Salvador González Briceño
“Si para examinar con el lector, dispusiéramos, una a una, de las distintas huellas destructoras impresas en la vieja iglesia, las producidas por el tiempo resultarían muy inferiores a las provocadas por los hombres…”: Víctor Hugo, Nuestra Señora de París.
Francia, doblemente encendida. ¿Es la Catedral de Notre-Dame? El tema es de contención de los “chalecos amarillos”. Es decir, el juego pasó de la iglesia a las calles, o viceversa.
POR UNA PARTE, la protesta social, las exigencias de la calle desde el 17 de noviembre de 2018 a la fecha (24ª semanas ha); por otra, el incendio de la catedral, monumento histórico de Francia, una sorpresa para el mundo religioso/católico, cultural/turístico, por el templo de que se trata y los miles de visitantes extranjeros diarios que la visitan, ocurrido el pasado lunes 15 de abril.
LA CATEDRAL, ese símbolo francés edificado al medieval estilo gótico, ni más ni menos que lugar en donde Napoleón se autocoronó, pero a la que Víctor Hugo dedicó su novela, rediviva hoy, Nuestra Señora de París. Quizá más conocida en el mundo por Quasimodo o las gárgolas de su pretil, que tienen la función de desagüe del techo y la protección (sic).
Parece casual, que el mismo día del incendio en la catedral el presidente Emmanuel Macron se reuniría con la representación “amarilla”, y por la emergencia suspendió. Pero es claro que no hay, de parte del presidente galo, interés alguno en ver a los manifestantes cara a cara. Como no lo ha propiciado desde que iniciaron las protestas, hace casi ya seis meses.
Luego, si realmente no hay “gato encerrado” en el incendio de Notre-Dame, donde se pueda hablar de responsables, provocación o acto terrorista (¡mejor que ni pista alguna!), entonces lo menos es una sospechosa coincidencia. Coincidencia para denostar a los “chalecos amarillos”, y no reunirse con ellos.
Aun así, sobrevive la cuestión: ¿El incendio fue provocación? El resultado será el que arrojen las investigaciones. Mientras tanto dejemos el tema en que se trató de una coincidencia. Que por el accidente se suspendió la reunión entre Macron y los protestantes.
Así, en tanto los franceses y el mundo se resignan aceptar que el incendio en Notre-Dame casi la destruye, y desaparece como catedral y monumento ejemplar, Macron debe regresar a su triste realidad. Reunirse con los protestantes y atender sus demandas, o seguir como hasta ahora, por la dura línea roja expuesta desde su gobierno: la represión social.
La misma semana del incendio los manifestantes volvieron a las calles, los “chalecos amarillos” retomaron las banderas de lucha
Porque sus demandas siguen sin atención. Se trata del referendo de la iniciativa ciudadana para decidir en las cuestiones nacionales, de la restitución del impuesto sobre las grandes fortunas (esas que no escatiman en donar parte a la causa de la reconstrucción, los mil millones tendrán condonación impositiva), la reducción de parlamentarios y tener en cuenta el “voto blanco”, entre las principales.
Desde la Toma de la Bastilla
DEMANDAS QUE GOZAN del respaldo ciudadano, de la mayoría de los franceses (entre el 70 y 80 por ciento), desde que surgieron en las ciudades más importantes en protesta en contra del aumento en el precio de los combustibles, por la recuperación del poder adquisitivo; los 140 mil perdonas sin hogar, nueve millones por debajo del umbral de pobreza, rechazados con cortinas de humo, gas lacrimógeno y fuego por cientos o miles de policías. Auténticos agentes del cambio, como es característica de los franceses, se ven difícil de ceder a la presión, con todo y el uso de la fuerza.
Desde la Toma de la Bastilla, con principios de lucha como “Libertad, Igualdad, Fraternidad” que le entregaron al mundo para su emancipación de las cadenas de opresión de los cercos burgueses del capitalismo (tras los reinados de los enriques y los luises); desde Robespierre en 1790, pasando por la Constitución de 1848, hasta quedar plasmada en la Constitución de 1958, como una hermosa herencia, bandera de lucha social contra la autocracia y la opresión.
En estos meses siguen dando la batalla, y sin parar, los “chalecos amarillos”. Es decir, que apagado el incendio de la catedral por los bomberos, volvieron a encenderse los ánimos de lucha en las calles. Es el retorno de los “chalecos amarillos”. Y de la policía también, ordenados por Macron. ¿Hasta cuándo? En México diríamos, “hasta que el cuerpo aguante”, pero allá será: “Hasta que corra más sangre. De esa criminalidad la responsabilidad será, como hasta ahora, de Macron y el rechazo de las elites del poder.
Es la elite que representa y de la cual es títere Macron. La elite que no quiere a un presidente que atienda las demandas sociales, porque eso implica menores ganancias para todos ellos; como si la riqueza no tiene un origen social, generada por el trabajo, o la fuerza de trabajo descrito claramente por Marx. De eso nadie quiere oír.
Sin embargo, el trasfondo es geopolítico. Quieren resurgir, la elite del poder con Macron a la cabeza, como líderes de una Francia que, sin embargo, se encuentra en franca decadencia, como toda Europa y el capitalismo en deterioro que apenas se sostiene, con las políticas de la Troika: la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional.
Porque la Unión Europea casi se desmorona. O a punto está. Ah, pero no se quieren quedar atrás en este mundo multipolar que se está conformando, luego del trastocamiento generado por las ofensivas de Donald Trump desde los Estados Unidos de América, que arremete contra todo lo que se mueve, y con todo lo que tiene. Y Gran Bretaña, que se quiere ir de la UE, con un Brexit a toda costa, y bajo sus condiciones. Francia atrás de Alemania, y ésta perdiendo la batalla contra los EUA de Trump.
Por eso Macron no quiere negociar con nadie. Así sean los persistentes “chalecos amarillos”. Así haya pasado por la tragedia del incendio en la catedral, como aparente distractor con un incendio fuera de control, porque casi la destruye. Por eso la coincidencia sospechosa. Aún y cuando, por ahora, no pase de la sospecha. Porque el presidente galo insiste en no negociar nada; solo que tardará en comprender que lleva las de perder.
La protesta social seguirá in crescendo. Por eso el peor augurio es que perderá, cueste lo que cueste: muertos y heridos. En eso ganarán los franceses, así salga perdiendo la Francia de los millonarios, esos que se aprestaron a ofrecer millones de euros para la reconstrucción de Notre-Dame. Esos que pronto salieron a la luz pública para la foto. Esos ricos favorecidos por el presidente Macron. Los ricos que se resignan a ser suplantados o rebasados por otros, porque Francia no tiene cómo salir de la crisis, como —insisto— el resto de la vieja Europa. Porque van perdiendo la batalla, como elite del poderío económico, incluso con los alemanes.
No obstante, ambos países sin las armas suficientes para comandar el resurgir de Europa, por no decir la Unión Europea que se sostiene —insisto—, con alfileres. La geopolítica los ha arrastrado hacia un mundo multipolar, contra el cual no pueden competir ya. Pero se resisten a claudicar y avanzan contra su propio pueblo, encabezado esta vez por los “chalecos amarillos”. Lo de Notre-Dame, no pasa —así parece—, de un simple distractor. Así cueste recuperarla cinco años de obra ingenieril y arquitectónica.
RECUADRO
Notre-Dame: Lo qué se incendió
La noticia se convirtió en trending topic en las redes sociales del mundo. Que si se destruye totalmente, que si aguanta o se derrumba, que si cayó la aguja de 90 metros; que si la altura impide a los bomberos apagar el fuego rápido, que si se daña el patrimonio cultural guardado al interior, que si se reconstruirá y cuánto costará, que si las contribuciones de los ciudadanos, qué si se levantará de nuevo y en cuánto tiempo, etcétera.
En el “Libro Tercero” de Nuestra Señora de París, Víctor Hugo comienza con la siguiente reflexión: “Sin duda es hoy un edificio sublime y majestuoso la iglesia de Nuestra Señora de París; pero por hermoso que se conserve en su ancianidad, nos indignan las infinitas degradaciones y mutilaciones que simultáneamente el tiempo y los hombres han hecho sufrir al venerable monumento, sin respeto hacia Carlomagno, que puso en él la primera piedra, y sin respeto hacia Felipe Augusto que puso en él la última.” (Obras, Aguilar, TII, p. 70).
Y en la nota al pie, el editor de la versión on line, ofrece un relato breve sobre el origen de esta obra. “Primitivamente Nuestra Señora de París fue un templo galorromano, luego basílica cristiana y más tarde iglesia románica. La actual iglesia catedral de Nuestra Señora fue fundada por el obispo Maurice de Sully que quiso dar a la ciudad una catedral digna de su grandeza. Su construcción se inicia en 1163 con aportaciones eclesiásticas y ofrendas reales.
“El pueblo participa también generosamente con sus brazos y esfuerzos: tallistas, forjadores, escultores, cristaleros trabajan dirigidos por Jean de Chelles y Pierre Montreuil, que fue también el arquitecto de la Santa Capilla de París. Los planos originales son por fin culminados hacia 1345. Vamos a hacer una brevísima relación de acontecimientos históricos relacionados con esta catedral: fue depositaria de la corona de espinas, antes de que se terminara la Santa Capilla, construida a este efecto por San Luis (Luis IX de Francia).
“En ella tuvieron lugar en 1302 los primeros estados generales del reino con Felipe el Hermoso. Aunque Enrique IV dijo más tarde «París bien vale una misa», antes tuvo lugar en Nuestra Señora su curioso matrimonio con Margarita de Valois; ella sola en el coro y él, como hugonote, esperando a la puerta, en el exterior. Durante la revolución la catedral se dedicó al culto de la razón y sirvió también, en cierto modo, de almacén de piensos y de forraje.
“En ella fue coronado Napoleón como emperador en 1804 por el papa Pío VII. Muy abandonada en el curso de los tiempos fue, en buena parte motivada por la popularidad de la novela de Víctor Hugo, ordenada en 1814 una restauración general, bajo el gobierno de la monarquía de Julio. Viollet?le?Duc se ocupó de la obra e hizo una restauración muy completa de estatuaria, vidrieras, bóvedas, pórticos, coro y procedió incluso a la edificación de la flecha posterior (90 metros). Estos trabajos se prolongaron hasta 1864 y fueron por cierto bastante criticados en su época.
“La plaza de París, que da acceso a la catedral y a la que cuanto se alude en esta obra fue el lugar de muchas representaciones de teatro religioso de la Edad Media, como el «misterio» de San Teófilo o la pasión de Jean Michel o de Arnould Greban, con sus más de 30,000 versos y más de diez jornadas de representación.” (Versión digital, p.48).
El pasado lunes 15 de abril el mundo veía con sorpresa el incendio, ni más ni menos que la Catedral de Notre-Dame de París. Fuego incontrolado ubicado en el techo, en una construcción de 64 metros de altura, y por lo mismo de difícil acceso para los bomberos. El momento cumbre de la zozobra fue cuando se derrumbó la aguja de 96 metros.
Símbolo caído. ¿Para bien o para mal? ¿Será por motivos que profesa Nostradamus? Una iglesia que se quema —dice— para traer buenas nuevas; quema símbolos usados para el ego de los hombres. Literal: “Un símbolo de la cristiandad en Francia o España arderá en fuego purificador. Nuestra Señora llorará por todos nosotros y brillará en la lejanía. Con la entrada de la primavera una iglesia de todos los tiempos arderá por los pecadores”. (Centurias, de 1555-1568).