Voces del Periodista Diario

Hablemos de los vendedores de esperanzas

La Piedra en el Zapato

Por Abraham García Ibarra

Cuando uno está ya en la cuenta regresiva, los tiempos cuentan mucho: Aparecimos en 1939. El 22 de febrero del 39 -hace 80 años- murió el maese Antonio Machado Ruiz.

La vitalidad exige nutrirse. Qué mejor que hacerlo con el profesor ficticio de don Antonio El Grande, Juan de Mairena, cuando nos recuerda, mucho antes que Giuseppe di Lampedusa:

Uno de los medios más eficaces para que las cosas no cambien por dentro, es renovarlas -o removerlas- para que no cambien por fuera.

Dice De Mairena-Machado: Los originales ahorcarían, si pudieran, a los novedosos y los novedosos apedrean, cuando pueden, sañudamente, a los originales.

A propósito de cambios, el paisano de Machado, don José Ortega y Gasset, nos prevenía: Los cambios súbitos (si son inconsultos, peor) nos pueden retrotraer a la edad de orangután. En eso estamos.

La gramática de los tecnócratas neoliberales

Cumplida la memoria de Machado Ruiz en el 80 aniversario de su muerte, una idea-fuerza en el umbral del tema de hoy: Digamos que, desde 1615, entró en la agenda cultural europea un concepto: Economía política, aplicada como ciencia del desarrollo de las relaciones de producción.

En el centro de gravedad de esa idea, está no sólo la producción de bienes materiales, sino su distribución social.

Franklin Delano Roosevelt llegó a confesar: Tomé cursos de economía en el colegio Harvard durante cuatro años. Y todo lo que me enseñaron fue equivocado.

Con el Nuevo trato, Roosevelt transformó radicalmente el modelo capitalista en los Estados Unidos, si bien no lo blindó a futuro contra la contumaz resistencia de los Cresos retardatarios.

Roosevelt entendió el desarrollo, no sólo como crecimiento económico, sino como reparto de la renta nacional.

De la Universidad de Harvard nos llegaron los primeros jóvenes novedosos mexicanos, que nos enjaretaron el modelo neoliberal.

Los tiempos en que sabríamos administrar la abundancia

Corre video: En 1980, José López Portillo, encandilado por el espejismo de la abundancia petrolera, lanzó el novedoso Plan Global de Desarrollo, desde la Secretaría de Programación y Presupuesto, entonces a cargo de Miguel de la Madrid.

Ya en la Presidencia de la República, De la Madrid reformó la Constitución para introducir lo que coloquialmente se conoció como Capítulo Económico (artículos del 25 al 28).

En el 25, se estableció que la rectoría del desarrollo nacional corresponde al Estado, garante de que ese imperativo sea integral y sustentable (para que) fortalezca la Soberanía de la Nación y su régimen democrático y… mediante el crecimiento económico y una más justa distribución de la riqueza, permita el pleno ejercicio de la libertad y la dignidad de los individuos, grupos y clases sociales.

De equidad en el crecimiento de la economía -“para la independencia y la democratización política, social y cultural de la nación”- habla el artículo 26, que compromete al Estado a organizar el sistema de planeación democrática del desarrollo nacional.

Desde ese periodo, la novedad consiste en presentar al Congreso de la Unión, sólo a vistas, un Plan Nacional de Desarrollo para cada ejercicio sexenal. Por supuesto, en cada exposición de motivos se repiten los fundamentos constitucionales de ese proyecto.

Eficacia, eficiencia, honestidad, rendición de cuentas…

En el texto actual de la Carta fundamental, sigue en letras de molde la reserva de áreas estratégicas para el desarrollo, a cargo del Estado, y se precisan normas relativas a la administración, organización y funcionamiento de las empresas productivas del Estado, así como el régimen de remuneraciones de su personal, para garantizar su eficacia, eficiencia, honestidad, productividad, transparencia y rendición de cuentas, con base en las mejores prácticas

Desde aquellos promisorios días –de la renovación moral de la sociedad– tres constantes permanecen en la retórica tecnocrática, como resabios de la vieja voluntad política: Control, eficiencia y eficacia.

Para quienes pretenden ahora olvidarlo, por control, en el servicio al Estado, se entiende la vigilancia, la fiscalización y la sanción en la gestión de los bienes públicos, que constituyen el patrimonio nacional, cuya custodia, hipotéticamente, está a cargo del Estado, que ha de procurar equidad en la distribución de la renta nacional.

Cuando nos invadieron y sojuzgaron las tribus urbanas

Para la década de los noventa, cierta sociología indulgente identificó a los tecnócratas como yuppies, equiparando el marbete al de las tribus urbanas. En la Ciudad de México, cafés gourmet y algunas tratorias conservan aún esa denominación.

En nuestra libreta de apuntes reporteriles, tenemos uno de esos establecimientos bajo el rotulo de famiglia, que, para otros usos, se asocia a nostro grupo o la cosa nostra.

En última lectura, lo que nos viene a mente, es que algunos detractores de la tecnocracia tipifican a los yuppies, como vendedores de esperanzas.

Seis planes nacionales de “desarrollo” y contando…

En efecto, hasta la administración federal pasada, se han puesto en marquesinas seis planes nacionales de Desarrollo. Si el mero crecimiento económico es de por sí una deuda con las mayorías no saldada, el desarrollo, entendido como crecimiento y distribución de bienes materiales, no deja de ser en México una quimera.

Nos quedamos, pues, como al principio de esta entrega, con Antonio Machado-Juan de Mairena: Una de los medios más eficaces para que las cosas no cambien por dentro, es renovarlas -o removerlas-, para que no cambien por fuera. Con Di Lampedusa: Cambiar todo, para que todo sigue igual. Sabio, el Gatopardo. Es cuanto. 

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