Voces del Periodista Diario

Tambores de guerra y la Navidad.

Mensaje de Navidad

Por Rodolfo Ondarza Rovira

Se celebra el 25 de diciembre, como el día en que Jesús nació, por vez primera cerca del año 336 d.C. Ese año el emperador Constantino declaró esa fecha como la oficial para celebrar el nacimiento de Jesús. Coincidiendo con una de las fiestas más populares de su Imperio, la fiesta del Sol Invencible.
Una serie de hechos, históricos, arqueológicos, y astronómicos, hacen pensar que lo más probable es que Jesús naciera a fines de septiembre o principios de octubre, un otoño, entre los años 7 y 4 a.C.

Constantino I el Grande permite la libertad de culto promulgada por el edicto de Milán con la liberación del cristianismo. El 22 de mayo de 337, Constantino estaba preparando una guerra contra Persia. En Nicomedia cayó enfermo, pidió el bautismo y murió siendo el primer emperador romano en convertirse al cristianismo.

La fecha exacta del nacimiento de Jesús no es trascendente en lo absoluto.

La palabra Navidad viene del latín “nativitas” que quiere decir nacimiento, celebrar Navidad es, para la cristiandad, festejar y recordar el nacimiento de Jesús, del Hijo de Dios, el Creador, el Mesías. Se celebra que el Rey de Reyes viniera a la tierra, por el amor que Dios tiene a la humanidad, naciera en un pesebre y viviera una vida perfecta y muriera por cada ser humano, logrando la resurrección, otorgando así la opción de salvación para sus creyentes con el perdón de sus pecados y la esperanza de la vida eterna.

Por ello la cristiandad considera que es el tiempo para reflexionar sobre la vida y evaluar pensamientos, sentimientos y actos.
Es entonces tiempo de gratitud y de perdón, con un mayor acercamiento a su familia, y al prójimo.

En el mundo terrenal nada es para siempre.

La sexta extinción, de acuerdo con expertos ya se ha iniciado, y depende del momento en que el océano llegue a absorber una cantidad crítica de carbono, lo que podría ocurrir alrededor del año 2100. Esto si antes no ocurre la fuga o la utilización de patógenos provenientes de un laboratorio de armas biológicas y/o si ocurre una guerra nuclear.

Esta extinción puede estar más cerca de lo que hemos pensado.

Una simulación informática llevada a cabo por expertos en seguridad y armas nucleares de la Universidad de Princeton, estudio denominado “Plan A”, muestra que habría unos 34 millones de personas muertas y más de 57 millones de heridos en pocas horas de iniciada una guerra nuclear en la actualidad. Una guerra nuclear el día de hoy tendría, de acuerdo con los expertos una escalada escalofriante, y de ser un enfrentamiento táctico se convertiría en uno estratégico llegando a atacar objetivos meramente civiles. Sin embargo, este cálculo se incrementaría significativamente al considerarse las muertes que ocurrirían a largo plazo debido a los residuos radioactivos en el aire.

Por otra parte, un estudio internacional realizado por científicos de cinco países en coordinación por la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey (Universitat Autònoma de Barcelona, la Universidad Estatal de Louisiana, el Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático, el Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, la Universidad de Columbia, el Centro Nacional para la Investigación Atmosférica, la Universidad de Colorado Boulder y la Universidad Tecnológica de Queensland), y publicado en la revista Nature Food, buscó las consecuencias de una guerra nuclear en nuestros días. Trabajaron calculando la cantidad de hollín que bloquearía al sol en la atmósfera a partir de las tormentas de fuego que se encenderían por la detonación de armas nucleares. El calentamiento de la estratosfera condicionaría la destrucción de la capa de ozono, lo que conllevaría más radiación ultravioleta en la superficie terrestre.
Estos investigadores estimaron la productividad de los principales cultivos (maíz, arroz, trigo y soja), así como los cambios en los pastos del ganado y en la pesca marina mundial.
En el peor de los escenarios, más del 75% del planeta estaría muriendo de hambre dentro de dos años de haberse iniciado una guerra nuclear. donde la producción calórica promedio mundial disminuiría en aproximadamente 90% tres o cuatro años, en una interrupción de los mercados mundiales de alimentos.
La destrucción de los sistemas alimentarios mundiales, acabaría con más de la mitad de la humanidad, matando a más de de 5,000 millones de personas en una guerra nuclear a gran escala en todo el mundo por el impacto de una hambruna global.
De acuerdo a estos científicos, la prohibición de las armas nucleares es la única solución a largo plazo. El Tratado de la Organización de las Naciones Unidas sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, ha sido ratificado por 66 naciones, pero por ninguno de los nueve estados nucleares.

La guerra bacteriológica también puede tener efectos mundiales aún cuando su dispersión inicial sea local. En cuanto a las consecuencias de una guerra bacteriológica sólo pensemos en el cálculo realizado por Gisela von Wobeser, del Instituto de Investigaciones Históricas, México, sobre el periodo de la conquista española de México, en donde debido a las enfermedades, la curva demográfica se desplomó a tal punto que se estima una pérdida de entre el 85 y el 90 por ciento de la población originaria en apenas un siglo debido a epidemias de viruela, al sarampión, y salmonela.

El índice de mortalidad para la peste negra, o peste bubónica pudo alcanzar el 60 por ciento en el conjunto de Europa. Se ha calculado que en la Península Ibérica y en la Toscana pudieron haber perecido por esta causa entre el 50 y el 65 por ciento de la población. La población europea bajó por esta pandemia de 80 millones a 30 millones de personas entre 1347 y 1353.

Las muertes por COVID-19 sumarían 15 millones entre 2020 y 2021 en el planeta. La Organización Mundial de la Salud indicó que el 84% del exceso de muertes se produjo en el sureste asiático, Europa y América, con el 68% concentrado en diez países.

Estas enfermedades y muchas más pueden ser usadas como armas biológicas en los más de 300 laboratorios que existen para tal efecto.

La vida es un milagro, y que seamos conscientes de que somos seres vivos lo es más aún, y ello conlleva una gran responsabilidad para nuestra especie. Es muy probable que la vida exista en otros lugares del cosmos, simplemente porque existen muchísimas estrellas y planetas; el que únicamente haya vida en la Tierra sería demasiado extraordinario, sin embargo, no sabemos a la fecha, a ciencia cierta bajo que condiciones pueda surgir la vida, y si existe la vida en otros planetas cómo será ésta. Al respecto nuestro marco referencial es nuestro propio planeta.

Alexander Oparin estableció la hipótesis de “Primero el metabolismo”, con la que explicaba el origen de la vida, señalando el papel originario de la célula como pequeñas gotas de coacervado (precursoras evolutivas de las primeras células procariotas), mencionando la auto-replicación como una propiedad colectiva de conjuntos moleculares.

La NASA (National Aeronautics and Space Administration)  ha conceptualizado la vida como un “sistema químico autosostenible capaz de evolución darwiniana”, donde quizás sea la genética, con la replicación de ADN o ARN la característica esencial para que haya surgido la evolución darwiniana en la Tierra.

Podemos entender a nuestro amado planeta Tierra, a la nave espacial en la que viajamos a través del universo, como un complejo sistema de organización dinámica materia-energía impulsado por la energía solar, siendo la totalidad de la materia viviente la que transforma esa energía cósmica. Es esta una visión integradora de la Naturaleza, y con ella Vladimir Vernadsky conecta los sistemas vivientes a la economía global de naturaleza, a la vida con el cosmos. En su teoría, Vernadsky expone que la noosfera (conjunto de seres vivos dotados de inteligencia o conjunto de los seres inteligentes con el medio en que viven) es la tercera de una sucesión de fases del desarrollo de nuestro planeta, siguiendo a la geosfera (materia inanimada) y la biosfera (vida biológica). Así como el origen de la vida transformó a la geosfera, la cognición humana transforma la biosfera.

La vida es una maravilla y su fragilidad es grande, la experimentamos por un sólo instante. Cobremos consciencia de ello. Respeta entonces toda forma de vida, a nuestra madre tierra y admira al universo entero.

En este momento, 2022, se libran 25 conflictos armados de dimensiones variables en todo el planeta, pero con consecuencias comunes: muertes y sufrimiento entre población inocente.

El dinero que se emplea en armar ejércitos regulares y mercenarios bastaría para terminar con el hambre en el mundo.

Las guerras enriquecen a un puñado de personas y sus efectos los sufrimos todos por muy lejos que se origine el conflicto. Destruyen vidas, sociedades, culturas, civilizaciones, gobiernos, economías, desarrollo, afectan al ambiente con su tierra, agua y aire, afecta animales y plantas.

Busquemos la paz entre las naciones, detengamos la escalada armamentista que existe, unámonos en un sólido espíritu de paz que logre el desarme nuclear y la desaparición de los laboratorios de armas biológicas.
Más allá de cualquier filia ideológica, política, económica hagamos consciencia de que la supervivencia de nuestra especie se encuentra en grave peligro en caso de la utilización de armas nucleares.

No permitamos que la miopía y la ambición de un puñado de personas destruya los deseos de paz y de prosperidad de pueblos enteros. Unámonos esta Navidad en un espíritu hermanado de los pueblos donde exigimos el cese al fuego y la paz, por la vida y la prosperidad del ser humano y del planeta.

Con mis mejores deseos en estas fiestas y para el próximo ciclo solar, que se encuentre pleno de salud, satisfacción y alegría para ti y tus seres queridos

Rodolfo Ondarza*. Neurocirujano, activista en defensa de DDHH, Presidente de la Comisión de Salud durante la VI Legislatura de la ALDF.

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