Voces del Periodista Diario

El que rechine de limpio, que tire la primera piedra

La Piedra en el Zapato

Por Abraham García Ibarra

Hace un mes, en ocasión de El Día del Ejército, su comandante supremo exhortó a los altos mandos de las Fuerzas Armadas a dar la espalda a la traición y al golpismo.

En las siguientes horas, leímos un texto editorial bajo el título Paranoia en Palacio. Se dice ahí que el gobierno hace agua y el Presidente inventa una conspiración tras otra.

Esas réplicas son válidas en el ejercicio de la Libertad de Expresión en México. A aquella partitura sólo le ponemos un bemol: Su autor es sobrino del general chileno Augusto Pinochet. El dictador murió en su lecho, no así el doctor Salvador Allende.

Si se nos permite el lance, hablamos con conocimiento de causa

En más de seis décadas de ejercicio periodístico, hemos compartido páginas, pisos de televisión y cabinas de radio, y eventualmente un café o una copa, con colegas de distinta extracción profesional y diferentes credos políticos, ideológicos y doctrinarios, vistos estos últimos desde el punto de vista religioso. Cultivamos hasta la fecha cierto grado de amistad, basada en el respeto personal mutuo.

No es que creamos que perro no come perro: Simple y sencillamente entendemos que en la libertad y pluralidad del oficio -lo afirmamos con la experiencia de responsable editorial en los medios por lo que hemos transitado-, y marcamos nuestra raya frente a la tentación de implantar el pensamiento único, este odioso instinto que enferma a las democracias.

Como somos gente de tinta, desde nuestras mesas de redacción hemos visto la migración del oficio periodístico rumbo a las Ciencias de Comunicación, novedad ésta con la que nos topamos en las décadas de los sesenta-setenta.

En esa categoría, sin pertenecer a formaciones colegiadas, hemos compartido también tiempo-aire con miembros de la Asociación Mexicana del Derecho a la Información, integrada mayormente por respetables académicos y a la vez comunicadores, que alternan esta actividad con la política. Un ex presidente de aquella institución es actualmente gobernador.

Sistemática resistencia a legislar el Derecho a la Información

A donde vamos –nostálgicos del pasado– es a recordar que, a partir de los foros para diseñar la Reforma Política 1987-1988 y en los inicios de dos sexenios siguientes -en uno de consulta sobre el Plan Nacional de Desarrollo- hemos sido invitados como ponentes y deliberantes sobre una nueva relación Estado-Medios de Comunicación.

Para 1982, como producto la Reforma Política datada, el artículo sexto de la Constitución había sido adicionado con una cláusula, a saber: El Derecho a la Información será garantizado por el Estado.

A los foros públicos comentados, invariablemente fueron invitados -y participaron- las representaciones de los corporativos que detentan concesiones del Estado para la operación de sistemas electrónicos de comunicación.

Invariablemente, también, los representantes de esos corporativos mantuvieron una postura inflexible: El derecho de las empresas privadas a autorregularse, siempre invocando códigos de ética propios. Prerrogativa inatacable, siempre condicionada las limitaciones que señala el mismo artículo sexto.

La resistencia anterior explica por qué se mantuvo atorada durante casi un cuarto de siglo la ley secundaria de aquel mandato constitucional.

El Estado, primer sujeto obligado en materia de información

Pasado por la criba legislativa, el Derecho a la Información considera como sujeto obligado al Estado: Toda información en posesión de cualquier autoridad, entidad, órgano y organismos de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial y órganos autónomos, partidos políticos, fideicomisos y fondos públicos, así como de cualquier persona física, moral o sindicatos que reciba y ejerza recursos públicos o realice actos de autoridad en el ámbito federal, estatal y municipal, es pública, y sólo podrá ser reservada temporalmente  por razones de interés público y seguridad nacional.

Una prescripción constitucional obligada: La inobservancia a las disposiciones en materia de acceso a la información pública, será sancionada.

Una práctica institucional: Se pretende matar al mensajero…

Escrutadores permanentes sobre el cumplimiento de los anteriores mandatos constitucionales, no conocemos expediente que nos informe de algún funcionario federal, estatal o municipal que haya sido indiciado por la transgresión al derecho comentado.

Todo lo contrario: Existen constancias de miles -acaso millones ya- de solicitudes de información pública que han sido denegadas por el instituto tutelar del Derecho a la Información. En el secretismo se ha incubado la monstruosa corrupción público-privada que asuela México.

Las agravantes no pueden omitirse: Serios investigadores periodísticos y defensores de los Derechos Humanos, en cambio, han sido expuestos -por los resultados de sus trabajos y su publicación- a implacables represalias políticas y económicas de sujetos que consideran afectado su honor, y han sido aupados por tribunales del Poder Judicial, que van contra el mensajero, sin atenderse del mensaje.

La anarquía en México ha pasado a su fase superior: El caos

Estamos hoy atrapados por la esquizofrenia colectiva a título de una pandemia teledirigida con tintes terroristas, aun por fuentes de Estado, a la que concurren fenómenos de inestabilidad económica que sacuden todo el espectro financiero mundial, con disolventes impactos en el sistema político mexicano.

La sicosis generalizada no puede imputarse sólo a la maliciosa ligereza con que tratan esos temas los detentadores las redes sociales. Lo grave es que medios convencionales, cuya respetabilidad exige congruencia, reproducen sin la obligada investigación profesional esos contenidos de deliberada intencionalidad subversiva.

Dos derechos fundamentales son arrastrados y asfixiados en ese maremágnum: El Derecho de las audiencias a disponer de información y análisis veraces, y a la paz pública, responsabilidad irrenunciable e intransferible del Estado.

De años para acá, lo hemos repetido en frecuentes entregas editoriales, la anarquía en México ha pasado su fase superior: El caos.

A quienes creemos -ilusoriamente- tener sólo el poder de la palabra, por lo demás sistemáticamente devaluada por emisores y receptores, no nos queda más recurso que apelar a la toma de conciencia cuando ya tenemos encima el México bronco. No estaba muerto, andaba de parranda. Es cuanto.

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Redacción Voces del Periodista