Por Ingrid Sánchez
NUEVA YORK (Notimex) 11 de abril de 2020.- Heriberto y Marina llegaron a Nueva York en enero de este año; ella para hacer un doctorado en la Universidad de Columbia y él para terminar un documental sobre la comunidad de Ostula, Michoacán. A tres meses de su llegada, estalló la crisis sanitaria de la nueva cepa de coronavirus y han sido testigos de cómo la ciudad ha cambiado.
Heriberto, fotógrafo independiente, cuenta que al principio prestaban atención al desarrollo de la enfermedad que ya causaba estragos, principalmente en Europa. Sin alarma, pero con atención.
Poco a poco, casi sin que se dieran cuenta, el virus invadió la ciudad y se vieron obligados a abandonar las calles. “Entre el 1 de marzo y el 14 o 15, vivimos una vida normal. Se daban casos, pero todo seguía normal”, explica Heriberto Paredes.
Sin embargo, a pesar de que los contagios aumentaban, la cotidianidad todavía no se veía afectada con el COVID-19. “Yo iba a nadar regularmente al campus de la Universidad, íbamos a las bibliotecas, a leer, a estudiar, a consultar libros y también teníamos nuestra vida normal: salir, ver gente, ir por unas chelas.
“La última semana, las últimas actividades públicas que hicimos fueron algunas cenas con amigos que viven en Nueva York, y otras amistades que venían de México, de visita”.
Justo cuando Heriberto y Marina se encontraban cenando con sus amigos, se enteraron de una de las primeras noticias alarmantes: el presidente Donald Trump había decidido cerrar las fronteras aéreas para todos los vuelos que llegaban desde Europa.
“Nos empezamos a preocupar bastante. Dejé de nadar, empezamos a usar el gel antibacterial que ya escaseaba”, cuenta el fotógrafo. Aunque todavía era extraño ver gente usando tapabocas, ya se percibían estos materiales médicos en las calles neoyorquinas.
La última actividad recreativa que la pareja mexicana realizó en exteriores fue una visita a una galería de arte y una cena.
La pandemia parece instalarse con claridad en la mente de los que se han visto sometidos a la cuarentena estricta de una de las ciudades más bulliciosas del planeta, pues Heriberto recuerda con claridad la última salida: el 14 de marzo.
“Hicimos una salida, pero ya con más medidas de seguridad. Nos desinfectábamos las manos constantemente, procurábamos no tocar superficies. Marina y yo fuimos hasta Brooklyn en el metro, tardamos como una hora, tomamos unas fotos (en una escuela pública), y nos regresamos”, explica en entrevista para Notimex.
Relatar la anécdota específica tiene su razón: el barrio en el que estuvieron fue identificado una semana después como uno de los lugares con más contagios en toda la ciudad.
El temor a presentar síntomas de COVID-19 llevó a los dos mexicanos a registrar en un diario todos sus síntomas, además de tener claro que habían estado en una zona peligrosa. Por ello iniciaron un autoaislamiento durante el período de incubación del virus.
Desde ese día, y después de ver que no habían sido contagiados, sólo han realizado dos caminatas largas, es decir, han caminado unas 50 cuadras. El trayecto les sirvió para ver que la ciudad estaba más solitaria de lo normal, pocos vendedores ambulantes y mucho gel antibacterial hecho en casa.
El peligro de enfermarse también sobrevuela a la pareja, sobre todo porque Heriberto sufrió una tuberculosis hace algunos años, lo que lo coloca como parte de la población riesgo y en la incertidumbre de cómo podría reaccionar Marina ante el virus.
Durante sus salidas, los mexicanos vieron cómo se reducía la afluencia en las calles. “Vimos cómo esta ciudad, famosa por no dormir, se fue apagando poco a poco”, relata Heriberto.
El apagón simbólico de Nueva York no sólo trajo consigo la oscuridad sino también el silencio y la angustia. “Se empezaba a tornar en una situación un poco más silenciosa, mucho más denso el ambiente… una tensión. Ese día nos regresamos en metro para no caminar las 80 cuadras, y en el metro también se sentía tensión, mucho vacío”, cuenta el fotógrafo.
Sin embargo, para él y para su compañera, lo más difícil han sido los últimos días y la falta de claridad sobre qué viene después o qué hacer frente a la crisis sanitaria.
Otra complicación es el estado de ánimo de la pareja debido a la incertidumbre de no ver cuándo terminará el pico de contagios en Nueva York.
“Hemos tenido episodios de tristeza, de angustia… y de pensar que esto no se puede resolver”, cuenta Paredes justo antes de recordar que los sonidos de las ambulancias han aumentado de manera notoria.
“Esta última semana ha sido bastante compleja porque a nivel emocional ya se empieza a sentir más la incertidumbre. De qué vamos a hacer, nos vamos a quedar aquí en este departamento, nos van a extender este contrato, nos regresamos a México, cómo sería, en avión, en carro…
“Hay silencio, solamente se escucha eso”, relata Paredes.
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