Voces del Periodista Diario

LAS REBELIONES DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS EN LA COLONIA. (segunda de tres partes)

Por Pablo Moctezuma Barragán

A la lucha contra los invasores españoles se unieron a los pueblos originarios, los esclavos negros traídos de África, por ser más resistentes en el trabajo de las minas se rebelaron por primera vez en 1537. Muchos fueron ahorcados y descuartizados cuando se descubrió su conjura.

En 1540, los cazcanes se negaron a pagar tributo a los españoles y al año siguiente, dirigidos por Tenamaxtla, atacaron al ejército español, también los zapotecas se rebelaron. En junio de 1541, Pedro de Alvarado fue muerto en batalla. En septiembre los cazcanes atacaron Guadalajara, hasta que Antonio de Mendoza formó un ejército capaz de vencerlos. La insurrección se había extendido desde Nayarit hasta Zacatecas. En 1541 hubo rebeliones en Acatic, Nochistlan y Mixta, los cazcanes de Nueva Galicia en Mixtan rechazaron los tributos y desconocieron a los encomenderos. La sublevación sitió Guadalajara, el virrey Antonio de Mendoza los combatió y se enfrentaron en Nochistlan, donde 60 mil indígenas lucharon a morir.
En 1561, se rebelan los zacatecos y huachichiles en Zacatecas, San Luis Potosí y Jalisco. El levantamiento se extendió hasta el Peñón Blanco, y en el sur dejó sitiado el centro minero de Zacatecas donde se sublevan los pueblos de Río Fuerte en 1584, antes en 1570 los cuachiles se rebelan y al año los chichimecas de Saltillo. en 1590 los acaxees en Durango y Zacatecas separándose en 1592 de las misiones en las que eran explotados. De 1598 a 1600 combaten los guasaves en Sinaloa, y en 1598 los indios de las minas de Topia. En 1600 lucharon los indios de Nueva Galicia.

A principios del siglo XVII, en 1601, al descubrirse las minas en la sierra de Topia, Durango, los españoles hostilizaron tanto a los indios que éstos se rebelaron. Los obligaban a concentrarse en los centros poblados para facilitar el cobro de los tributos y parroquiales y obligarlos a trabajar en obrajes, en la construcción y en las minas.

Obligaban a los acaxees de Topia a trabajar en las minas sin alimentos donde morían en derrumbes, envenenados o aplastados por la pesada carga. Su vida para los españoles no valía nada, pues los indios por el sistema de repartimiento no les costaban. Cuidaban más a los negros que costaban 300 pesos o a los caballos que eran caros.

El trabajo de los indios era gratuito. Los guardias los sacaban de sus casas para forzarlos a irse a las minas, aprovechaban para robarles la comida y abusar de sus hijas y esposas. Los indios se negaban y mejor huían a la serranía donde tenían sus fortalezas. En 1601 se rebelaron en Topia, sitiaron las minas, tomaron los caminos, incendiaron haciendas e ingenios. Llegó Rodrigo de Vivero con varias compañías de soldados para sofocar la rebelión, pero los acaxees huían a sus refugios en la inaccesible sierra.

Vivero mandó talar las mieses para pacificarlos y doblegarlos por hambre, pero ellos preferían morir de inanición, pero libres. El obispo Alonso de la Mota y Escobar emprendió la tarea de pacificarlos, reprendiéndolos ásperamente por rebelarse contra su “rey y señor natural”, pidiéndoles ser fieles y estar en paz con los españoles. Por su gran influencia y su método persuasivo, logró que depusieran las armas y ordenó concentrar a los indios en un reducido número de pueblos y rancherías para controlarlos mejor.

En 1602, se insurreccionan en Orizaba los negros, dirigidos por Yanga; su lucha logró controlar el territorio de la aldea donde vivían. En 1608 se intentó derrotarlos con un ejército de 400 hombres sin lograrlo y tuvieron que dejarlos en paz. En 1609, en México después del entierro de una negra que había sido muerta a fuerza de latigazos, “se produjo una violenta protesta en la que participaron como 1 500 negros y mulatos que apedrearon la casa del amo y protestaron ruidosamente frente al palacio del virrey”; 500 negros esclavos se fugaron y se unieron a las fuerzas de Yanga. Las autoridades virreinales sin poder derrotarlos militarmente se ven obligados a negociar y firmar un convenio. Los esclavos quedaban libres y dueños del territorio que habían controlado, ahí fundaron el pueblo de San Lorenzo de los Negros.

En el norte, se rebelaban los yaquis dirigidos por Lautero y Babilonio, y resisten hasta 1610. En esos años se desata la guerra de los zuaques, tehuecos y ocoronis; también la de los yaquimis, los indios de Tekak, en Yucatán, y los xiximes de la Nueva Vizcaya.

En 1612 se alzan los pimas en Sonora y los guasaves en Sinaloa, en la ciudad de México, cunde el rumor de un inminente levantamiento de negros. La Audiencia, para calmar los ánimos, manda ejecutar a 33 negros, 29 hombres y cuatro mujeres.

El acto fue horrible, cuenta Vicente Riva Palacio: “Aquellos hombres y sobre todo aquellas mujeres que caminaban al patíbulo, casi moribundos, cubiertos de harapos, a encontrar la muerte después de una vida de esclavitud y sufrimiento; los confesores que a grito herido encomendaban aquellas almas a la misericordia de Dios; una multitud inmensa que se agitaba como un mar borrascoso, y sobre todas aquellas cabezas 33 horcas, de donde pendían una hora después 33 cadáveres. La ejecución había terminado, pero la gente no se retiraba, y era que aún había un segundo acto más repugnante. Los verdugos comenzaron a bajar los cadáveres, y con una hacha a cortarles las cabezas que se fijaban en lanzas. Las 33 cabezas se colocaron en la Plaza Mayor.

En 1616 y 1618, se sublevaron los tepehuanes en Topia, Durango. Rebelión tras rebelión se enfrentaba al invasor. A veces la resistencia consistía, en ahorcarse o tomar hierbas venenosas, dejarse morir sin comer, matar a sus hijos para que no sufrieran lo que ellos, abortar sistemáticamente o abstenerse de tener relaciones sexuales. Odiaban al “nuevo mundo” que se les imponía y les quitaba su tierra, que había sido de sus abuelos y los llevaban a trabajar al campo al paso del caballo del español, siempre con el látigo en las manos.

En los repartimientos trataban a los indios peor que a los esclavos y que a los animales. Trabajaban de dos o tres de la mañana a las siete u ocho de la noche, y si había luna llena trabajaban toda la noche. Laboraban sin importar los aguaceros, las heladas o el sol quemante. Los obligaban a llevar sus propios alimentos. A veces no les daban ni unos minutos para comer. Frecuentemente sólo comían las hierbas o las sabandijas de los alrededores. Los obligaban a trabajar sin parar, iban desnudos y descalzos, y así trabajaban los campos, talaban los bosques, construían casas y palacios para los españoles. Dormían en el suelo sin siquiera un petate. Lo que no faltaba eran los azotes, las patadas del patrón y el chicote del capataz.

Los indios fueron considerados seres irracionales, hasta que en 1537 el papa Paulo III decidió que sí tenían alma. Durante la Colonia, siempre fueron explotados, primero como esclavos, luego en las encomiendas y repartimientos, en las minas y los obrajes y en las haciendas.

Para “protegerlos”, en 1773, el monarca Carlos III dio la real orden al virrey de Bucareli de que “los indios no trabajaran sino de sol a sol” pues en luna llena los hacían trabajar toda la noche.

Los españoles vivían en México llenos de temor, lo demuestran las numerosas medidas que tomaban para protegerse, y las leyes que dictaban para evitar que los indios y los negros tuvieran medios de defensa.

Ya desde 1537, refiere Luis González Obregón en su libro Rebeliones indígenas y precursores de la Independencia mexicana, tras la rebelión de los mexicas y la primera conjuración de los negros, el virrey Mendoza instó al cabildo a fortificar la ciudad, procurando que alrededor de ella y a un tiro de ballesta no hubiese indios ni casas de éstos; que se dejasen dentro de la ciudad dos o tres acequias de agua, y se hiciera una alhóndiga para almacenar maíz, para contar siempre con agua y alimentos.

Se organizó una policía nocturna para seguridad de los españoles. Era patente el temor que tenían de los levantamientos de los indígenas y de un posible ataque desde el exterior.

El virrey Antonio de Mendoza expidió una “ordenanza de esclavos” en 1548, mandando que ninguna persona osara vender o trocar cualquier tipo de arma ofensiva o defensiva a indios y negros, esclavos o libres, sin una licencia especial del virrey, so pena de muerte y pérdida de todos sus bienes. Al delator y al juez se les darían la mitad de los bienes del infractor.

Incluso se prohibía la reunión de tres negros o indios de distintos dueños para platicar. A los que descubrían se les castigaría la primera vez con 100 azotes públicos, la segunda, con 200 y la tercera, con la pena de muerte.

El 9 de marzo de 1551, otro virrey Luis de Velazco expidió “ordenanzas” prohibiendo la portación de armas ofensivas y defensivas a los negros esclavos o libres, bajo la pena de 100 azotes a quien por primera vez las llevase y recogiéndosele el arma; la segunda vez, se le destrozaría el pie derecho, y la tercera, moriría.

Se les impedía transitar libremente. El virrey Velazco, el 3 de marzo de 1558, mandó a los cuerpos represivos de todos los pueblos que estuviesen dentro de las cinco leguas de la ciudad para aprehender a todos los negros y mulatos que transitasen sin permiso del amo.

No sólo garantizaban la propiedad de los esclavos, también evitaban que huyeran, se armaran y se levantaran. Pero ni así lograron evitar la rebeldía. Después de la insurrección de negros en 1612, se rebelaron nuevamente los tepehuanes en 1616.

Se levantaron los pimas en Sonora y los guasaves en Sinaloa. En 1621, los tobosos y sus tribus aliadas (los conexes, ococlomes, cocoyames y otros) se sublevaron ante la obligación de trabajar en las haciendas del Valle de San Bartolomé. La alianza encabezada por los tobosos atacó Mapimí y Parral, importantes reales de minas.

Al año siguiente, en 1622, los yaquis siempre en resistencia logran unificarse con ocories y zuaques y, encabezados por Lautaro, luchan contra los españoles para conservar la tierra.

En 1624, hubo un tumulto en la Ciudad de México, en Sinaloa se levantó el dirigente Tzoo en 1625, y en 1632 se rebelaron los indígenas del noroeste. Ese mismo año se insurreccionaron los indios guasapares en el noreste de Sinaloa.

La inconformidad aumentaba. En 1639 se sublevaron los indios de Bakalal, en Yucatán. En 1644, se vuelven a rebelar los tobosos de Sonora (aliados con los salineros, mametes, julemes, conchas y colorados). En 1650 se dio la rebelión de los tarahumaras, que se intensificó en 1652, logrando la incorporación de otros pueblos.

Los sublevados atacaban haciendas y minas rompiendo el dominio español en la región. No podían derrotarlos, los tarahumaras utilizaban la táctica de la guerrilla. Los españoles destruían viviendas en las aldeas y las cosechas para rendirlos por hambre.

El 19 de julio de 1692 hubo un tumulto popular en la Ciudad de México por la carestía. En represalia se prohibió a más de cinco indios reunirse o andar juntos, so riesgo de ser condenados a muerte; se prohibió a todo indio andar fuera en la noche y en los barrios de los españoles; luego, se decretó su expulsión del centro de la ciudad. Comenzaron las persecuciones y los ajusticiamientos en la horca o en la hoguera.

A pesar de este escarmiento la rebelión se extendió a otras regiones, hubo levantamientos en Tlaxcala y Guadalajara. A estas rebeliones siguieron otras. Aparte de la sublevación en Oaxaca en 1681, en el norte se rebelaron los pimas de las misiones de Caborca y Tubutama, en 1695. Los pimas de Sonora se rebelaron en 1697; ese mismo año hay otro motín popular en la Ciudad de México. En el sur se habían sublevado los indios de Tuxtla, Chiapas, en 1695. En el norte se insurreccionaron otra vez los pueblos de Tarahumara y Sonora, en 1696. Se acercaba el siglo XVIII, clave para lograr la unidad de las luchas indígenas, negras y populares en pos de la Independencia (continuaría)

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