Voces del Periodista Diario

Los virus no pierden su tiempo en las redes sociales

Sinfonía Telúrica

Por Abraham García Ibarra

Del coronavirus se puede decir que todo es desconocido, hasta que se conoce: Esto último, es obra de la Ciencia. Hasta hoy, sobre el indomado bicho hay más preguntas que respuestas, que giran sobre sus catastróficos efectos.

Vamos a aventurar el escenario en el que, según hipótesis de estos días, el coronavirus encontró las condiciones auspiciosas para su inserción, desarrollo y acción desgastante en la sociedad humana, aun en las economías del Primer Mundo, reputadas de invulnerables ante agentes no advertidos, o francamente disimulados, por la mano invisible del mercado.

En el centro de gravedad de la cuestión sanitaria, podemos colocar el cambio climático, del que los Estados nacionales apenas empezaron a tomar nota en la segunda mitad del siglo XX, en que se exacerbó el irracional ataque a la Madre Naturaleza y las voces de los movimientos ambientalistas fueron ignoradas.

Vieja estampa: Las estructuras de la desigualdad socioeconómica

Previamente, sin embargo, los depredadores sistemas económicos activos en occidente, habían dejado de lado factores que algunos sociólogos progresistas codifican como las estructuras de la desigualdad socioeconómica.

Sobre rezagos seculares en el Tercer Mundo, el modelo neoliberal agregó polarizaciones derivadas de la estratificación social, que se profundizaron en las recientes siete décadas.

Las marcas de la casa de ese modelo empiezan por el inicuo e inequitativo reparto de la renta nacional, cuyas secuelas son la negación de ingreso justo a los segmentos menos favorecidos socioeconómicamente. Contra lo que se tipifica como cadenas de valor en el proceso productivo, en el proceso social significan incesantes minusvalías.

Listamos, dos fórmulas explosivas: 1) Empleos y salarios precarizados, subempleo y desempleo, agravados por la substitución de mano de obra humana por ingenios robotizados; y, 2) Esa distorsión del mercado ocupacional repercutió en la restricción del ingreso en los hogares, caracterizados en México  por familias numerosas.

De ello, sigue la pobreza; pobreza, entraña incapacidad económica de los jefes de familia para proveer sus hogares -en México más de 25 millones– la canasta básica alimentaria; la carencia de alimento repercute en desnutrición. La desnutrición genera traumas genéticos que bloquean desde la infancia la capacidad de aprendizaje y, en la cadena educativa, la falta de acceso a oportunidades de emancipación socioeconómica. Aquí tenemos la omisión en las políticas públicas de la necesaria formación de capital humano.

El espantoso salto de la Generación Nestlé a la Generación Gerber

Saltamos de ahí a un asunto, no precisamente extravagante: La cadena generacional. Desde el siglo XIX, la Sociología tomó el dato de 30  años en la sucesión de generaciones. Desde el enfoque filosófico, algunos estudiosos le dan un periodo de 15 años, seguramente porque se trata del ciclo vital de la especie humana.

El ciclo vital del hombre se inaugura con el amamiento de leche materna, que da nutrientes duraderos al lactante. Conforme a estadísticas de Salud, en México las parturientas, así por inercia cultural, cumplieron con ese imperativo de vida hasta finales de la primera mitad del siglo XX.

En lo sucesivo, se dieron placebos de la leche materna al lactante. Podríamos identificar ese periodo como el de la aparición de la Generación Nestlé, marca registrada originalmente en Suiza, Europa. Le seguiría la Generación Gerber, marca registrada en los Estados Unidos en el primer cuarto del siglo pasado.

Hasta aquí estamos hablando de alimentos procesados, acaso sujetos en algún momento a control de calidad. La degradación del mercado alimentario, movido por la codicia y libre de toda regulación, nos condujo a la comida chatarra.

Quedamos indefensos ante el ataque de virus, bacterias y hongos

Estamos, pues, hablando de que, rota la dieta alimenticia propia de la idiosincrasia mexicana y sus capacidades económicas, y de defensa orgánica, el cuerpo humano fue perdiendo paulatinamente sus resistencias contra el ataque de virus, bacterias y hongos, en una  etapa en su expresión epidémica manejable; en el caso del coronavirus, potenciado en la pandemia del Covid-19, hasta ahora ingobernable.

En el esquizofrénico conteo de contagiados y muertos por la pandemia, en los medios de comunicación convencionales se ha dejado de lado el estudio -convertido en acusación por el vocero de la emergencia nacional– de los letales impactos en la salud humana del consumo de alimentos procesados, fuente de padecimientos de cáncer -el pulmonar, común en historias clínicas de pacientes-, los neumológicos, la obesidad y la diabetes,  la hipertensión etcétera.

El reto queda en la cancha del paralítico e inocuo Poder Legislativo

En la paranoia colectiva provocada por los efectos de la pandemia, nadie quiere reparar en las causas. Nos parece que la imperativa cuestión queda en manos del Poder Legislativo, en cuyo caso el Ejecutivo apenas tiene facultades administrativas que -mientras no tenga nuevas leyes punitivas en las manos- no las asumirá de manera radical.

Si tal es la situación de emergencia nacional, ¿para que seguir hablando del regreso (sic) a la nueva normalidad? Los virus no pierden su tiempo en la lectura las redes sociales. Actúan sobre la realidad monda y lironda. Y cobran cada vez más costos humanos. Es cuanto.

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