Voces del Periodista Diario

¡Muera la inteligencia! / ¡Muerte a la Rectoría!

La Piedra en el Zapato

Por Abraham García Ibarra

Cuentan las crónicas que aquel 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, se celebró solemne acto dedicado a la Exaltación nacional, el imperio, la raza y la cruzada.

Por “cruzada”, se entendía la Guerra Civil (contra la República española), acaudillada por el generalísimo Francisco Franco, en la que se contaron un millón de muertos.

La nota de color registró la presencia de doña Carmen Polo de Franco, mejor conocida como Carmencita Collares por su adicción a estos adornos, que arrancaba del cuello a cualquier dama encopetada en cualquier evento social.

Del manco Millán-Astray es la proclama: ¡Viva la muerte!

El asunto es que, dado el violento entorno de la fecha y de la sede, al manco José Millán-Astray no le agradó el tono del discurso de algunos académicos oradores: Soltó el ladrido: ¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!

Le salió al paso don Miguel de Unamuno para denunciar la solución de fuerza de los enemigos armados contra la República y les espetó: ¡Venceréis, pero no convenceréis!

Los patrocinadores de la Rebelión Cedillista

Unos meses después, en México, el general Lázaro Cárdenas del Río decretó la Expropiación Petrolera. Con el financiamiento de las empresas petroleras extranjeras afectadas, el general potosino Saturnino Cedillo se sublevó contra el Presidente.

(Cárdenas había acogido a Cedillo en su gabinete, en la cartera de Agricultura. Desde entonces y desde adentro, Cedillo, un asaltante de trenes en su juventud armada, saboteaba la política agrarista de su protector.)

Registros consultados en La rebelión cedilillista nos informan que el conjurado fue sonsacado y apoyado económicamente por centros regionales de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex).

Pero alrededor del fallido golpista convergieron otros intereses, entre ellos los de la Unión Nacional Sinarquista (UNS), depósito de los residuos de la Guerra Cristera.

Sus apologistas llamaron a la UNS, milicias del espíritu. Uno de sus más aguerridos jefes llegó a arengar: Aquí se aprende a luchar, pero, sobre todo, se aprende a morir.

Trasatlántico romance con las falanges franquistas

Los comandantes de cuello blanco de la sublevación contra el gobierno de la República eran hermanados por otras convicciones: Tenían intercambios epistolares con líderes de las potencias de El Eje: Fascistas y nazis, europeos y japoneses.

Una facción de mejicanistas tenía predilección por las falanges franquistas, en las que militaba el legionario Millán-Astray, el del grito de ¡Viva la muerte!, al que encaró Unamuno en el episodio narrado en los párrafos anteriores, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca.

Nuevo asalto encapuchado contra la UNAM

Trágicas y heroicas experiencias primadas por la barbarie, las recordamos en estas horas en que la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ha sido objeto de un nuevo asalto encapuchado por hordas quién sabe por quién entrenadas y manipuladas.

¡Muerte a la Rectoría! se lee en una de tantas pintas con las que los grafiteros embozados ensucian los muros y paredes de los nobles recintos de la máxima casas de estudios.

¿Cuántos metros de distancia separan el espacio donde aparece la macabra leyenda anterior, del mural donde potencialmente podamos encontrar en el campus universitario la proclama: ¡Muerte a la autonomía universitaria¡?

El llamado de la ley de la selva

No pretendemos hacer tremendismo, simplemente advertimos que, contra la cuarta transformación de la República, se han soltado los demonios.

La anarquía tiene muchos focos y no pocas manos que mueven la cuna de la subversión. Se ha venido creando un caldo de cultivo, un crispado clima político en el que todo puede suceder.

El centro de gravedad de esa insana atmósfera política nos hace recordar lo que hemos escrito en otras ocasiones: Los del poder económico amenazan con dar golpes de Estado para dar golpes de bolsa. Suele ocurrir.

Los poderes fácticos lo son, precisamente porque sólo obedecen a su propia ley: La de la selva. Es cuanto.

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