Voces del Periodista Diario

Samurai: Yamato No kami Sama

Mundo Militar

Por Héctor Chavarría

Yuki nagara

yamamoto kisumu

yuube ka na.

Soogi

***

Zen ken shu, Tomoko san, nihongo sensei desu. 

Tsurigame ni / tomarite nemuru / kochoo ka na

En la campana del templo /descansa, dormida, /una mariposa.”

         Dormida, pero no muerta, simplemente en reposo, como un samurai sin guerra, es el reposo del guerrero, aunque no exactamente a la manera de Friedrich Nietzsche en Also Sprach Zarathustra

El reposo del guerrero de Yamato consiste en hacer versos; hermosos haikus… Criar bonsai, realizar origami y arreglos florales ikebana, beber saké, gozar con la música del samisen y el koto y por supuesto en el futon con las mujeres que usan esos instrumentos, sean o no de su casta, de preferencia damas del sauce: gei sha; único parecido en este caso con el guerrero nietzscheano

A pesar de todo eso, en ocasiones, la soledad del samurai semeja a la del tigre en la selva. Porque:

Katana no michi!

El camino de la espada. Está ahí; presente siempre…

Servir es… un privilegio...

La palabra japonesa samurai engloba varios significados, además de ser el galardón orgulloso de una casta aún viva…, significa servir, o dar servicio, ser útil para la guerra, para el Señor del clan al cual se pertenece; ser impasible, ajeno al dolor o la piedad (incluso con uno mismo), existir por y para la katana y vivir bajo un estricto código de honor.

Vivir y morir en el Bushido: el camino del caballero.

Tener por consiguiente, la capacidad y el derecho para morir en belleza.

Y, al tener esta prerrogativa, también; el privilegio de matar con eficacia y sin titubeos  y por supuesto sin los mínimos remordimientos.

Porque esos sentimientos plañideros inferiores e indignos, son para los sub humanos, los cuáles eran designados con una palabra no pronunciada sino escupida: eta.

Dar o recibir la muerte se consideraba un honor…

Matar a una orden, significa también; matarse uno mismo, sin el menor titubeo.

         Por eso un samurai, es por derecho arduamente ganado: una persona.

Érase una vez en Mexiko…

Si dijéramos samurai en náhuatl sería aztecatl: persona, singular de azteca: personas como lo fueran los antepasados de los habitantes de lo que ahora es esta especie de país; el hermoso y orgulloso pueblo guerrero que supo morir en belleza ante fuerzas superiores en número y tecnología, pero sin retroceder, hasta el último Cuauhtli, Océlotl y Auianime.

Pero claro, los neo mexica no entienden náhuatlla neta, ni siquiera comprenden el castellano, sólo saben de fut, podríamos decir entonces con profunda pena que; son eta.

         Orgullo representado por las palabras del último Huei Tlatoani Cuauhtémoc al Capitán Hernán Cortés al ser capturado: “Toma tu daga Malinche y mátame tú mismo para evitar mi vergüenza”. El Malinche no quiso matar a Cuauhtémoc en esa ocasión, lo haría después, pero aún negándole una muerte de guerrero, pero esa es otra historia…

Desgraciadamente los macehua restantes, los que se rindieron —no podían ser otra cosa pues un guerrero o una guerrera, muere pero jamás se rinde—, volviéronse guadalupanos, esclavos neo mexica de sus amos europeos en el virreinato de la Nueva España… y hasta la fecha.

Bien merecido se tenían los ñoños estos al virrey Mouriño, paniaguado de su bajeza Felipe I, el mínimo.

Aunque todo lo que corresponde a los EUM “a esa nación que llaman México”, es otra historia —muy triste por cierto—, y no es el tema de esta nota.

Sigamos en nihongo:

I!, watashi japangi dewaarimasen! Watashi samurai desu! Como dice con orgullo retador en su medio japonés; el Anjin San John Blacktorne en la hermosa novela Shogun de James Clavell: ¡No, yo no soy un bárbaro! ¡Yo soy un samurai!

         El occidental había accedido al rudo y poético mundo del Japón heroico y galante, la suavidad y la fuerza, la paciencia y el orgullo…

            En el antiguo y medieval Japón, ser samurai y portar los dos sables, representaba uno de los máximos honores, algo que se ganaba —un campesino podía ser investido samurai por sus actos—, con sangre, esfuerzo y bravura; y que no moría con la persona, como lo muestra la cinta Kuroneko Gato Negro (1): los hijos, los nietos… toda la descendencia de un samurai sería samurai. Como dice el Daimio Toranaga refiriéndose al inglés Blacktorne Anjin San, en la novela Shogún; “portar dos sables le otorga la investidura de samurai y en su caso también de Hatamoto —literalmente abanderado, uno de los miembros destacados de la guardia de un señor feudal—, sus hijos serán samurai, cuando él muera, reencarnará como japonés y samurai”.

Morir en belleza

Para el místico guerrero de Yamato, la vida sin honor era insoportable y ¡tantas cosas podían acarrear deshonor! Ante esa terrible mancha sólo había un camino: la muerte honrosa, el seppuku.

Si el enemigo no mataba al guerrero en combate, éste pediría ser asistido para morir, era un derecho de samurai la muerte se la daba el vencido con su hoja corta, el asistente al primer, segundo o tercer corte —según fuera solicitado—, cortaría la cabeza del asistido con un veloz golpe de katana, para evitarle la vergüenza del dolor excesivo.

Eso es un seppuku en la más conocida de sus formas el harakiri (palabra considerada vulgar), al cual muchas personas consideran sinónimo de suicidio, pero esta no es una definición, sino una forma de seppuku: hara vientre, kiri cortar, para el budismo shinto el alma reside en el hara, así que uno se estaría “cortando el alma”… Pero había muchas formas de ejecutar seppuku… una carga suicida en batalla, sin esperanza de sobrevivir era seppuku, un acto de bravura; cortarse las carótidas con una hoja afilada —como hacían muchas mujeres samurai y no samurai—, era seppuku. Matarse luego de hacer justicia, aun cuando esta fuera en contra de la ley, como los 47 ronin —literalmente los samurai sin dueño—, es seppuku y el honor de aquellos 47  quedó restablecido.  

Pero, a fines del siglo XIX, en las ansias modernizadoras, Tenno sama, el emperador retiró a los samurai una serie de derechos ancestrales, como el de portar orgullosamente sus espadas y, dispuso que el corte de pelo fuera a la europea, como se mostró —con las imprecisiones correspondientes—, en la cinta El último samurai, con el Tomás Crucero (Tom Cruise), como el militar gringo del Séptimo de Caballería de Custer, asimilado al Bushido.

Aparentemente el libro de la historia samurai se había cerrado. Pero aún quedaba una última gesta, esta se libraría en los cielos, entre llamas y plomo.

                                     ****

Jibaku: Banzai!!!

La guerra en el Pacífico parecía perdida para Japón: después de la batalla de Midway la antes poderosa armada y ejército imperiales sólo podían retroceder, el poderío estadounidense era arrollador. Entonces, en esas horas oscuras, con el sol naciente pintado en bruñidas alas, llegaron del cielo los samurai aún capaces de gritar Banzai!!!…, la mariposa que descansaba dormida en la campana del templo había despertado: Eran jóvenes, entusiastas, valientes, listos para el seppuku y escribieron una gesta de fuego, sangre y valor al ofrendar su vida. Kamikaze, Viento Divino****. Le llamaron de manera impropia los occidentales pues la palabra correcta en japonés para el acto es Jibaku, “la caída honrosa para salvar a otros.”

         El terror que baja del cielo había llegado… Miles de marinos, cientos de barcos fueron muertos, hundidos y dañados por los 3,000 jóvenes “kamikaze”. Más que los daños físicos los psicológicos fueron tremendos, el seppuku era incomprensible para la mente occidental. De paso los “kamikaze” dieron un nuevo significado a la definición ovni (objeto volador no identificado), y convirtieron al inocente planeta Venus en el objeto estelar más “ametrallado”. Con mentalidad francamente maussanita® los asustados marinos disparaban todas sus armas contra el planeta que brillaba, puntual cual relojito, por las mañanas y las tardes.

            A pesar de su valor y entrega, los “kamikaze” no pudieron evitar la paulatina derrota japonesa en la mar y las islas y, cuando ya acorralados se preparaban para defender el suelo patrio con sus vidas, luego de la caída de Okinawa, el brillo atómico en Hiroshima y Nagasaki, inclinó definitivamente la balanza.

Honor ante todo…

Podemos pensar de ellos muchas cosas; que lucharon por una causa perdida y equivocada, que todo su sacrificio fue en vano y que 3,000 seppuku en llamas del Jibaku, no alteraron más que el cómputo de muertos… pero lo que no puede cuestionarse es su valor y honor.

            Por eso es un insulto que insulsos comentaristas ignaros se atrevan a llamar a los terroristas “kamikazes”, cuando son vulgares asesinos de inocentes. Los  verdaderos “kamikaze” eran samurai, tenían una tradición milenaria de honor, sus nombres no pueden ser ensuciados con comparaciones fútiles de ignaros y, se enfrentaban a militares armados, para ellos el equivalente a otros guerreros.

            Hoy, el moderno Japón parece haber olvidado sus tradiciones, inmerso en electrónica y “occidentalización”… pero no nos engañemos, antes de la Segunda Guerra Mundial se pensó que los “corteses hombrecillos de gruesos lentes” eran incapaces de poner en brete a los blancos… Pearl Harbor y lo que siguió demostró lo equivocado de la idea. Tal vez los “kamikaze” no fueron después de todo los últimos samurai. Quizá tras el adolescente que juega Wuii Waii o Weii… o Nintendo, hay un guerrero agazapado, leyendo viejos textos de honor y gloria.

Mac Arthur estaba algo equivocado cuando dijo; los guerreros viejos no mueren, se desvanecen. No, ellos:

Descansan, como mariposas dormidas, en la campana del templo

Tsurigame ni / Tomarite nemuru / Kochoo ka na

En la campana del templo /Descansa, dormida, /Una mariposa.”

NOTAS:

*

Servir: Es el alma de Japón.

**

Todavía hay nieve,

las laderas de las montañas están brumosas

es el atardecer.

***

La meditación es la espada y el pincel. Maestra de japonés, Tomoko san. 

****

Banzai, más que una palabra engloba un concepto completo: “mil años de vida a…” En el siglo XIII una formidable armada mongol llegó en dos ocasiones ante las costas de Japón, en ambas sendos tifones acabaron con ellas. Los japoneses llamaron a estos tifones “viento divino”, kamikaze. En recuerdo a eso, las escuadrillas especiales suicidas (Jibaku), fueron llamadas viento divino por los occidentales, los diseñadores de esta terrorífica arma, esperaban que salvara a Japón. 

(1)

La cinta Kuroneko del realizador japonés Kaneto Shindo fue traducida al castellano de manera lamentable, como “el grito del sexo”, es un drama terrorífico de felinos vampiro, samurai, demonios con forma de gato negro y, asesinatos; todo ello culminando con un dramático enfrentamiento entre familiares. Buena cinta para ver, en especial si su amigo peludo (o familiar), es un gato negro.

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