

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