Voces del Periodista Diario

Es hora de vacunarse contra el Síndrome de Eróstrato

Sinfonía Telúrica

Por Abraham García Ibarra

De Michel Foucalt, es el diagnóstico en el sentido de que la inmortalidad es la máxima aspiración del poder. Nos sirve de plataforma para el tema de hoy.

Un siquiatra mexicano -dado a advertir contra las tontejadas personales- nos ilustró en su oportunidad sobre el Síndrome de Eróstrato: La pulsión destructiva de algunos hombres por alcanzar celebridad a toda costa y a cualquier costo. No estamos ahora seguros si nombró a Nerón.

Eróstrato año 356 a.C. fue un pastor turco que le metió fuego al Templo de Artemisa -Diana para los romanos- catalogado entre Las siete maravillas del mundo, cuya construcción en Éfeso tardó 120 años y fue devorado por las llamas en unas cuantas horas.

Nuestro filósofo de cabecera, don José Ortega y Gasset, sostenía la tesis de que los cambios súbitos suelen retrotraer el hombre a la Edad del orangután. Brujo.

Fascinación por la posteridad mata racionalidad

Apropiándonos de aquella observación siquiátrica citada en el segundo párrafo, por nuestra parte la aplicamos a la primera generación de tecnócratas neoliberales que tomó por asalto el poder político en la década de los ochenta.

Ya existía el precedente en México: Desde que se inauguró a mitad de los cuarenta el periodo de la Presidencia civilista, sus titulares exhibieron la manía de emprender obras faraónicas que necesariamente serían identificadas con una placa de bronce en cuya leyenda aparece el nombre del Señor Presidente en turno.

Operado el sistema métrico sexenal, cada nuevo sucesor dejaba en obra negra infraestructura avanzada por su antecesor, escogía otro escenario de su agrado y ahí lanzaba al ejército de obreros, ingenieros y arquitectos para levantar los nuevos pilares de la posteridad. ¿Cuántos miles de millones de pesos pasaron a fondo perdido?

Esa costosa propensión era, es, empujada por el voluntarismo personal, sin compadecerse del ser colectivo -el pueblo– que invariablemente ha pagado los caprichos gubernamentales a costa de su pobreza, profundizada por cada nuevo ensayo fallido.

“La ventana de oportunidad” que abre el coronavirus

Hoy, no es precisamente el voluntarismo mezquino el detonante de la crisis humanitaria sin solución de continuidad Es una pandemia, puesta a debate sin precisarse aún si fue de generación espontánea o manipulada desde su origen.

Sobre ese estado de emergencia señorea la sombra de aspirantes a Eróstrato, entre los que hace punta el muy descifrable Donald Trump, ya tipificado como El Atila anaranjado.

Como sea, el escenario de depredación en el nuevo siglo a causa del coronavirus, era visible, previsible y atrapable desde la crisis financiera internacional de 2008-2009. Se dejó hacer hacer-hacer pasar. Al sentar sus reales la devastación económica, sin embargo, se presenta la oportunidad de revisar a raíz el salvaje modelo económico.

¿Qué se hace con la ONU? ¿Se le deja morir? ¿Se le transforma?

La cuestión es que, sacrificada la soberanía de los Estados nacionales en el altar de la globalización, los conductores de las economías subordinadas no tienen más opción que quedar a remolque de los que operan la maquinaria infernal del neomercantilismo.

Hay algo de fatalismo en esa percepción, en tanto se mire desde la soledad en que se mueven los gobernantes de las naciones periféricas.

De lo que sigue la reflexión: ¿Qué se hace con la Organización de las Naciones Unidas? ¿Se le libera? ¿Se le deja in articulo mortis? ¿Se reforma o se transforma? No está en nuestras humildes cabezas la respuesta.

Sólo decimos que Antonio Guterre, secretario general de la ONU ha dicho recientemente que, peor que el Covid-19, es la pandemia de pobreza. Es cuanto.

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