Voces del Periodista Diario

FIESTAS DECEMBRINAS

Pablo Moctezuma Barragán

Estamos en plenas fiestas decembrinas, el 21 de diciembre celebramos el solsticio de invierno, evento que ha sido una tradición milenaria. En el Anáhuac tenían 20 días de fiesta durante el mes Panketzaliztli y festejaban el nacimiento de Huitzilopochtli que representaba el sol. Así celebraban su Navidad, palabra que viene del latín “nativitas” que significa “nacimiento”.
El solsticio de invierno marca la época en la que el sol llega a su punto más lejano de la tierra, en ese período la noche es más larga, hace frío y a partir de ese día comienza un nuevo ciclo en el que el astro se acerca cada vez más hasta llegar al solsticio de verano. En América del sur el solsticio de invierno es del 21 al 24 de junio, en esas fechas celebran el We tripantu, año nuevo mapuche. La palabra solsticio se deriva del latín solstitium; “sol” y “stit-” derivada del verbo “sistere”, “detener”, que se puede leer como “sol quieto” porque durante los solsticios, el sol parece detener su marcha.
El Panketzaliztli era la fiesta grande que duraba los veinte días del decimoquinto mes, en vez de ser un solo día. En todos los meses (que eran de 20 días) había un día de fiesta, ahí se origina la costumbre muy mexicana de celebrar muchas fiestas a lo largo del año, al grado de que dicen que los mexicanos somos bien “fiesteros”, es parte de nuestra cultura, pero esta celebración duraba los 20 días enteros. En esta mitología, Huitzilopochtli vencía a su hermana mayor, la Luna, representada por Coyolxauhqui y a sus cuatrocientos hermanos, Centzonhuitznahua, las estrellas sureñas, aunque algunos estudiosos creen que la fiesta también representaba el nacimiento de la civilización del Anáhuac.
El sol resurgía en medio una serie de rituales y danzas. Durante esas fechas, en las que organizaban otros actos ceremoniales: los pueblos originarios desplegaban banderas o (pantli) de papel amate a todos los árboles frutales y plantas comestibles de la temporada. En el día de la fiesta se curaban todos los árboles y se les ofrendaba pulque (meoctli) y tortillas (tlaxcalli), como muestra de agradecimiento a lo cosechado durante el año.
La ceremonia que realizaban incluía la elaboración de una figura de maíz tostado amasada con miel de maguey que preparaban las muchachas casaderas vestidas con sus mejores plumas y guirnaldas. Ya que la terminaban, la sacaban al patio del templo y la recibían los jóvenes que también traían guirnaldas de maíz; se la presentaban al pueblo de Tenochtitlan y la subían a la pirámide del Templo Mayor.
Efectivamente, cada año, en el primer día del Panketzaliztli (decimoquinto mes del calendario náhuatl de 365 días), se realizaba este culto en honor a la representación de Huitzilopochtli, el Sol, para solemnizar su nacimiento el 21 de diciembre. La ceremonia comenzaba con una carrera encabezada por un corredor muy veloz que cargaba en los brazos una figura de Huitzilopochtli hecha de amaranto y que llevaba en la cabeza una bandera (pantli) de color azul (texuhtli). Iniciaba en la Huey Teocali (gran casa del sol) y llegaba hasta Tacubaya, Coyohacan (Coyoacán) y Huitzilopochco (Churubusco). Detrás del portador de esta imagen corría una multitud que se había preparado con ayuno. Durante el solsticio de invierno -21 de diciembre-, el sol ya había recorrido la bóveda celeste y había llegado a un punto muerto. El Niño Sol se iba al Mictlán (Lugar de los Muertos) donde se transmutaba en forma de colibrí para regresar al origen. El colibrí, que en nahuatl se dice huitzilin daba vida a Huitzilopochtli (Colibrí del sur).
De modo que las fiestas de diciembre y el romper piñata, es una tradición muy antigua en nuestras tierras.
Posiblemente el tradicional puente “Guadalupe-Reyes” tiene que ver con esa tradición de celebrar veinte días en el mes Panketzaliztli, eran varias semanas de fiesta, en las que también hacían piñatas, usaban ollas adornadas con papeles de colores y les daban diversas formas, las llamaban “pipinatl” y la llenaban de frutas que disfrutaban con algarabía en un antecedente de lo que hoy son las piñatas. Luego de la invasión española, también trajeron piñatas de Italia (provenientes de China, algo similar). Pero es claro que la piñata sí tiene en México raíces originarias, no es una tradición importada de Europa como muchos sostienen.
Así que el 21 de diciembre, día del solsticio de invierno, aquí en el Anáhuac celebraban a Huitzilopochtli. Se decía que resurgía como un huitzilin (colibrí), ave que era símbolo de la voluntad porque es un pajarito que vuela a su gusto, lo puede hacer en todas las direcciones e incluso se queda estático como un helicóptero. Por eso Huitzilopochtli representaba la voluntad, no era el “Dios de la Guerra” como lo calificaron erróneamente los españoles, aunque es claro que antes de una batalla, los guerreros sí que tenían que hacer acopio de gran voluntad. De hecho, en el Anáhuac no existían ni dioses ni demonios, sino la personificación del poder de la naturaleza, por ejemplo Ehecatl es el viento mismo; Tlaloc (palabra compuesta de tlalli-tierra y octli-licor), es la lluvia misma, su dualidad o pareja es Chalchiuhtlicue que representa las corrientes de agua, ríos y mares. La lluvia alimenta los ríos y mares, son una dualidad.
Tenían una concepción espiritual muy diferente a la euroasiática. Para los habitantes del Anáhuac, el universo era una dualidad. Se conjuntaban los complementarios, los opuestos: hombre y mujer, noche y día, tierra y cielo, sol y luna, frio y calor, vida y muerte, joven y viejo, agua y fuego, luz y tinieblas, este y oeste, norte y sur, lluvias y sequías. El ser supremo era Ometeotl, la energía de la dualidad compuesta por Omecihuatl y Ometecutli, señora y señor de la dualidad, que vivían en el Omeyocan, lugar de la dualidad y principio de la generación de todo.
Así que las fiestas centrales son durante el nacimiento de nuestro niño sol, Huitzilopochtli. Ese solecito niño de solsticio de invierno, tras suceder el 21 de diciembre, comienza su retorno en el horizonte, después de tres días de permanecer “suspendido”. El solsticio de invierno es una noche de fiesta, una velada feliz por este acontecimiento y reúne a la gente en celebraciones familiares y de los seres cercanos. En esos días hacen falta luces, calor, dulces, consumir alimentos y bebidas calientes fruto de todo un año de esfuerzo, es una necesidad humana. Esto es un fenómeno universal que experimentan todas las personas.
En casi todas las culturas del mundo se ha marcado el solsticio de invierno como un día de renovación o de cambio.
Este tipo de fiesta ha sido mundial, el cristianismo celebra las posadas y el nacimiento de Jesús, los romanos celebraban al Sol Invictus, los griegos a Hermes, por su parte en India y China a Buda, en Egipto a Horus, entre los persas a Zoroastro y en Babilonia a Tammuz, mientras que en la India también festejaban a Krishna, por otro lado, en Grecia recordaban a Heracles, ya que todos habrían nacido alrededor del solsticio de invierno.
Este fenómeno natural aparenta que, a lo largo del año, el sol no sale ni se pone siempre desde el mismo lugar: da la impresión de que recorre toda la bóveda celeste alcanzando su punto más alto por ahí del 21 de marzo y en diciembre lo vemos más bien de ladito. Es por estos días que parece que se detiene por completo y que no recorre más el cielo, de hecho, como dijimos, la palabra solsticio significa “sol detenido”.
De ahí que los habitantes del Anáhuac se dieron cuenta de que por unos días el sol no se muevía, así que festejaban el “nacimiento” del siguiente ciclo. Esta celebración era parecida a la Navidad, pero como ya vimos, celebraban el nacimiento de Huitzilopochtli.
Estas fiestas decembrinas son una gran oportunidad de convivir, gozar la compañía de los seres queridos, relajarse un poco y “cargar pilas” para el año que viene. El ser humano debe esforzarse en el trabajo, que le da sentido a su vida, y también tener períodos de descanso. Nuestra cultura “fiestera” se deriva de ese gran invento nuestro: el maíz, surgido de cruzar el tripsacum con el teozintle, que permitía tener varias cosechas al año y periodos de descanso, a diferencia de las culturas asiáticas que trabajaban todo el año para cosechar el arroz o la europea que tardaban meses en obtener el trigo. El maíz nos permitió tener estos periodos de descanso y convivencia que son mejores para la sociedad humana, porque hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar, como sucede en el actual sistema capitalista que vive del trabajo incesante de los trabajadores y del pueblo en general. En una sociedad evolucionada la gente deberá contar con largos espacios para el arte, la cultura, el ocio, la creatividad y la vida armónica. Por cierto, es importante que el miércoles 14 de diciembre se haya presentado al Senado la reforma que aumenta los días de vacaciones mínimas a los trabajadores mexicanos, al pasar de 6 a 12 días en su primer año de servicio; además, se especificará que éstos podrán ser tomados de forma continua o parcial.
De modo que en medio de una situación compleja y difícil, tanto nacional como internacional, en la que se nos presentan grandes retos y se requiere de una mayor unidad y organización para salir adelante, gocemos en lo posible de un periodo de paz, tranquilidad y alegría en estas fiestas navideñas

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