Por Gerardo Castilleja
Respuesta a la lista negra del régimen ucraniano
“A nosotros, participantes en varias conferencias del Instituto Schiller, se nos acusa de promover ‘propaganda rusa’ en una lista publicada por el ‘Centro para Contrarrestar la Desinformación’ del régimen ucraniano, que forma parte oficialmente del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa de Ucrania, que opera bajo la autoridad del Presidente.
“En tiempos de guerra, publicar una lista de este tipo equivale a la selección de personas como blancos. Es aún más inaceptable que la lista agrupe los nombres de muchas de las personas que han sido ponentes, que representan a instituciones de primera línea de todo el mundo, con opiniones diversas, que participan en un diálogo en busca de alcanzar la paz por el interés de todos.
“Asumir que un conjunto tan amplio de ponentes son todos ‘agentes de Putin’ y que no pueden pensar por sí mismos, sólo puede explicarse por una creencia en teorías conspirativas o como vulgar propaganda, o ambas cosas. La cuestión fundamental es si los ponentes que figuran en la lista promueven puntos de vista acordes con la verdad.
“Normalmente, esto debería decidirlo el público. Pero los esfuerzos de Estados Unidos y de la OTAN por incluir en la lista negra a quienes ofrezcan cualquier ‘narrativa alternativa’ sobre Ucrania, hasta ahora, siguen siendo incuestionables.
“Así que felicitaciones a Ucrania por ofrecer una lista tan útil de oradores que expresan ideas diferentes.
“Quienes estén interesados en conocer la verdad podrán ahora comparar mejor el cuento oficial —la ‘narrativa’— con una crítica sin compromisos, y así determinar cuál puede soportar un escrutinio minucioso y decidir por sí mismos qué análisis se acerca más a la verdad”.
Muchas de las personas que fueron incluidas en esta “lista negra ucraniana” ya han apoyado esta declaración, y otros nombres se están añadiendo ahora.
La destrucción de Ucrania, un acontecimiento muy feo que comenzó con el derrocamiento ilegal y criminal del gobierno democráticamente electo de Ucrania, llevado a cabo por el “Proyecto Democracia”, y gestionado directamente por Victoria Nuland, del Departamento de Estado de Estados Unidos, en febrero del 2014, se ha puesto en escena en dos sentidos. En primer lugar, Ucrania es un paso en un proceso criminal más amplio, del que habló el príncipe Carlos de Inglaterra en la fiesta macabra de Halloween de la COP26 en noviembre del año pasado, de destruir a los gobiernos nacionales y la soberanía nacional a nombre de “salvar el planeta”. En Glasgow, Carlos proclamó: “Aquí se necesita una amplia campaña de tipo militar para dirigir la fuerza del sector privado mundial. Con billones a su disposición, mucho más allá del PIB mundial, y con el mayor respeto, más allá incluso de los gobiernos de los líderes mundiales, ofrece la única perspectiva real para lograr una transición económica fundamental”. Por lo tanto, Ucrania, “al servicio de su majestad”, fue seleccionada para ser utilizada como “la primera línea de batalla” en esta reestructuración global como medio para “poner en marcha” la despoblación masiva maltusiana del globo terráqueo.
Dos de los Cuatro Jinetes —la guerra y la hambruna; esta última afecta literalmente a millones de personas en todo el mundo — se estaban extendiendo ampliamente a través de ese conflicto, hasta que la semana pasada se llegó al Acuerdo del Mar Negro en Estambul, Turquía. Ese acuerdo de exportación de alimentos representó, como dijo el secretario general de la ONU, Guterres, “un faro en el Mar Negro, un faro de esperanza, un faro de posibilidades, de alivio en un mundo que lo necesita más que nunca”. Sólo unos días antes, Helga Zepp-LaRouche, en la primera frase de su declaración, titulada “Levanten las sanciones contra Rusia, de inmediato!”, decía: “Solo un tonto no puede verlo: ¡las sanciones contra Rusia sólo perjudican a Rusia marginalmente, pero amenazan con destruir de forma permanente sectores esenciales completos de la industria y de la agricultura en Alemania y en toda Europa!”.
Quienes luchan por detener la guerra en Ucrania, porque se suspendan las sanciones, y por crear un comité ad hoc que promueva un nuevo sistema económico justo, que combine las aspiraciones de la Conferencia de Bandung de 1955 con las aspiraciones originales de Franklin D. Roosevelt (FDR) en el proceso de Bretton Woods de 1944, tienen una visión de un futuro real para la humanidad. Son los enemigos naturales de los “socios menores” del Ministerio de Asuntos Exteriores británico, el Departamento de Estado de Estados Unidos bajo la orientación de Allen Dulles y John Foster Dulles, de la era posterior a Roosevelt. Es esta “relación especial” entre Estados Unidos y Gran Bretaña, la que ha sido responsable de derrocar a decenas de gobiernos en el mundo y de involucrar a Estados Unidos en guerras que no tenían razón de ser y eran contraproducentes, durante las últimas siete décadas. Y en concreto, con respecto al Instituto Schiller, ahora sabemos que el 14 de julio, el mismo día en que se publicó la lista negra ucraniana que incluye a 30 personas que han participado en conferencias pasadas del instituto, Andriy Shapovalov, director del “Centro para Contrarrestar la Desinformación” de Ucrania, habló en una conferencia en la que calificó de “terroristas de la información” a quienes se oponen a aceptar como verdad la “narrativa de Ucrania”.
En esa ocasión, Shapovalov dijo: “los terroristas de la información deben saber que tendrán que responder ante la ley como criminales de guerra”. Entre las organizaciones que estaban presentes para este discurso se encontraban la Fundación Civil de Investigación y Desarrollo de Estados Unidos (CRDF Global Ucrania, en inglés), la ONG “Academia Internacional de la Información” y el “Grupo Nacional de Seguridad Cibernética”. El acto se llevó a cabo con el apoyo del Departamento de Estado de Estados Unidos.
La intromisión del Departamento de Estado plantea una cuestión interesante, en especial si se tienen en cuenta las amenazas implícitas proferidas no sólo contra ciudadanos estadounidenses, sino también contra candidatos estadounidenses a cargos públicos, a saber, Diane Sare y Geoff Young. Como señala Scott Ritter en la carta abierta que dirige a los senadores Chuck Schumer y Christine Gillibrand, y al representante Paul Tonko, “el 12 de julio del 2022, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) emitió un comunicado de prensa en el que anunciaba que se habían proporcionado $1.700 millones de dólares de ayuda presupuestaria directa a Ucrania en virtud de la Ley Pública 117-128, que permitía al Gobierno de Ucrania, entre otras cosas, pagar los salarios de los funcionarios ucranianos. Esto incluiría, lógicamente, los salarios de los empleados del “Centro para Contrarrestar la Desinformación” del régimen de Kiev.
“Como ciudadano cuyo nombre apareció en una llamada ‘lista negra’ que fue publicada por el Centro para Contrarrestar la Desinformación de Ucrania, mi vida personal y profesional se ha visto, y sigue viéndose, perjudicada por el efecto amedrentador de ser etiquetado como ‘propagandista ruso’ por el simple hecho de ejercer el derecho a la libertad de expresión, garantizado por la Constitución de Estados Unidos. Además, Ucrania tiene un historial de convertir las ‘listas negras’ de esta naturaleza en ‘listas de asesinatos’ en las que se asesina o se amenaza con violencia a quienes se manifiestan en contra de las políticas del gobierno ucraniano. Estoy seguro de que usted está de acuerdo conmigo en que el Congreso no puede mantener la posición en la que, a través de sus acciones, se proporcione a gobiernos extranjeros los medios para intimidar a los ciudadanos de Estados Unidos para que no ejerzan sus derechos constitucionalmente protegidos en relación con la libertad de expresión”.
Este no es el momento para seguir siendo “una persona del común”, y para quedarse de brazos cruzados mientras se cometen estos crímenes en nombre de la “democracia” y en nombre de los Estados Unidos, en tu nombre. Este no es el momento de que los que más saben, se pongan de rodillas y pretendan ser simplemente “una persona del común”. Hay un modo de conocer la verdad y también de luchar por ella. Como se preguntaba el economista y estadista Lyndon LaRouche, en su documento “La ciencia de la mente humana”: “¿Cómo se define, con certeza, la verdad universal, y cuáles son las potencialidades de la mente humana para un progreso ordenado en el que descubra esta verdad universal?” [Énfasis en el original]. (The Campaigner, Special Supplement, February 1984, chinese.larouchepub. com/wp-content/uploads/ 2018/06/1984-special-The-Science-of-the-Human-Mind.pdf)
La vida y la obra de LaRouche fueron la respuesta a esa pregunta. Tal vez era inevitable que, en este centenario del nacimiento de Lyndon LaRouche, las grullas de la justicia volvieran a girar sobre las cabezas de la política mundial, y como en el caso del poeta Íbico, obligaran a los responsables de los mayores crímenes cometidos contra la humanidad a pronunciar inesperadamente su nombre, y así, a pesar de su intención, admitir su naturaleza y su culpabilidad.