Voces del Periodista Diario

Un trumpón contra los dreamers

Por José Luis Avendaño C.

(112 días de confinamiento)

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“Tengo miedo de dejar atrás la tierra que me dio la lengua española, la fe católica y el mole de Oaxaca. Ya todo eso está muy lejos. Me encuentro en otro país y me siento extraña”. Margarita Maza a Benito Juárez, desde Laredo (Texas), en una carta del 24 de agosto de 1864.

Pedro J. Fernández. Querido don BenitoEl amor que salvó a la patria. Grijalbo. México. 2020.

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El 1 de julio se cumplieron dos años de que Andrés Manuel López Obrador llegó, en su tercer intento, a la presidencia. Un sexenio, como es obvio, de claroscuros, en medio de la doble crisis, sanitaria y económica. En el fondo, no ha dejado de ser un candidato en pos de que comprendan su proyecto de transformación. Lo observamos en sus conferencias mañaneras, que de alguna manera definen la agenda del día, a partir de qué dice y cómo lo dice. En muchas ocasiones resulta monotemático. Obsesionado con que son otros tiempos y, por lo tanto, otras maneras de hacer las cosas, evita la confrontación directa con la frase: Yo tengo otros datos.

La violencia e inseguridad son expedientes abiertos, a pesar de haberse mitigado su crecimiento y estar bajo control. La creación de la Guardia Nacional abrió el debate sobre la tenue línea que separan la seguridad pública, la seguridad interior y la seguridad nacional, y existe la percepción de que la GN tiene el objetivo de contener el descontento social. De cualquier forma, su primera labor fue ir a la frontera sur con la misión de impedir el paso de los indocumentados que vienen de Centroamérica, rumbo a Estados Unidos, haciéndole el trabajo sucio al presidente Donald Trump. Aunque López Obrador insista, el 6 de julio, como queriendo saldar cuentas con la historia, reciente y remota, que “no es el mismo trato de antes”.

Hay un tema recurrente, obsesivo, del presidente López Obrador: su intención de desmarcarse del pasado neoliberal, aunque en aspectos de la política económica no ha podido sacudirse del todo polvos y lodos de antaño. La austeridad republicana, él mismo la rebautizó como franciscana. Acudiendo a su periodo de la historia predilecto, de la Reforma a la República Restaurada, pasando la Intervención Francesa y el Imperio de Maximiliano, actualiza la confrontación entre liberales y conservadores.

En su mensaje, desde Palacio Nacional, con motivo del segundo aniversario de su triunfo electoral, el presidente López Obrador esboza los problemas de “gobernar enfrentando a la reacción conservadora”. Cuando se refiere al enfrentamiento con el crimen organizado y que ahora hay menos muertos, rescata una frase de los tiempos del Porfiriato: se terminó la etapa de “mátalos en caliente”. Dos días después, en la mañanera, preguntó a los periodistas: “¿Cuánto les dan por atacarme?”

Afirmó, en su discurso del triunfo electoral, que para el próximo 1 de diciembre, cuando se cumplan dos años de gobierno, “quedarán asentadas en la conciencia ciudadana las ideas de justicia, honestidad, austeridad, bienestar y democracia”. Magna tarea cuesta arriba, no sólo desde las cloacas de la corrupción y los sótanos de la recesión, sino con los abajo, a fin de vencer a la reacción, “moralmente derrotada”.

El Grupo de Trabajo: Fronteras, Globalización y Regionalización, adscrito al Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), después de condenar la masacre de San Mateo del Mar, en Oaxaca el 21 de junio, en la que murieron 14 personas que se oponían al megaproyecto regional del gobierno federal: Corredor Interocéanico del Istmo de Tehuantepec, emite una declaración que establece que, “al analizar sus planes y proyectos de desarrollo, encontramos que hay en ellos una continuidad de las políticas neoliberales aplicadas por gobiernos anteriores, aunque él (López Obrador) haya declarado la muerte del neoliberalismo. En realidad estos planes y proyectos buscan establecer las condiciones para la expansión de los capitales transnacionales en el territorio mexicano, especialmente en el Sur-Sureste”.

Telón de fondo: la desigualdad, como manifestación extrema de violencia estructural.

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Sobre liberalismo y liberales, acaba de salir un interesante ensayo de Dominic Alexander: Liberalism at Large:The World According The Economist (El Liberalismo en General. El Mundo según The Economist). Como se sabe, The Economist es una revista inglesa especializada que data de 1843, y que ha acompañado y documentado los cambios políticos y económicos de los últimos 175 años. El concepto Liberal surge con la derrota del imperio napoleónico en 1815, y se halla estrechamente emparentado con el desarrollo del capitalismo.

Ser liberal para unos significa ser socialista comunista; para otros es sinónimo de conservador o de pertenecer al Centro, que comprende tanto a socialdemócratas como neoliberales (Monthly Review, 7/1/2020). En todo caso, liberalismo y liberales no buscan romper con el sistema –sólo humanizarlo, cual Frankestein—,  y están lejos de fomentar la lucha de clases, sino la unidad nacional, por la cual los intereses de la clase capitalista pasan a ser los intereses de la Nación.

Una de las innumerables fuentes para escribir El Capital fue The Economist. Una de las razones es que fue/es que se instituyó como vocero del capital. Precisamente, Marx afirma: “The Economist declara en su propio nombre: ‘El presidente (Luis Napoleón, que pronto será el emperador Napoleón III) es el guardián del orden, y ahora es reconocido como tal en todas las bolsas de valores de Europa’”. Para la revista, Napoleón el pequeño “se convirtió en el salvador de la clase media francesa ante los proletarios revolucionarios de París”.

Recuérdese que Napoleón III fue el gobernante de Francia al momento de la Intervención en México, en 1862.

En entrevista con Elena Poniatowska, José Agustín Ortiz Pinchetti, muy cercano a López Obrador, define el proyecto de la 4T, de la cuarta transformación: “un proyecto social-demócrata con una inspiración en la historia de México, en Morelos, en los liberales, en Lázaro Cárdenas, pero ya adaptada a nuestra época. Podemos aspirar a una economía de mercado, no una economía en que se minimice al mercado, sino que el mercado cumpla una función reguladora y que establezca las directrices e impida los extremos de explotación que estamos viviendo”.

Que nadie se espante. Las reglas del juego –las leyes del mercado— se mantendrán. Únicamente se trata de realizar “el viejo sueño de los liberales actualizado”, subraya Ortiz Pinchetti (La Jornada, 5/7/2020).

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También, el 1 de julio, entró en vigor el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (TMEC o USMCA, por sus siglas en inglés, con Estados Unidos por delante), que sustituye al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que es un TLCAN recargado (NAFTA realodad), que subsana aspectos deficientes y omitidos en el anterior tratado (lo digital, por ejemplo), muy al gusto de Trump, que considera desventajoso para EU cualquier tratado comercial, si se antepone a la doctrina: America first (Estados Unidos, primero). Peor, si el tratado –cualquier trato— es con México.

Al anunciar su encuentro con López Obrador, Trump lo enmarcó como un triunfo electoral, de campaña, y presentó al TMEC como “el acuerdo más grande, más justo y más balanceado jamás negociado”. Léase: más justo y balanceado a favor de los intereses de Estados Unidos, es decir, en beneficio de “nuestros trabajadores, granjeros, rancheros y empresas”.

No obstante las adiciones en el TMEC, los sindicatos estadunidenses no las creen suficientes para proteger la planta laboral (libertad sindical y contratación colectiva) aquí en México, donde las condiciones de trabajo son menores, los derechos escamoteados y, por tanto, la explotación es mayor. Mencionaron el caso de la abogada laborista Susana Prieto Terrazas, detenida tres semanas en Tamaulipas por defender a trabajadores de las maquiladoras (liberada ese mismo día).

Carlos Monsiváis nos bautizó como Maquilatitlán. Al no dejar de ser una nación dependiente (concepto que se pretende suavizar con el de interdependiente), la recuperación de la economía mexicana sigue atada, en tiempo real/virtual, a la estadunidense. Al caer ésta, la nuestra se mantendrá postrada, apenas con respiración de boca a boca.

“La gran recesión económica, ligada a la automatización, digitalización, robótica, inseguridad en medio de la pandemia y la tecnología capitalista de la 5G, plantea la nueva lógica del trabajo en casa, como parte de la nueva normalidad”. El sociólogo Francisco Díaz de León se pregunta si la lógica asistencial hacia los ancianos, tratados como desechos, se hará extensiva a toda la sociedad. Curtido en la lucha sindical, dice: “Hemos estado peleando por la recuperación del poder adquisitivo, por la estabilidad en el empleo, contra la informalidad y el outsourcing; en fin, por poner fin a la precarización en el trabajo”.

¿Entrarán estas consideraciones en la lógica laboral del TMEC?

En plena pandemia, vale transcribir lo que se dice en cuanto al suministro médico y de medicamentos: “Establecer reglas claras para transparentar la inclusión de productos farmaceúticos y dispositivos médicos, en los programas de cuidados de salud que operan bajo esquemas de reembolso y proteger los programas de salud aplicados por el Gobierno Federal” (Regeneración, 4/7/2020). La palabra clave: transparentar

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Con el cuatro por ciento de la población mundial, Estados Unidos registra el 20 por ciento de los casos de Covid-19. En entrevista, Noam Chomsky, en base a un estudio, concluye que “casi todos son atribuibles a la negativa de Trump (kung flu, llama al virus) y sus asesores a no respetar los consejos de los científicos”. Cita el caso de Brasil, que este año fatídico de 2020, ha vivido dos catástrofes ambientales: los incendios de la Selva Amazónica, pulmón del mundo, y la presencia del Covid-19, con un presidente, Jair Bolsonaro, caricatura de Trump, o como el mismo Chomsky lo llama: una farsa imitando una tragedia. “Pero, en Brasil, todavía hay una delgada barrera para criminalidad ejecutiva: la Corte Suprema, que bloqueó los movimientos de Bolsonaro para purgar a las autoridades que investigan su propio pantano” (Truthout, 7/1/2020).

De cara a su entrevista Trump-López Obrador, el Centro de Estudios California-México (CMSC, por sus siglas en inglés), a través de su órgano informativo, El Magonista (30 de mayo), insta al mandatario mexicano que trate tres asuntos y los incorpore a la mesa. 1) que Trump acate la decisión de la Suprema Corte de Justicia de liberar a los menores de edad confinados, debido a las leyes de migración, y que se les permita reunirse con sus padres; 2) que, igualmente, obedezca la orden de la Suprema Corte para que no se termine el programa DACA (por sus siglas en inglés), que permite a los llegaron de niños a Estados Unidos, que sigan estudiando y trabajando, y evitar su deportación, y 3) desarrollar un programa hemisférico de contención del Covid-13.

El día 18, la Suprema Corte revocó una decisión del Ejecutivo que cancelaba el DACA, que estableció el presidente Barack Obama en 2012. Desde septiembre de 2017, Trump busca terminar con el programa, lo cual afectaría a 800 mil jóvenes adultos, llamados dreamers (soñadores) que llegaron de niños en busca del american dream (sueño americano).

El presidente Trump ha hecho personal su pleito con el ex presidente Obama, más allá de desmantelar el Obamacare, por el cual 23.3 millones de estadunidenses tienen servicio médico gratuito (medicina socialista, la denominó Ronald Reagan). “Es algo personal para Trump; todo se trata del presidente Obama y de acabar con su legado. Es su obsesión”, explicó Omarosa Manigault Newman, veterana del programa The Apprentice (El Aprendiz, conducido por el mismo DT) y, hasta su abrupta salida, una de las contadas funcionarias negras en el Ala Oeste de la Casa Blanca. “El presidente no podrá descansar mientras Trump respire” (The New York Times, 6/30/2020).

Así, el encuentro en Washington, el 8 y 9 de mayo, se da cuando en Estados Unidos el número de muertes por el coronavirus escaló a 48 mil por día, y podría llegar hasta 100 mil, afirma el Dr. Anthony Fauci (The New York Times, 7/1/2020). Coronavirus que afecta, particularmente, a las poblaciones negra y latina.

De acuerdo a POLITICO (7/5/2020), el presidente Trump tiene programada, el día 9, una reunión con líderes hispanos (sic), después de su encuentro, el día anterior, con el presidente López Obrador en la Casa Blanca. En la víspera de su viaje, el presidente mexicano descartó reunirse con la comunidad mexicana, residente o migrante. Sí, en cambio, cenará con un empresarios de ambos países.

Será, pues, un encuentro bilateral, “reunión de trabajo”, sin tapabocas, pero con muro de por medio.

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Entre motines y manifestaciones contra el racismo, éste se ha incorporado como un tema central en el debate público estadunidense hasta llegar a la misma contienda electoral, que se resolverá el próximo 3 de noviembre. Y decir racismo, como ideología y práctica, nos remite a la esclavitud, como sustrato histórico, hoy bajo el rostro de la supremacía blanca.

El número doble (julio-agosto) de Monthly Review está dedicado al fenómeno del capitalismo racial, que se define como “la relación dialéctica entre la explotación capitalista y la dominación racial”, según el historiador Walter Johnson. Se incluye un ensayo de Oliver Cromwell Cox, autor  de Caste, Class, and Race (Casta, Clase y Raza), de 1959, que se refiere al capitalismo como un sistema-mundo a partir de la expropiación global de tierras, recursos y cuerpos.

Damon Young, autor de What doesn´t kill you makes you blaker (Lo que no te mata te hace más negro), declara: “Si las escuelas a las que asistí fueran mi único recurso para aprender sobre la esclavitud, habría pensado que Abraham Lincoln fue personalmente de calle en calle, como un camión de Amazon, para ofrecer libertad, y yo fui a escuelas ‘buenas’”. Asegura que la supremacía blanca está lejos de fenecer (Time, 6/30/2020).

Sobre lo mismo, Kamau Flanklin proclama que el 4 de julio, día de la Independencia de Estados Unidos (1776), debería ser un día de protesta contra la supremacía blanca (Truthout, 7/4/2020), pues en realidad es la fiesta de la supremacía blanca, dice Colin Kaepernick (Rolling Stone, 7/6/2020). Particularmente, este año y ese día mostró las hondas fisuras que existen en la sociedad estadunidense, que no zanja sus diferencias con el pasado.

Trump, aunque anaranjado, es un máximo intérprete de esa supremacía blanca. Quedó demostrado cuando fue al Monte Rushmore, en Keystone, Dakota del Sur, con los monumentales rostros de los presidentes George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln (los dos primeros, dueños de esclavos). Construido en territorio sagrado de los sioux, fueron esculpidos, entre 1927 y 1941, por Gutzon Borglum, estadunidense de origen danés, simpatizante del Ku Klux Klan , “grupo supremacista blanco de odio y terror” (particularmente, contra la población negra), como lo define la Enciclopedia Británica.

“¿Por qué tantos de nosotros nos enseñaron en la escuela que George Washington nunca dijo una mentira, pero no de que algunos de sus dientes de sus dientes salieran de la boca de sus esclavos?”,  se pregunta Rolling Stone.

Frente a un público sin gente negra y sin tapabocas, dijo que “estos héroes nunca serán desfigurados”, en alusión a los monumentos que han sido destruidos en las manifestaciones. Un discurso que abona  a la división (no sólo la racial), en el que advierte de “la existencia de un fascismo de izquierda que quiere destruir nuestros valores”. El mundo bizarro o al revés: “En nuestras escuelas, nuestras salas de redacción, incluso nuestras salas corporativas, hay un nuevo fascismo de extrema izquierda que exige lealtad absoluta”, diseñada como “una revolución cultural de izquierda (que) está diseñada para derrocar a la revolución estadunidense” (The Guardian, 7/4/2020).

Nada más le faltó agregar a Trump el lugar desde donde se cocina todo: las salas donde se reúnen las familias a ver la televisión (con todo y celular), a través de la cual se conforman ideologías y moldean conciencias, en pos de un objetivo: la respuesta rápida hacia lo políticamente correcto, es decir, hacia la derecha, entre más extrema, mejor, para preservar el statu quo.

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En este contexto, el presidente Trump acude a todo el arsenal, más que repertorio, del que dispone, con el propósito de atraerse votos para su reelección, para lo cual voltea los ojos a uno de sus enemigos. En su intención por derrocar al régimen de Nicolás Maduro, Estados Unidos ha confiscado, mejor dicho, robado, activos de Venezuela, por 24 mil millones de dólares. Para ello, ha contado con la ayuda de países (gobiernos y organismos) de la Unión Europea, como el Banco de Inglaterra. Así lo reporta Ben Norton (Gray Zone, Alter Net), quien retoma una investigación de la televisora Univisión, con sede en Miami, propiedad de la derecha conservadora de América Latina (Monthly Review, 6/30/2020).

De esa cantidad, la Casa Blanca habría utilizado 601 millones de dólares para la construcción del muro en la frontera sur. Se recuerda que desde 2016, en que buscó la candidatura del Partido Republicano, Trump insistió que “haría que México pagará” por la construcción del muro de casi dos mil millas (poco más de tres mil kilómetros).

Seguramente, el tema de Venezuela saldrá a relucir en el encuentro bilateral, después de que, el 1 de julio, Mike Pompeo, jefe de la diplomacia estadunidense, dijo que espera que México haga más por la democracia en aquel país.

El mismo día, el Banco de Inglaterra anunció que negará al régimen de Maduro, que retire mil millones de dólares de reservas en oro, depositados por Venezuela. La decisión es avalada por la Corte. El pretexto es que el gobierno inglés únicamente reconoce a Juan Guaidó, como presidente de la nación sudamericana. Estados Unidos no quita el dedo del renglón de orquestar un plan para intervenir Venezuela. Como antes fue Cuba, Nicaragua, Guatemala, República Dominicana, Panamá, Chile… Sin olvidar, antes que todos, a México.

Presiones al estilo Trump para quien enarbola la bandera de paz y amor, abrazos, no balazos. En este momento, tendría que ser un encuentro sin abrazos, por aquello de la sana distancia¿La respetarán ambos dos?

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