Voces del Periodista Diario

Sobre los atriles, las partituras del ruido y la furia

Sinfonía Telúrica

Por Abraham García Ibarra

Si uno va a los manuales de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos,  ensayados por Washington desde los años sesenta en Centroamérica y el Cono Sur, encontrará elementos de Inteligencia en que se combinan estrategias y tácticas de orden político y militar.

Aunque esos dispositivos desestabilizadores fueron retomados en México en la campaña presidencial de 1988, previamente fueron consultados a finales del sexenio 1970-1976 en un momento de convulsión en los valles agrícolas del noroeste de la República, epicentro de la subversión que se extendió a algunos enclaves norteños bajo dominio del capital industrial.

Ilustremos el tema, expediente en mano. La arenga: La propiedad privada está peligrosamente asentada, con peligrosidad totalitaria, en el principio de que el Estado puede imponerle las modalidades que dicte el interés público.

La Ley de Concentración del Esfuerzo en el Punto más Débil

El método. Hay que emprender acciones de desestabilización: Nuestra estrategia debe inspirarse en la Ley de Concentración del Esfuerzo en el Punto más Débil; hay que organizar presiones masivas, con ataques al Presidente.

La arenga estuvo a cargo del regio Sergio Valdés Flaquer, vecino de Garza García, Nuevo León, quien alertaba contra el gobierno comunista, “cuyo extremismo lo lanza a promover una reforma expropiatoria” (La Ley de Asentamientos Humanos).

El método fue propuesto por el director del Instituto de Investigaciones Sociales y Económicas, Agustín Navarro Vázquez, quien diseñó un plan para controlar las universidades mexicanas y actuaba a la sombra del Arzobispo Primado de México, Miguel Darío Miranda. Cercano a Los Tecos, de la Universidad Autónoma de Guadalajara, se le vinculó después con El Yunque.

Estamos hablando de La conspiración de Chipinque (febrero de 1976, suburbios de Monterrey) para derrocar a Luis Echeverría después de la expropiación de latifundios en los valles de El Yaqui y El Mayo, Sonora, semanas antes.

El Presidente contaba entonces con la insospechable disciplina de las Fuerzas Armadas y la lealtad del PRI, que catalizaba monolíticamente a los tres sectores sociales tripulados por las grandes centrales de obreros y campesinos. El marco de aquella algarada fue la sucesión presidencial de 1976.

En el aquelarre de Juárez, los conjurados encontraron “el camino correcto”

A principios de 1982 -previo también a la sucesión presidencial-, con algunos sobrevivientes de Garza García, el aquelarre fue en Ciudad Juárez, Chihuahua. Siempre el norte.

En ese encuentro fue visible un cambio de objetivos: El “punto débil” no fue necesariamente el Presidente, sino el partido en el poder. En Juárez se dieron una proposición y una opción. La primera, convencer al PAN de transformarse en partido empresarial; la opción ganó: Infiltrar al partido de las derechas.

Ese mismo año se planificó una nueva forma de lucha electoral: La conquista de los principales municipios de la franja fronteriza, con los de Chihuahua primero en la orden del día. Para septiembre se produjo el decreto de Expropiación Bancaria dictado por José López Portillo, cuando ya había sido electo Miguel de la Madrid. Sobre éste se continuó la ofensiva empresarial iniciada aquel verano como campaña México en la libertad. Tuvo a la larga sus rendimientos político-electorales.

El Plan Juárez dio como resultado seis años después la Alianza estratégica pactada en diciembre de 1988 por el PAN con Carlos Salinas de Gortari. En 2000, nominalmente el PAN llegó a Los Pinos con Vicente Fox. Fue, pues, la descrita, una estrategia de largo aliento: Casi dos décadas de brega de eternidad, según la anunciaron los padres fundadores del partido azul en 1939.

Zedillo no quiso al PRI; Calderón ganó el poder, perdió al partido

La recapitulación no es ociosa: Desde la transición presidencial de 2018, los demonios se empezaron a soltar. No estaban muertos; desde 2006 andaban de parranda.

Como la propuesta de Garza García en 1976 ya citada, ahora el punto más débil, desde la perspectiva algunos frentes opositores, parece ser de nuevo el inquilino de Palacio Nacional.

En 2000, el Presidente Ernesto Zedillo Ponce de León quiso quedarse sin partido, respecto del cual había marcado una sana distancia. En 2012, Felipe Calderón no pudo resistirse al sino: Había ganado el poder, pero perdió al partido, según advertencia que escuchamos años antes, entre otros, al ex jefe nacional azul, Carlos Castillo Peraza. En 2018, el PAN no pudo reverdecer laureles.

Detrás de Andrés Manuel López Obrador no hay fuerza de partido

En estricto rigor, detrás de Andrés Manuel López Obrador no hay fuerza de partido. Morena se ha negado a dar el salto de mero movimiento a una fuerza orgánica unitaria. En enero de 2020, Alfonso Ramírez Cuéllar fue nombrado presidente para un periodo perentorio de cuatro meses, que se venció entre abril y mayo. Todavía no logra armar el Congreso Nacional Extraordinario para designar un Comité Ejecutivo Nacional estable.

Estando a la vuelta de la esquina “las elecciones más grandes de la historia de México” de 2021, las tribus de Morena andan más ocupadas en la pugna por más de 20 mil puestos de elección popular, entre éstos 15 gubernaturas y la Cámara de Diputados federal, que por resanar las grietas en las estructuras de mando nacionales y en las escalas estatales. El símil es inevitable: Manadas acéfalas.

Si no existe partido en el poder -si no es que más que en el membrete-, lo lógico es que las resistencias opositoras de interminables directorios se dirijan como flecha al blanco a Palacio Nacional.

En la oposición, todos quieren alzarse con el santo y la limosna

Invertimos aquello del punto más débil: Los beligerantes tampoco, hasta ahora, logran constituirse en una estructura orgánica unitaria. Los partidos de oposición mismos, andan a la desesperada por pactar alianzas electorales de ocasión para 2021, con miras a 2024.

La Conferencia Nacional de Gobernadores -la mayoría de partidos opositores- se ha fragmentado en varios sindicatos, cada cual defendiendo sus intereses políticos específicos inmediatos. La mitad, los sucesorios en sus estados.

Las facciones del sector empresarial jalan cada una por su lado, poniendo por delante también intereses económicos muy concretos. Verbigracia: Frente al T-MEC, los ganadores del sector externo, exportador e importador, no se compadecen de sus pares sobre los que se cierne La espada de Damocles.

Eso  no obsta para que, desde ya, se eleven los decibeles del ruido y la furia, Sinfonía telúrica que no cesará en junio de 2021. Es cuanto.

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