Una larga distancia separa a México de la aspiración de convertirlo en un país de lectores, según la pretensión del director del Fondo de Cultura Económica (FCE), Paco Ignacio Taibo II, hombre de las confianzas del presidente Andrés Manuel López Obrador quien sin duda tiene entre sus prioridades lo dicho por el funcionario y escritor.
Feliciano Hernández*
Hay que poner las cosas en su verdadera dimensión: la imposibilidad de llegar en el corto plazo a esa meta en las condiciones actuales.
NO será por decreto y menos con bajo presupuesto para esa dependencia; con un elevado analfabetismo funcional en toda la república y bajo leyes promotoras mal concebidas o por lo menos rebasadas por la actualidad tecnológica y conceptual.
CD. DE MÉXICO.- Resulta plausible la aspiración de este gobierno de convertir a México en una república de lectores, pero no es un asunto de abaratar los libros ni de ponerlos al alcance geográfico de las mayorías, sino de revalorar la importancia de la lectura. Y por lo menos esa no es la intención explícita de los responsables de esa tarea titánica.
La trascendencia de convertir a los mexicanos en consumados lectores, por el alto valor que conlleva ese hábito, sin duda que puede estar en las mentes de los ilustres funcionarios, sin embargo, con seguridad se puede afirmar que tal consideración NO está en el sentir de la población mayoritaria, por tan obvias razones. Si fuera esa la realidad tendríamos altos índices de lectura, así como de venta o consulta de libros y no ocurre tal cosa.
Todo lo contrario: si acaso los mexicanos expresaran que tienen a la lectura entre sus valores más importantes, es de suponer que se manifiestan de esa forma por no aceptar quedarse fuera de esa creencia general –seguramente universal—, pero no es una posición personal o particular mayoritaria, y habría que ver si por lo menos el público se hace tales planteamientos.
Ya está sobradamente dicho que México figura entre los países del orbe con los más bajos índices de lectura. Pero aun semejante hipótesis es puesta en duda por funcionarios involucrados en el asunto. El hecho es que no se dispone de estadísticas o encuestas comparativas actualizadas y de indudable solidez científica. La simple venta de libros o consulta bibliotecaria y los niveles de escolaridad son insuficientes para indicar los verdaderos porcentajes de lectura entre los mexicanos.
Por lo pronto se ha manejado que el índice anual de lectura entre los mexicanos apenas ronda 1.5 libros al año, mientras que otras naciones de Latinoamérica y Europa rondan los 10 volúmenes al año.
Los indicadores de lectura son muy variables y responden a los programas o políticas aplicadas en cada país. Resulta que en una medición reciente India ocupa el primer lugar con 10 horas y 42 minutos semanales por persona; le sigue Tailandia con 9.4 horas y en tercer lugar China, con 08.0 horas. Esto de acuerdo con un reporte de World Culture Score for Reading (World Culture Index, al 28 de diciembre de 2018). Según este reporte, México ocupa el lugar 25, con 5:30 horas por persona de lectura a la semana. El mismo reporte advierte que la clasificación no puede ser objetiva porque no hay unanimidad en la definición de lectura ni en sus medios de acceso.
Otras clasificaciones consultadas por internet muestran amplias variaciones. Lo único cierto es que en México muy poca gente lee y no hacen falta encuestas para saberlo. Tan fácil y tan grave como que ni los propios universitarios leen; la prensa tiene muy bajo tiraje, y las librerías se redujeron drásticamente en los últimos años.
Que hablen los datos concretos
PACO IGNACIO bien podría iniciar o avanzar en su titánica pretensión preparando un diagnóstico confiable sobre la materia, ordenando una encuesta seria, muy, muy seria, entre un público lo más amplio posible y estratificado por género, por edades y clases sociales. Esta pudiera llevarse a cabo como un proyecto intersecretarial (del FCE, Conaculta y SEP).
La encuesta tiene que comenzar por definir con amplitud de criterio el concepto de lectura y sus alcances más allá de los libros tradicionales, incluyendo diarios y revistas, impresos y virtuales, y audiolibros.
Cabe precisar que la buena lectura no solo debe abarcar a los libros tradicionales sino a los periódicos y revistas; esta consideración es muy importante porque no pocas veces son los periódicos y las revistas de información general o especializada las primeras o mejores puertas hacia la alta literatura, aparte de que pueden ser útiles por su valor instructivo o recreativo.
Esa encuesta tiene que abordar puntos centrales como temas de interés entre los lectores, tiempo dedicado a la lectura, cantidad de libros leídos, obstáculos contra el consumo de libros, facilidad de acceso monetario y geográfico a la lectura.
Con el diagnóstico intersecretarial en mano, las autoridades –el funcionario en cuestión-, estarían en posición de elaborar un plan de ataque hacia la conquista de la república de lectores. (Desde ya puede apostarse a que no lograrán tan olímpica meta).
Las tareas de todos
POR LA IMPORTANCIA de la lectura en la formación académica, cultural e intelectual de toda sociedad, y su trascendencia en el fortalecimiento de los valores cívicos y humanos, hablando de México, y partiendo del muy bajo nivel que padece la nación entera, es indispensable que se haga una convocatoria pública oficial hacia el logro de las metas establecidas en el supuesto plan oficial de ataque por una república de lectores (con su apartado en el Plan Nacional de Desarrollo).
Esa convocatoria debe estar dirigida hacia las universidades, las casas editoriales, los medios de comunicación impresos y electrónicos, las dependencias federales, estatales y municipales relacionadas con la educación y la cultura, las asociaciones civiles y ONG para que aportan su grano de arena a los objetivos y metas de ese gran proyecto nacional.
No olvidar que como parte del plan oficial de ataque está la revisión de las leyes de la materia. Por lo cual, los legisladores juegan en esto un papel indispensable, bajo las consideraciones aquí sugeridas, como la de reformar la Ley del Libro, que fue concebida y aprobada con un criterio muy cerrado, excluyendo a la prensa (periódicos y revistas) de los beneficios que podrían recibir como promotores directos (voluntarios e involuntarios) de la lectura.
No sobra criticar a la Cámara de la industria editorial y a los potenciales beneficiarios (empresarios de medios impresos, portales de internet, periodistas y potenciales lectores) de haber guardado silencio ante una aberración tan obvia, la de haber quedado excluidos de esa ley supuestamente elaborada para estimular a la industria y favorecer la lectura.
El famoso precio único para los libros fue su mayor acuerdo, pero al final tampoco resultó estimulante para autores, impresores y distribuidores. Sin duda una ley de corto alcance, sin resultados plausibles.
VOLVIENDO al inicio de esta argumentación: sin revalorar al lector como consumidor de temas formativos, utilitarios, y recreativos como fundamento de las virtudes del ser humano, de seguro NO habrá más ni mejores lectores.
Y revalorarlos quiere decir, reconocerles y darles desde el gobierno y desde los ámbitos de poder mayor importancia en la escala social y mejor retribución económica en lo que les corresponda hacer laboral o profesionalmente. Porque la lectura es cultura compartida, es conocimiento, y es la médula y el medidor de la evolución humana. Ni más ni menos.
NO ocurre así en la actualidad del México superficial y vanidoso, donde lo que importa es tener cara bonita, cuerpo bien moldeado y una linda sonrisa; o patear la bola con cierto estilo; propinarse golpes espectaculares o contar buenos chistes, es lo que define el éxito; y dedicarse a la ciencia, al arte o al periodismo, materias todas de inobjetable trascendencia, salvo excepciones, es elegir el camino de la incertidumbre.
Finalmente, la expresión de Taibo II de pretender hacer de México una “república de lectores”, se antoja como una simple expresión de deseos si no es que una frase para la prensa. Erradicar de los mexicanos su aversión a la lectura, es justamente uno de los grandes retos de a 4ª. Transformación. Un verdadero gran desafío. Si no lo entienden así, lo que sea que llamen 4T quedará coja.