Voces del Periodista Diario

Urge desterrar el proceso privatizador de los bienes nacionales

Por Salvador González Briceño

*Revertir el proceso neoliberal es de acciones o políticas públicas en sentido “nacionalista” o para recuperar la Soberanía Nacional

En los países originarios o promotores del neoliberalismo desde los años 70 —Washington y Londres vs. Ronald Reagan y Margaret Thatcher—, propuesto para presunta “modernización” (¡vil asalto de los bienes propiedad de los pueblos, administrados por el Estado, pero saqueados por los gobiernos, a beneficio de unos cuantos capitales “privados”!) que sortea problemas de deuda externa y atrae “inversión extranjera”, más pronto que tarde el modelo fue abandonado.

Ocurrió en los países matriz, pero no así en los países sujetos a exigencia de los organismos internacionales —Banco Mundial (BM) y Fondo Monetario Internacional (FMI)—, a las rigurosas “políticas de cambio estructural” de imposición obligada: la venta de las empresas paraestatales “estratégicas”, de los sectores prioritarios para el desarrollo de los países, como el energético (petróleo y electricidad), telecomunicaciones, bancos, fertilizantes, ferrocarriles, etcétera.

La privatización, venta o subasta, de las principales empresas de dichos sectores estratégicos, por asares del “libre mercado” (que no existe) a beneficio de la corte o los jeques empresarios y políticos allegados al poder, siempre compartiendo beneficios o “ganancias” con los capitales externos o las empresas extranjeras, representa el saqueo de las riquezas otrora creadas por generaciones, como el caso México desde los 40 años mozos hasta principios de los años 80.

Cuatro décadas de creación y consolidación de “instituciones”, de empresas boyantes, crecimiento y desarrollo con salaros dignos y condiciones paulatinamente benéficas para la población en general y una clase media en crecimiento y consolidación.

Venta de las empresas paraestatales

Todo eso se fue por la borda. A la llegada de los gobiernos “neoliberales” se acabaron las condiciones de crecimiento y desarrollo nacional. Se saqueó al país y los presuntos “beneficios” nunca llegaron; todo lo contrario. Se desbarató la otrora “fortaleza” del Estado, se vendieron las principales empresas a unos pocos que adquirieron a precio de remate, se vaciaron las arcas de la hacienda pública, las inversiones extranjeras nunca llegaron y el país se hundió paulatinamente en la debacle.

Desde los años 80, la crisis de 1982 la misma se perpetuó en las décadas sucesivas. La crisis del 95 fue un eco del pasado, con secuelas depresivas para la economía de permanente caos. Tan es así que el promedio del PIB en esos años, ¡38 años de crisis permanente, los mozos del neoliberalismo o libre mercado!, no superó el 2 por ciento; contra el 5 y 6 por ciento de los años del “desarrollo estabilizador” o de “industrialización sustitutiva de importaciones” de los 40 a los 80.

Las privatizaciones que arrancaron con De la Madrid profundizaron con Carlos Salinas. Para tamaños atropellos se tuvo que reformar la Constitución, por su carácter “nacionalista” y “revolucionario” herencia del pasado de la Revolución Mexicana y el también llamado “nacionalismo revolucionario”.

En febrero de 1983 se reformaron los Artículos 25 y 28, para clasificar a las empresas entre “prioritarias” y “estratégicas”. Y al “sector público” le correspondían el manejo exclusivo de las “áreas estratégicas”. Lo demás podría o no ser “prioritario”, como quedó establecido en la legislación siguiente, de 1986, llamada “ley federal de empresas paraestatales”.

Entonces se estableció “liquidar” empresas del Estado “que ya no hayan cumplido su propósito”; así como aquellas empresas en las cuales el gobierno rebajase su participación a menos del 50 por ciento. Vino entonces el “enredado” proceso, desaseado a todas luces y para engañar incautos, de la “disolución y liquidación: extinción, transferencia y venta” de empresas. El proceso profundizó Carlos Salinas.

En 1989 se decretó la privatización de: Aeroméxico, Mexicana, ingenios azucareros, Teléfonos de México, Minera Cananea (de hoy lamentables secuelas), Conasupo (¡ah, leche radioactiva! Con Raúl Salinas). La privatización de los bancos, acereras, seguros, fábrica de carros de ferrocarril. Para ello se reformaron Artículos de la Constitución como el 27 y 28, el 123 que abandonó a los trabajadores de los bancos antes “al servicio del Estado”, lo que abrió la puerta de la privatización de servicio público de banca y crédito.

La defensa de sectores estratégicos

El Comité de desincorporación bancaria quedó oficialmente a partir de la publicación en el DOF del 5 de sept. de 1990. Y en 1991 el Estado se deshizo de la banca: Mercantil, Banpaís, Cremi, Confía, Oriente, Bancrecer, Banamex, Bancomer, BCH. En 1992 le siguieron: BCH, Serfín, Comermex, Somex, Atlántico, Promex, Banoro, Banorte, Internacional y del Centro. ¡Tamaña pérdida de la soberanía nacional, en la economía y las finanzas!

Con el pretexto de la crisis de 1995 Ernesto Zedillo agilizó las privatizaciones, para “allegarse recursos” e involucrar a la IP en actividades antes en manos del Estado; se dio la privatización vía la “concesión de servicios”, como transporte de carga en ferrocarriles y transporte portuario y carretero, operación de canales de transmisión de ondas de radio, satélite y aeropuertos.

A una reforma del 28 los Ferrocarriles dejaron de ser “estratégicos” y de concesionarse se procedió a su venta. La red se dividió en regionales, se ofertaron a diferentes “sociedades” y se dividió el sistema en: 1) Ferrocarril del Noreste; 2) Ferrocarril del Pacífico Norte; 3) Ferrocarril del Sureste. Y la terminal se ofertó a las concesionarias de los tres sistemas (sic).

El sistema aeroportuario igual se fraccionó para su remate, con la creación de grupos en Cancún, Quintana Roo, del Pacífico, Guadalajara y Ciudad de México.

Proceso que, en fin, se llevó a cabo atropellando la Constitución y diversas leyes secundarias para poder “legalizar” —nunca legitimar— tal proceso de venta o privatización de los bienes nacionales con lo que el Estado se contrajo y autolimitó (obligado por los gobiernos vendepatria a partir del mismísimo Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto).

Se concretó el proceso desnacionalizador y de pérdida de la soberanía nacional, desde el terreno de las reformas en materia económica. Otro vector es el de los “amarres” por la vía de los acuerdos comerciales. Pero esa es otra ruta del mismo desfalco que lleva consigo la violación de la Soberanía Nacional, ¡como si nada!

Hoy, sus representantes —políticos y empresarios; esos que siempre usufructuaron con la venta de garaje de los bienes del pueblo—, son los cínicos “defensores” de un pasado tan rapaz como empobrecedor de grandes capas de la sociedad.

Ah los neoliberales. Pronto se olvidaron —a conveniencia— que las políticas de “libre mercado” surgidas en EEUU y Gran Bretaña, pronto fueron olvidadas porque destruían al Estado y las riquezas pasaban a manos de particulares que solo se beneficiaban extrayendo o saqueando las riquezas, más nunca invirtiendo a beneficio del propio país que les dio todos los beneficios.

Un “libre mercado” que desde luego no es tal, porque no lo hay. Y deteriora crecimiento y desarrollo, y arroja a los países a los brazos de otros, como los “desarrollados” esperan dominar siempre a los “pobres” o “en vías de desarrollo”. Patrañas de las teorías, desfalcos de la realidad que polariza riqueza y pobreza. Merece el destierro, el desarraigo o ser extirpado. El proceso apenas comienza. Veremos.

Qué decir del mundo Postcovid-19, que de subsistir los neoliberales PRIANRDistas en el poder, el país estaría muchos peor que con el actual gobierno que trata de revertir el denigrante proceso destructivo de nación.

¡A las pruebas!

Urge ir a contracorriente del delirante poder imperial

Hoy todo procedimiento antineoliberal o de rescate de las empresas para el desarrollo nacional, permite replantear dos procesos simultáneos: 1) Sacudirse paulatinamente la dependencia del imperio estadounidense, así como; 2) Replantearse la geopolítica del periodo Postcovid-19 que apenas comienza, sin lineamientos desde los centros del otrora “poder mundial”, o del poder imperial hoy en decadencia.

21 DE FEBRERO 2021.

VP/OPINIÓN/sgb.

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