Voces del Periodista Diario

El Caso Puebla

Un asunto que fue un escándalo

OVNI…

Por Héctor Chavarría

Después del escándalo, un reto, un caso perfecto y finalmente un triunfo.

Pero, comencemos como debe de ser, por el principio, o casi… El 7 de junio de 1991, casi en su catorce aniversario, el Caso Puebla era recordado por quien esto escribe, ante las cámaras del canal 9 de televisión en la Ciudad de México.

Entonces sosteníamos en una mano un fragmento de metal chamuscado y tratábamos de hacernos oír sobre los gritos de los creyentes en el fenómeno ovni —entiéndase, creyentes en el sentido religioso— encabezados por el auto nombrado nuevo “profeta” Jaime Maussan, quien parecía desear para sí el sitio que alguna vez ocupó Pedro Ferríz (sttl) —saludos Pedro, im memoriam—, sin la ecuanimidad de éste y por supuesto, sin sus conocimientos.

El nuevo “profeta” y supuesto portavoz de los “grises” ET, argumentó —confesó— acerca del Caso Puebla: “Que lo desconocía”, como si con eso pudiera desvirtuarlo y de paso dar por hecho que lo que él no conociese para lucrar con ello, fuese falso.

 La verdad es que el Caso Puebla ha sido el más importante de los ocurridos en México y muy posiblemente en el mundo por varias razones; que el objeto fue visto por miles de testigos, filmado, aquel 1977 y por primera vez en el mundo, con película profesional de 35 mm por camarógrafos profesionales, seguido por los medios de difusión a lo largo de su primera etapa, “corregido” y aumentado por tales medios, analizados por los ovnílogos mexicanos, seguido por algunos de ellos hasta su culminación incluyendo el análisis de la muestra metálica hallada en la sierra poblana, fue además un estudio in situ del fenómeno social de la creencia en visitas ET y finalmente un caso aclarado por completo, trece años después de haberse iniciado la investigación. Amén de lo que opinen los “profetas” no enterados, esta es la historia:

Una fecha para recordar

El 29 de julio de 1977 se inició como un día normal de verano, no hubo alteraciones de clase alguna en la órbita de la Tierra alrededor del Sol, el tonto horóscopo no lo marcó como un día fuera de lo común, de hecho, era para el zodiaco —específicamente en México— totalmente normal.

Pero no lo fue. Ese día a las 06:00 horas, un visitante cósmico pasó por nuestros cielos. Venía del espacio exterior, envuelto en llamas como un buen heraldo del espacio y después de ser detectado por el radar de Zihuatanejo, pasó sobre la ciudad de México en dirección al estado de Puebla, ante la mirada sorprendida de miles de testigos.

Se trataba de un hecho real —los supuestos fenómenos carentes de esta cualidad rara vez son “vistos” por más de una persona—, que fue filmado en película de 35 mm por una de las cámaras apostadas en locación para filmar aquel amanecer, como parte de la película Picardía Mexicana dirigida por el señor Abel Salazar, mismo que dio la orden de filmar “aquello que apareció en el cielo”. La película muestra un largo trazo ígneo en las alturas dejado por dos objetos voladores no identificados.

La noticia fue dada a conocer aquella misma mañana en el noticiero “Hoy mismo” de Guillermo Ochoa en el cual, según los reportes recibidos, habían sido vistos por lo menos tres objetos no identificados sobre la capital de México.

Sobre aquellos objetos, el cine realizador Salazar ordenó enfocar la máquina de cine al camarógrafo Javier Cruz. Junto con el realizador se encontraba el productor de la película Alfredo Ripstein, Jacqueline Andere, Vicente Fernández, y el escritor Armando Jiménez… un total de 14 personas. El resultado de la toma fueron casi 20 segundos de nítidas imágenes. Un caso único hasta esa fecha.

Un cálculo muy conservador —de acuerdo únicamente a reportes telefónicos— establecía más de 500 testigos presenciales. Un número que posiblemente habría que multiplicar por 100 o más…

Como la cola de un cometa, surgieron otros reportes de objetos voladores no identificados (seguramente el mismo), avistados en distintas partes de país según su trayectoria, de comunicaciones de pilotos con “extraterrestres” y todo el “ruido de fondo” que suele acompañar a estos casos.

Pero faltaba la parte más sensacional de todo el asunto, el OVNI no sólo había sobrevolado la ciudad, sino que ¡había caído en un sitio cercano a la capital!

Y, ¿Dónde estaba el OVNI?

Empezó como un simple rumor en la sierra norte de Puebla, un rumor que confirmaba el avistamiento en la capital y que agregaba la versión de la caída de “algo” en la sierra. Igualmente se hablaba de la presencia de elementos del Ejército Mexicano, vuelo de helicópteros sobre el lugar. Hasta ahí, al principio…

Luego, los medios masivos se hicieron cargo y agregaron lo que les vino en gana, en ocasiones lo más descabellado.

Aquí fue donde se inició la investigación de campo por parte de los reporteros y ovnílogos de la hoy ya desaparecida revista Contactos Extraterrestres: Fernando J. Téllez, Fausto Rosales, Pablo Latapí Ortega y un servidor, único entre todos ellos con conocimiento de montañas y en especial de la zona serrana donde se suponía caído el objeto.

Desde el principio se viajó a la sierra, primero hasta donde era posible llegar en automóvil y luego a pie —gracias a la experiencia previa en montañismo— sólo Pablo Latapí O. como excursionista, y quien esto escribe.

La aventura se inició en el mes de agosto de 1977

De ella básicamente recordamos los incidentes chuscos y a veces peligrosos, de las etapas “profundas” esto es, de las expediciones de Pablo y mías a las regiones casi inaccesibles de la sierra de Puebla en las cuales se examinaron a lo largo de seis meses y 13 expediciones lugares de dos zonas que llamamos A y B, así como varios sitios alternos a los cuales nos condujeron los rumores.

La zona A comprendía sitios visitados originalmente por curiosos, reporteros y buscadores de ovnis como: Tateno, Libres, Texocuizpan, La Caldera, San Andrés Tepexoxuca, Huixcolotla, Xonacatlán y Zaragoza.

La zona B comprendía sólo dos lugares, ambos de difícil acceso: Filomeno Mata, Veracruz y Jopala, Puebla, el sitio donde se halló la evidencia física del ovni.

Las zonas alternas abarcaron sitios de la sierra como Ahuacatlán, Camotepec, Zacatlán, Chignahuapan, así como diversos lugares en el estado de Tlaxcala, incluyendo la montaña Matlacueye (Malinche) y varios puntos intermedios.

La zona A era la que en principio parecía más prometedora, aunque la B fue la que finalmente aportó resultados y la que, por lo inaccesible, no había sido visitada por aquellos que, obviamente investigaron al inicio de todo hasta donde era posible llegar en automóvil y que dio origen a los rumores más descabellados.

Las zonas alternas fueron cubiertas únicamente por “no dejar algo sin ver” y abarcaron la parte intermedia de la investigación, a la vez que se juntaban todos los retazos de información en la ciudad de México.

De todas las expediciones a la zona A, la primera “de fondo” fue la más rica en información (falsa) y en emociones… también fue de las más largas pues duró más de una semana, previa a ella se habían llevado a cabo dos salidas de “tanteo” en automóvil.

Latapí y yo penetramos a la sierra por Tateno y no salimos de ella hasta más de una semana después y cada quien solo y por distinto lugar para cubrir más terreno.

En el curso de aquella expedición fuimos rodeados por los habitantes varones de Zaragoza, todos ellos enorme machete en mano, quienes deseaban saber —exigían sería más correcto— quiénes éramos, qué queríamos y si éramos católicos, la última interrogante fue la primera pregunta hecha con acento y mirada de habitantes de Canoa.

Hasta la fecha creo que nos salvó el hecho sugerido por mí —gracias a mi conocimiento previo de los fanatismos de la sierra— de haber preguntado antes el nombre del cura de la aldea más próxima, haber oído ostensiblemente la misa dominical, dar una generosa limosna y el traer lo bastante visibles sendos escapularios guadalupanos como escudo contra el conocido fanatismo serrano.

De cualquier manera tuvimos que soportar los altavoces del pueblo que advertían de nuestra llegada —como si no lo supieran— a los habitantes y, los cuales, sólo pudimos acallar después de ir a la cantina donde estaban los altavoces, tocadiscos y toda la instalación alimentada con baterías de tráiler, llevadas al sitio a lomo de mulas, e invitar dos rondas —así como aguantar otras más— de Refino, el aguardiente de la sierra que parece ser explosivo plástico líquido y que hace ver extraterrestres a la tercera o cuarta copa hasta al más escéptico; se bebe solo, como si fuera tequila y por octanaje parece ser el equivalente mexicatl líquido del fuego griego…

Seguramente un exceso de Refino originó las declaraciones de los serranos respecto a que los extraterrestres (provenientes de la “nave” caída) habían jugado con ellos un partido de fútbol; que se habían comido a varias vacas y al compadre de alguien; que habían secuestrado a una antropóloga gringa que después no quiso abandonar la “nave” convencida in situ de las enormes ventajas del sexo extraterrestre, comparadas con su novio; que los helicópteros de la Nacional de Aceros, S.A. (NASA) eran vistos todos los días —nosotros no vimos ninguno— y que, sus pilotos chinos (sic) eran competentes bebedores de Refino del cual se habían llevado grandes cantidades para vender en Japón (sic) y a los que también les gustaba el fútbol y golearon a los serranos.

Relatos obviamente muy divertidos y también con obviedad ficticios al estilo de las burdas historias de los “contactados” aunque el periódico La Prensa diera por buenos algunos de ellos… pero los al parecer afilados machetes en Zaragoza, nos hicieron recordar que estábamos en la sierra, lejos de cualquier ciudad, sitio civilizado u autoridad y que, fácilmente podíamos “desaparecer” no precisamente secuestrados por extraterrestres.

Esas cosas ocurren. Remember Canoa…

Fauna variada

A lo largo de la investigación, además de saturaciones de adrenalina como la de Zaragoza, encontramos a la fauna más variada que uno pueda imaginarse…

Ruani un contactado que nos enviaba mensajes a la redacción, diciendo que el ovni de Puebla estaba oculto en el D.F. con exactitud en el aromático Río de los Remedios; un tlaxcalteca “piloto” de avión (¿!) y “guía” de montaña, que ignoraba qué era un horizonte artificial, se perdía usando brújula y desconocía lo que era un piolet, ese mismo nos presentó la foto de un monigote hacho con heno, el cual se suponía era un ET capturado, el cual para no desmerecer la fama de astucia exógena, se había fugado a la primera oportunidad…

Y, no sólo durante la investigación, sino después de ella, tan reciente como años después cuando el ex cura jesuita Salvador Freixedo surgieron los cuentos descabellados, el renegado de la Cía. de yisus en una charla conmigo, afirmaba haber estado en la sierra norte de Puebla —aunque señaló el estado de Tlaxcala—, “donde fue rechazado por el Ejército Mexicano y ‘ateo’ con lujo de fuerza y a pesar de eso, haber visto de lejos la siniestrada nave extraterrestre” el buen ex clérigo jesuita afirmó también que tenía en su poder —aunque no recordaba en dónde—, un fragmento del ovni “básicamente de titanio, que despedía unos fulgores azules muy bonitos”, hasta donde se sabe, metalurgistas incluidos, el titanio no despide fulgor azul, no despide fulgor alguno y punto.

Para rematar, el ex sacerdote tampoco recordaba la fecha del caso Puebla, la cual citó con un año de diferencia hacia atrás. Pero nosotros sí recordábamos la fecha en 1977, y en aquellos días —según escribió él mismo— se encontraba en Caracas dando conferencias. ¿Tendrán los ex jesuitas el don de la bilocación?

Cuando le señalé esas contradicciones, en especial lo de Caracas, él y su mujer me lanzaron miradas flamígeras dignas de Torquemada. Supuse que, de aún tener la investidura, el buen “padre” me habría amenazado con la excomunión fulminante

Se los dejamos de tarea, luego que terminen de reírse.

La evidencia física

Así las cosas y ya a fines de 1977, la investigación parecía haber llegado a un punto ciego, agotadas todas las posibilidades en la sierra y hartos ya de escuchar sandeces de la fauna extraña atraída por el caso, estuvimos a punto de mandar todo al diablo.

Una carta habría de cambiar todo.

Llegó del estado de Veracruz, del poblado de Filomeno Mata y estaba firmada por tres personas, los profesores Wenceslao González Castelán, José Cortés Cortés y el señor Mateo Lechuga, todos originarios del poblado, mismo que también es conocido como Santo Domingo, lo cual dio origen a confusiones con otro de igual nombre y dividió a los expedicionarios: gran cero para mí, Pablo fue quien hizo el primer contacto con la evidencia física.

De cualquier manera, fue un triunfo para el equipo de investigaciones de campo y gabinete, más terco. La pequeña muestra recogida en el poblado serrano de Jopala fue analizada y los resultados fueron los siguientes; el metal era básicamente hierro con leves indicios de molibdeno, cobre y níquel con un bajísimo contenido de azufre. Esto daba por resultado un metal de “alta pureza”.

Visto todo lo anterior los metalurgistas —a quienes no se les informó de la procedencia de la muestra para no contaminar resultados— dictaminaron que se trataba de “acero semi-duro”. Pero eso sí, no coincidía con los aceros conocidos en Occidente, la aleación más parecida era de origen español y clasificada como Acero 401-75 al cromo silicio.

Un metal usado para la fabricación de resortes de alta resistencia. Los metalurgistas afirmaron que era la primera vez que veían algo así en forma de lámina. Lo llamaron “una pieza rara, para un uso raro”, si hubieran conocido su procedencia sus reacciones seguramente hubieran sido distintas.

El acero que llego del cielo

Pero nosotros sí sabíamos de dónde provenía o por lo menos suponíamos; del espacio, era algo que había llegado “de arriba”.

Los metalurgistas nos daban datos interesantes para sustentar esta tesis.

La pieza había estado sometida a temperaturas de por lo menos mil grados centígrados.

Y también al respecto, teníamos las declaraciones del testigo, Miguel Cruz, en cuya casa (en su asoleadero para café) había caído el pedazo de metal, ahí en Jopala.

La mañana del 29 de julio de 1977 Miguel Cruz había escuchado un ruido muy fuerte proveniente del cielo y en el asoleadero de café de su casa, a muy corta distancia de donde él se encontraba, había caído aquel fragmento de metal al rojo vivo que casi estuvo a punto de decapitarlo.

Cuando la pieza estuvo lo bastante fría, el señor Cruz la envolvió en unos sacos y la llevó a la iglesia de Jopala.

El sacerdote no quiso guardarla y la entregó a su vez al presidente municipal don Antonio Hernández García, quien la guardó.

Ahí permaneció, quietecita y oculta mientras nosotros hacíamos bilis en otras partes de la sierra. Los otros investigadores —hay que aclarar que nosotros fuimos los únicos que entraron realmente a la sierra—, ni siquiera tuvieron noticias de Jopala, hasta que leyeron los reportajes en la revista Contactos Extraterrestres.

La siguiente expedición a Jopala tuvo como fin conseguir un pedazo más grande de la muestra de metal a fin de realizar otros análisis.

El asunto tuvo sus peligros, aparte del vuelo riesgoso sobre la sierra y sin paracaídas.

Los maestros que enviaron la carta, nos ayudaron gentilmente a Pablo y a mí para entrevistar al testigo principal, hablar con el sacerdote de Jopala y en otras cosas.

Pero los contactos logrados por Pablo en su primera visita no estaban en el pueblo, y el delicado asunto de obtener la muestra tuvo que ser tratado con desconocidos y con desconfianza mutua.

Por principio de cuentas nos encerraron en la presidencia municipal y nos sometieron a un estrecho interrogatorio sobre nuestros propósitos.

No tenían machetes, pero peor, si escopetas cargadas y la poco tranquilizadora costumbre de acariciar los gatillos mientras hablaban.

Por labia o sinceridad, los convencimos de nuestras intenciones científicas, periodísticas y para nada de depredación y, consintieron en darnos una muestra mayor “si podíamos cortarla”.

Usamos un cincel y martillo llevados exprofeso y, sin muchas ceremonias, partimos la lámina por la mitad, no se había especificado el tamaño de la muestra, y abandonamos el pueblo a la mayor brevedad.

El resto del metal seguramente sigue en Jopala hasta hoy, abandonado en el fondo de algún arcón, a menos que alguien con iniciativa haya pensado que tenía algún valor más allá de la investigación, y se lo haya llevado.

Pero aquella tarde, a principios de marzo de 1978, Pablo y yo teníamos nuestra muestra, la mitad del acero que cayó del cielo, y sin saberlo aún, estábamos poniendo punto final a la investigación de campo con la treceava expedición, ya no volveríamos a la sierra, por lo menos, no en busca de un ovni.

Teníamos la muestra, conocíamos su composición, sabíamos que posiblemente venia de “arriba”, que hasta entonces era un ovni. ¿Y?

Un ovni no es una “nave extraterrestre”, es simplemente un objeto volante no identificado. Algo que hay que identificar u olvidar.

Con los protocolos de investigación, los recuerdos de nuestras andanzas en la sierra y los muchos otros sitios; escribí un libro para que fuera publicado por Editorial Posada, pero el entonces director editorial, Ariel Rosales, lo vetó pues él, como ferviente creyente en babosadas ET deseaba una “nave”, maniobras de desinformación, agresiones de militares; no un trabajo real con resultados reales, sin charlatanerías. El libro nunca se publicó y el original seguramente se perdió en la debacle de la editorial, años después.

Por fortuna pude recuperar el fragmento de metal que había sido tirado a la basura y lo puse a salvo.

Durante trece años guardé —y todavía guardo— la pieza de Jopala.

En todos esos años tuve en mi poder un “cacho de ovni” sin la visita de los “hombres de negro” los del alucinado Bender, no los payasos de la televisión que luego fueron una de mis botanas favoritas.

Tuve que esperar todo ese tiempo para tener la solución.

La revista que patrocinó la investigación desapareció, mis compañeros de entonces tomaron diversos caminos, la gente olvidó, algunos pocos llamaron al affaire Puebla con la óptica escéptica; “el caso perfecto”, como muchas veces se llamó a otros desde la creencia irracional. ¿Hay de otras?

Algunos que jamás estuvieron en la sierra, y como Freixedo, en su psicopatología, trataron de apropiarse la “gloria” del caso.

Ninguno pudo aportar algo nuevo, porque ninguno de ellos había investigado realmente, ninguno se metió a la sierracurioso, todos los “ufólogos” mexicanos clamaban con estridencia —antes de Puebla— por la oportunidad de investigar un caso aquí, como los que se suponía ocurrían en otras partes.

Pero cuando la ocasión se presentó, ninguno de ellos buscó en la sierra más allá de donde los automóviles podían llegar. Una cosa es decir que se quiere hacer investigación y otra hacerla. Los ufólogos de café se quedaron ahí, un par de periodistas encontraron la pieza, los escépticos resolvieron de manera definitiva el caso, unos años después, cuando Latapí ya se dedicaba a otras labores.

De OVNI a OVI (Objeto Volador Identificado)

En 1978 y 1979, nuestras preguntas en las embajadas de EE.UU. y la U.R.S.S. sobre la posibilidad —una fuerte sospecha nuestra—, de que el fragmento de metal fuera parte de chatarra espacial, no habían tenido resultado alguno.

         El contacto final con las embajadas fue la mar de curioso y en cierta manera divertido.

         En la de EE.UU. me recibieron con seca amabilidad (gringa), me llevaron a una oficinita con cámaras en los cuatro costados, me ofrecieron cigarrillos Marlboro (gringos), Coca Cola (gringa) y un par de individuos de cabello corto con camisa blanca de manga corta y corbata (cual misioneros mormones), que parecían tener en la frente un letrero luminoso azul que repetía las letras CIA me interrogaron sobre mi filiación política, religión y lo que opinaba sobre Cuba… yo les dije como única respuesta, que tanto ellos como yo éramos norteamericanos, lo cual pareció confundirlos mucho, hasta que, aprovechando su silencio, les expliqué como en clase de primaria para niños con retraso mental, la geografía del continente, aunque pienso que no entendieron bien pues los gringos (que son un cero a la izquierda en geografía), creen que Sudamérica comienza en su frontera sur.

         Como agradecimiento por la clase de geografía fui obsequiado (además de los cigarrillos para vaqueros) con unas bonitas copias de documentos de la NASA sobre SETI.

Me dieron sus tarjetas —de una de las cuales hice buen uso luego con un contactado— y me despidieron con amabilidad un tanto más fría, quizá pensando, en el más puro estilo mormón (que ubica a los israelitas en América), en el enojoso asunto de su desconocimiento de una geografía no establecida por Joseph Smith…

         La visita a la embajada de la U.R.S.S. fue también harto divertida, en otros sentidos.

         Me recibieron con la amabilidad que caracteriza a la Rodina: Madre Rusia (por fortuna sin besos), luego me condujeron a una habitación con gruesas cortinas entre cuyas aberturas podían verse los lentes de las cámaras; donde dos “diplomáticos” con trajes cruzados (moda de los 40s) y que parecían tener en la frente un letrero rojo luminoso que repetía KGB, KGB… me ofrecieron cigarrillos polacos (horribles), vodka helado, creo Stolishnaya o algo así, muy rico (tal vez pensando emborracharme), y un ayudante puso un platón con harto caviar y su correspondiente pan negro, ah, la Rodina… luego me preguntaron sobre mi filiación política, religiosa y opinión sobre Cuba, les dije que yo como mexicano ateo, me sentía muy cercano a Cuba y que ya había estado ahí para apoyar en la zafra en el año de OLAS, con las juventudes comunistas (ellos no necesitaron lección de geografía o fechas), de inmediato se pusieron más efusivos; me llamaron tovarich, me obsequiaron habanos y me preguntaron si prefería ron en vez de vodka, les dije que ambas cosas me gustaban; apareció de inmediato un asistente moreno con acento cubano, portando una botella de Havana Club y tragos después, ya sólo faltó que tocaran una balalaika y bailáramos sones cosacos o Kasachov, lo cual hubiera sido algo difícil en el reducido espacio, pero seguro hubiera dejado un inédito testimonio para cámaras y grabadora.

         Sobre lo caído en la sierra no me dijeron ni media palabra, me despidieron (bastante achispado a la manera eslava) con amabilidad entre camaradas, sin documentos de agencia espacial, pero eso sí, me dieron un enorme itacate con vodka, caviar, pan negro, ron, cigarrillos polacos (que tiré a la basura a la brevedad) y cigarros cubanos. Por supuesto quedé invitado para volver a visitarlos, años después lo hice. Pero esa es otra historia…

         En la embajada china, sin más y con su amabilidad característica de la “revolución cultural”, me dieron con la puerta en las narices mientras me gritaban en mandarín algo que me sonó ofensivo o por lo menos sucio.

En los años que siguieron, en EE.UU. por lo menos, se logró abolir la prohibición de acceso a datos hasta entonces considerados secretos.

En 1990 bastó una carta del Comando de Defensa Espacial de EE.UU. proporcionando los datos sobre el avistamiento y demás secuelas del Caso Puebla, para que en octubre Héctor Escobar, mi colega de SOMIE (Sociedad Mexicana para la Investigación Escéptica), recibiera como contestación la respuesta a una interrogante de 13 años.

El único objeto que había entrado en la atmósfera siguiendo la trayectoria indicada, a la hora precisa, aquel 29 de julio de 1977, fue la tercera etapa del cohete soviético que puso en órbita el satélite militar Cosmos 929 el 17 de julio de 1977 partiendo del cosmódromo de Baikonur.

El fragmento de Puebla ¡es un pedazo de ferretería espacial soviética!

La distancia de no identificado a identificado es muy corta. Pero para consuelo de los creyentes: si era un fragmento cósmico, de la serie Cosmos; llegó del espacio; formaba parte de una nave espacial.

Que fuera una nave espacial terrícola es un simple detalle que los creyentes insisten en ignorar.

¿O no? Eso no disminuye el encanto del caso, por lo menos para los investigadores de verdad, tampoco demerita la investigación, simplemente elimina lo “extraterrestre”, como creencia indispensable en la mal llamada “ufología”.

Por otra parte, un caso así es altamente recompensante; uno investiga en busca de respuestas, cuando las encuentra puede decir con toda sinceridad que ha triunfado, pero especialmente que ha aprendido.

Colofón

Los hombres aprenden, esa es una de las premisas que han llevado a la especie desde las cavernas hasta el brillo atómico y el espacio exterior.

Los “profetas” nuevos o viejos, no aprenden, ellos pretenden “saber” y por lo tanto se quedan estáticos sin aportar algo.

Lo estático jamás ha tenido una enseñanza valiosa, la base del progreso humano está en el movimiento. Quienes inventaron cosas importantes para el desarrollo lo hicieron porque no se contentaron con quedarse quietos y con lo que se “sabía” era “verdad”.

La verdad, en el sentido de creencia, no tiene ningún efecto o significación en la búsqueda de respuestas.

Esa es la enseñanza básica del Caso Puebla; la única manera de ser investigador del fenómeno ovni es buscando respuestas en vez de seguir creencias.

Mirando el fragmento de la tercera etapa del Cosmos 929 pienso que las incomodidades e incluso peligros de entonces valieron sobradamente la pena.

Y pienso también, que todos aquellos viejos periodistas en aquel ya también lejano 1977, estarían de acuerdo conmigo…

 

(*) Las runas vikingas y las palabras en alemán significan “vida y movimiento”.

  

La Edelweiss (Edelwei? en alemán) que se usa aquí como marca de agua, es el símbolo del Edelwei? Gruppe, formado por montañistas y expertos en supervivencia que han sido parte (algunos siguen siéndolo) de grupos de rescate. Edelwei? se traduce como “noble blanca” y esa flor que crece en la alta montaña, simboliza la fuerza guerrera/montañera. Es también el regalo muy apreciado a una mujer amada, por parte de su pretendiente.

Articulos relacionados

Conspiración, infestación viral y pandemia

A 50 AÑOS DE LA MAYOR AVENTURA HUMANA: LA LUNA | Osadamente a donde nadie había ido antes

Redacción Voces del Periodista

Pro y Toral; ¿mártires, marginados o magnicidas?