Voces del Periodista Diario

El suplicio de Sísifo

VOCES OPINIÓN Por: Lic. Mouris Salloum George.

Lo más grave en la conducción de un Estado, es que el comportamiento de la economía nacional se encapsule en una burbuja de optimismo.

La burbuja no es más que una partícula de aire en los líquidos; los líquidos que carecen de vasos comunicantes suelen derramarse. Las inundaciones son de pronóstico reservado.

Esa metáfora, que tiene que ver con la liquidez monetaria de una economía soberana, es aplicable a la actual situación de las finanzas mexicanas, especialmente las públicas, de cuya salud depende el desarrollo general.

Hasta el sexenio de Miguel de la Madrid, el Talón de Aquiles de la economía mexicana, fue la deuda externa. La insolvencia heredada -“problema de caja”, la describió el optimista secretario de Hacienda de López Portillo-, se tradujo en una moratoria que puso a temblar a los acreedores foráneos, usufructuarios insaciables  de los ahora llamados fondos buitre.

El Himno Nacional fue escuchado en el sexenio siguiente bajo la batuta de Carlos Salinas de Gortari: “El futuro de nuestros hijos ya no estará hipotecado”, dijo el director de la orquesta. Se había logrado una negociación que afeitaba el feo rostro de esa pesadilla.

Vino el maquinado Error de diciembre de 1994. Ernesto Zedillo embargó hasta la factura petrolera en garantía de pago del oneroso rescate que le organizó desde la Casa Blanca Bill Clinton.

Sin embargo, Zedillo le dejó a Vicente Fox una deuda pública de un billón 521 mil millones de pesos y el convenio de un crédito flexible autorizado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), “para blindar el inicio del sexenio”.

El saqueo de la renta petrolera

De ahí pa’l real. De 2000 a 2015, la deuda pública -sumando la interna y la externa- se ha disparado hasta ocho billones 430 mil millones de pesos, no obstante que en el periodo de la Docena trágica la renta petrolera bien pudo servir, sino para redimir el monto del débito, al menos para frenar la adicción a la trácala.

A punto de tomar posesión Enrique Peña Nieto, Forbes analizó el tema y calificó de “descomunales” los apetitos de crédito de Felipe Calderón (207 por ciento de incremento en el sexenio). No persuadió a los estrategas financieros de la nueva administración.

Hoy, el FMI, que desde la primera Carta de Intención impuesta compulsivamente a la gestión de Luis Echeverría abrió las esclusas del financiamiento externo, en 2016 dice alarmado porque el porcentaje de la deuda pública, respecto del Producto Interno Bruto (PIB) ha brincado la barrera de lo técnicamente manejable: 52 por ciento en un contexto de devaluación del peso.

Éramos muchos y parió la abuela. Después del brixit y a remolque de la Reserva Federal (Fed) de los Estados Unidos, el siempre optimista doctor en catarritos, el gobernador del Banco de México, Agustín Carstsens decidió por fin incrementar las tasas de interés de referencia en 50 puntos hasta 4.25 por ciento.

Adiós al pronóstico del FMI, sobre la posibilidad de bajar en 2020 a 50 por ciento del PIB el porcentaje de la deuda hacia.

¿Qué implica esa medida carstsensiana? Que a la devaluación del peso se agrega el incremento de las tasas de interés que el gobierno tiene que pagar por servicios de la deuda (nada al principal), sólo de enero a febrero más de 86 mil millones de pesos.

Dicen los sabios del Banco de México que Luis Videgaray no sólo tiene que bregar con la reducción del déficit de las finanzas públicas, sino procurar un superávit primario… para seguir pagando los servicios del monstruoso débito.

La burbuja de optimismo, pues, ha estallado. A los mexicanos todos, sólo les queda el suplicio de Sísifo: Subir la roca todos los días y, angustiados, verla caer de inmediato. Y repetir la tarea. Hasta el infinito.

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