Voces del Periodista Diario

Las fronteras del exilio o las Border Woman de Frida Varinia

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por Vera Milarka

Las mujeres como Walt Withman, contenemos multitudes; y la mayor parte de las veces, somos incapaces de saber cuántas mujeres hay dentro de nuestro flexible… extenso, voluptuoso o raquítico cuerpo, ya que todas están al unísono reclamando su propio espacio, su parcela de tiempo para ser vividas.

Frida2Todas —eso parece decir Frida Varinia— en Las fronteras del exilio, son voces interiores escondidas en una voz principal denominada mujer. Esas voces y sus pasos se oyen cuando uno se acerca a su interior. Y, ¡oh!, sorpresa, no es una, sino muchas, en el mismo cuerpo; y lo cómico y trágico es que casi siempre, andan en sentido contrario. En sentido contrario a sus sentidos, por eso, generalmente, hay voces a las que necesariamente hay que acallar. Porque por esas extrañas razones de género, las mujeres nos vemos obligadas a desterrar alguna de esas voces, para poder escuchar al resto que nos demandan tanto y a las que no podemos atender, ya sea por nuestro “papel histórico” o por nuestro “papel histérico”, o porque simplemente aún no somos capaces de expresar toda nuestra sinfonía, sin sacrificar partituras de inéditas tesituras.
Para entrar en el tema del exilio, diremos que el concepto define el término como un “estado de la persona que se encuentra lejos de su lugar natal, de su ciudad o de su nación”, y por extensión de su lugar “natural” o “propio a su naturaleza”, o que está “fuera de su centro”… El exilio, es una expatriación —forzada e incluso voluntaria— donde se opta por estar fuera de nuestro país, o incluso fuera de nosotros mismos… por ello hemos oído hablar muchas veces  del “exilio interior”, que alude lo mismo a personas que se ven obligadas a reasentarse dentro del propio país de residencia (como es el caso de las deportaciones) o bien que, estando en su país, “ven cortadas sus posibilidades de actuación a través de prohibiciones para desarrollar sus actividades (generalmente políticas o artísticas) o de manifestar públicamente la disensión respecto al régimen social, las tradiciones y otros límites relativos a la geografía íntima y hasta de género históricamente aceptados.
DSC_0016Las fronteras del exilio, de las que habla Frida, se afianzan en un hilo tan fino, como el cabello de un ángel —invisible e indeleble— en la vida, la obra, el quehacer  cotidiano y la muerte, de muchas mujeres míticas, mágicas, musas, madres, músicas, misteriosas, melusinas, místicas, mesiánicas, misóginas, misántropas, mexicanas, mesoamericanas, mundiales, mulas, múltiples, misericordiosas, miedosas, molestas, maltrechas, malévolas y al fin al cabo, maravillosas.
Todas transitan en los poemas como en una franja de vida donde los bordes (de la piel, del pensamiento, del silencio, de la pasión, del dolor, de la lucha, de la guerra y la prisión) son expresiones del muro de contención, donde al fin de cuentas ha de refugiarse lo intangible pero vigente de cada mujer: su invisible e inaudita presencia como fuente inagotable de vidas.
La travesía poética comienza con Eva, que para la poeta es una Eva Fénix que renace de sus deseos; la viva imagen de la “palabra encarnada”; la primera desterrada del mundo por esas cosas raras del destino de nuestro género, de donde saldríamos para siempre todas las demás mujeres como si fuéramos la representación misma del mal …
A Eva , le siguen Juana la Loca, Santa Teresa de Ávila, la Mulata de Córdoba, Sor Juana Inés de la Cruz, La marquesa (Calderón de la Barca) y la emperatriz Carlota; cada una por sí misma un muro de lamentos, un bastión de inteligencia sofocada, de sentimientos intensos y mente brillante que cuando no fueron a dar a la locura como refugio, se consumieron en la hoguera de la indiferencia, de sus amantes y de su tiempo. Todas desterradas a lugares tan ignotos de su geografía interior, que ellas mismas fueron incapaces de encontrarse, hundiéndose en la total disociación de su ser.
FridaNo fueron las paredes del convento o las torres de un castillo, o los barrotes de una cárcel las que encerraron su voz multiplicada; sino la incomprensión a su atipicidad la que las confinó a vivir prisioneras de su ser, amordazado por  las costumbres; corsette que por otra parte sirvió paradójicamente como una rendija cuya expresión se dio a la fuga rumbo a la libertad.
A este grupo de reinas, monjas y doncellas, le siguen divas, poetas, y sacerdotisas paganas como Concha Urquiza a quien Frida le pregunta de frente a su poesía misteriosa y mística “¿Dónde acabó la nostalgia y empezó la fe?, como si ella misma quisiera cotejar su propia búsqueda incesante de oraciones —a manera de poesía— donde no una, sino muchas veces ella ha guardado como reliquias sus deseos más puros y secretos, retando a su ateísmo, como quien osa amar a Dios en tierra de Indios.
Y después le sigue Emily Dickinson… a quien se le mira intacta en su propia atmósfera de sueños.. a Milena, la de Kafka, apresada en la tinta de las cartas, mujer de las batallas perseguida por el ojo vigía de una Praga carcelaria.
Conversa con Isadora Duncan, desnuda de cuerpo y soberana de su alma a quien acalló el destino, “ese destino, ese nudo y ese grito en contrapunto” que asfixiaron, dice Frida, el “fecundo baile de su vida”.
Después están Alfonsina Storni y Virginia Woolf, a quienes la poeta mira como dos sirenas “cantando a los Ulises en mareas que se juntan”, las ve clarito, “En el éxodo”… “casadas de luz con el Dios del agua”.
Y revive a Amira Agustini, quien señala que “Su metáfora se hizo mortaja” o a María Antonieta, la Rivas Mercado, en quien el suicidio es visto por Frida como: “otra forma de acudir al destierro”.
En este poemario observamos los múltiples recovecos en los que las mujeres han dejado parte de sí, una parte incompatible con las otras. Trátese del amor con la profesión, de la pasión con la cordura, de los hijos con el arte, del país con el pensamiento, del cuerpo con el destino o de la voz con la sordina; siempre hay una lucha encarnizada dentro de cada mujer que no nos deja vivir enteras.
¿Por qué una mujer completa resulta tan peligrosa, incluso para sí misma? Parece preguntarse Frida Varinia quien pinta a su otra Frida, la Khalo, como esa mujer guerrera, de pinceladas impúdicas, desgarradoramente infantiles; mujer-espejo intransigente y obra a corazón abierto; a quien le fue concedido el castigo —como a Eva— de sangrar a raudales la herida ancestral de la mujeres no cicatrizadas; Frida fue confinada al dolor —dice Varinia— que como la Kahlo, en vez de caminar con los pies ha decidido darle alas a su vida a través de su poesía.
En este libro también está la persecución política de Tina Modotti, con su máquina de disparar fotografías, la irascible e inasible Nahui Olin hundida en el océano de toda “el agua filosófica” donde dice Varinia: “Nos perdimos, aún en el deseo, en el luminoso deseo de la ausencia”.
Cuántas lágrimas brotan con cada uno de sus poemas, con cada palabra que apuntala y apuñala la vida y la obra —artística o cotidiana de estas mujeres atrapadas en su propio vientre— paredón de fusilamientos múltiples, donde lo mismo se han acribillado fetos, que ideas, sueños, pensamientos, sentimientos o razones; todo ha quedado impregnado de ecos en las paredes de estos úteros que se paren dolorosamente así mismos, al natural o haciéndose el hara kiri cuando se hace necesaria, la cesárea.
Frida le escribe a las “Mujeres, a las mujeres libres, mujeres libres y extranjeras”… como Diotima-Zambrano… a mujeres que como ella “Buscan el amor, y el amor las encuentra”, aunque terminen por ser “prisioneras de Eros”. En este racimo de mujeres cometa, cuya cauda luminosa nos deslumbra, la autora comulga con la “soledad extranjera” de Pita Amor, con las “cuerdas amarradas entre voces y guitarras” de Violeta Parra,  o esa voz bronca de Mercedes Sosa que al final “siguió más al silencio que a las flores” escribe Frida o las que como Remedios Varo, es “entre todas la mujeres”… “única y fugitiva”… “inabarcable mujer roja, lumínica de insólitas fronteras”.
DSC_0006A Leonora Carrington, que “no sabe cómo hacer de su cautiverio un auténtico exilio de sombras” a  Silvia Plath, y a la bella Marylin Monroe, a Dido y Rosario Castellanos cuyo límite, si es que lo tuvo “fue el amor y éste no tuvo retorno”.
A las mujeres a quienes el secuestro arrebató la esperanza de ser, como Aleíde Foppa, o a Ingrid Betancourt, mujer de dolores multiplicados. A Elena Garro despojada de su lucidez y de la honra de la “Sociedad de los Poetas Nuestros”.
Todas estas mujeres —deshabitadas— por una u otra circunstancia, fueron arrancadas de una parte de su ser: como le fue arrancada su causa a Digna Ochoa. Hay mujeres en estas páginas como Penélope encerrada en la nostalgia de la espera, que vive de día al borde y cada noche se desborda, para asilar el amor, que anida y anuda en sus recuerdos.
En este archivo de voces secretas, el libro negro de las border women, hay mujeres como tú y como yo, como la voz que ahoga la garganta de su madre —con el debido respeto estimado lector, espectador— asistente; —con el mismo rostro herido de su amante o su señora esposa. En esta caja de Pandora la esperanza se murió con algunas de estas mujeres, y es que podemos leer poemas dedicados a simples hembras de carne y hueso como Olivia, Carmen, María y Josefina,  a quienes Frida ha dedicado sigilosas palabras; versos que andan de puntitas para no despertarlas de su sueño profundo e insondable; metáforas como rayos de sol que resplandecen en sus féretros como alfombras de terciopelo fino, donde la sangre y la vida son huellas indelebles de su obrar valiente, de su ser al límite —de la enfermedad, de la irónica carcajada de una muerte rapaz y ordinaria—, así como en la frontera de la desmemoria. ¿Acaso olvidar no es una manera también de irse, de huir de una misma como quien pretende no haber sino nunca?
Frida le escribe a todas las mujeres que en su pluma y en su corazón todavía palpitan, mujeres que viven y conversan dentro de su vasto paraíso donde ya nadie —ni Dios mismo— habrá de desterrarlas. Yo siento que Dios las crea y Frida la junta…

Frida Varinia, Las fronteras del exilio, Quadrivium editores, Temixco, Morelos, México, diciembre 2009, 64 pp. Colección El diván de las quimeras.

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